Hasta hacer pocas semanas no había tenido que “trabajar” ocho horas seguidas en una oficina. Es demasiado tiempo para entregarle a algo que, al menos en cierto grado, a uno le disgusta. Esas ocho horas, se haga algo útil en ellas o no, e independiéntemente sean continuas o con algún internedio, son francamente alienantes; aunque al final – como a casi todo – uno se termina por acostumbrar. Esto es lo tristemente peligroso de la situación. Sin embargo, aquello no sucedió con Kostas Karyotakis, poeta griego de principios del Siglo XX, que hastiado con su ordinaria vida de funcionario público, y no encontrando suficiente alivio en su “identidad secreta” literaria, prefirió despedirse con un tiro.
De Karyotakis se suele mencionar más su suicidio que sus obras literarias, acaso sólo marginalmente leídas fuera del dominio de la lengua helénica. Es precisamente dentro de la literatura griega que se le reconoce como uno de los más importantes impulsores de su modernización. Se dice incluso que, detrás de Konstantinos Kavafis, es uno de los más imitados e influyentes escritores helénicos del pasado siglo. En todo esto hay algo claro: fue su suicidio un evento definitivo, que provocó que muchos regresaran a su (hasta entonces) desatendida obra, para percatarse que efectivamente Karyotakis era “un gran poeta”, mientras otros terminaron de confirmar sus sospechas respecto a éste escritor, de “moral enferma y toscas maneras literarias”, eliminándolo sin reparos de cánones y antologías.
Kostas Karyotakis se licenció como abogado en la Universidad de Atenas, consiguiendo al poco tiempo un puesto como funcionario en la Prefectura de Tesalónica. Quizás sin quererlo el joven poeta iniciaba así su carrera de Dependiente Estatal, llegando a ser promovido a jefe de una partición ministerial destinada a la Supervisión e Instalación de Refugiados al poco tiempo. Allí comenzaba su desmoronamiento. Pagó el precio de no poder ser escritor por que las condiciones materiales (¿la necesidad de sobrevivir?) no se lo permitían. Un razonamiento simple le presentaba la - seguramente a muchos conocida - siguiente opción: Si quieres vivir no puedes ser escritor. Estaba claro a qué había que renunciar para dedicarse a las letras.
Una vez en el cargo al que se le asignó, sus actividades sindicales y profundo descontento con su posición de funcionario le costaron el traslado (casi confinamiento) de ciudad en ciudad, a provincias cada vez más remotas, en aparente penitencia por su comportamiento. Terminó dando en Préveza, un alejado villorrio rural sin interés alguno para el escritor. Castigado por el Ministro de Salud – con quien mantenía una relación de mutuo desagrado – el poeta, atrapado en la aldea, se hundía en un estado depresivo ya incontrolable.
Pero lo que le liquidó no fue solamente el aburrimiento absoluto. Lo que tuvo sobre él un efecto progresivamente catastrófico fue un ambiente laboral - el de las esferas públicas - poco distinto al que se encuentra (o encontraba hasta hace poco) en cualquier oficina estatal boliviana, o del país que usted prefiera. La corrupción, el clientelismo transformado en inseguridad laboral, la holgazanería sistemática, una mediocridad campante amparada por favores políticos y la amoralidad permanente, entre colegas alternativamente rastreros o intrigantes según conveniencia, golpearon con toda la fuerza de su miseria a Karyotakis. Precisamente poemas como "Funcionarios Públicos" capturan su desazón irónica frente a esta situación.
Claro que éste no fue el único tema que trabajó en su obra. El griego construyó, bajo la influencia de Kavafis, poemas cercanos en su forma a la balada o el soneto – muy enraizados en la tradición helénica. Si bien no fue un gran reformador en ese campo, su manejo del lenguaje sí resultó muy particular. Es cierto que sus más notables poemas los escribió en lenguaje griego coloquial; pero Karyotakis intercaló con ellos algunos otros, escritos en la versión “culta” del idioma, un híbrido léxico empleado generalmente en documentos oficiales y textos académicos (¿en otra consecuencia de su roce burocrático?), lo que le permitió alcanzar una gran singularidad en su expresión.
Temáticamente encontramos en Karyotakis el uso de figuras que parecen compuestas por combinaciones de expresionismo y naturalismo. Modernista por asimilación, su coqueteo con el Thanatos y el dejo existencialista de sus poemas contrastan con una capacidad ironizante admirable. Hay críticos que leen en su poética, desesperanzada pero satírica - y acaso la más representativa de la poesía griega de la década del veinte - el mejor trabajo por capturar el espíritu de una generación vencida.
Sin embargo, la anterior afirmación es cierta a medias; pues si bien la época en la que escribió Karyotakis coincidía con el periodo posterior a la derrota griega en las Guerras Balcánicas, y precisamente los numerosos desplazados que provocó aquel enfrentamiento estaban a cargo del Departamento que el escritor dirigía, una lectura minuciosa de su obra demostrará que al poeta sólo le interesaba expresarse sobre temas personales; cualquier otro nexo con su tiempo apenas roza el grado de lo inevitable. Con todo, la denuncia de una migración mentirosamente promisoria, corporizada por la Estatua de la Libertad, una figura que encontramos en el poema A la Estatua de la Libertad, que ilumina el mundo, nos muestra a un hombre que estaba lejos de ser indolente frente a su realidad.
Nuevamente hablando del poeta, las crónicas literarias griegas hablan de un “Efecto Karyotakis”, pues tras la muerte del autor muchos encumbraron su poesía, y hasta hubo quienes quisieron imitarlo en el suicidio. Pocos saben que tal acto extremo pudo muy bien haber sido más estimulado por el temor a la locura ocasionada por la sífilis, que contrajo el poeta un par de años antes de su muerte y que había visto cómo (muy avanzada) enloquecía a un amigo suyo - todo en días anteriores al descubrimiento de la penicilina - en una degradación progresiva que deseaba evitar a toda costa Karyotakis. Así es que, el que calza perfectamente con el prototipo del poeta atormentado, probablemente se autoeliminó por razones absolutamente mundanas. De cualquier manera, su balazo debió haber servido al menos para desportillar el parnasianismo entonces imperante en las esferas académico-literarias helénicas, abriéndole los ojos - al factotum rígido en el que suele convertirse tal órgano- a esta generación “ahogada” y sus letras.
Algo que no se le puede quitar a Karyotakis es una muerte completamente en su ley. El mismo poeta que creía merecer París y que terminó vencido por la campechana Préveza, se dio el lujo de despacharse como él quiso. Que el destino le haya jugado la póstuma humorada de otorgarle el título de "El poeta de Préveza" es un detalle de humor negro que ribetea esta historia, cuyo final escribió el mismo Karyotakis. El 20 de julio de 1928 el poeta trató de ahogarse en el mar; no lo consiguió pues era demasiado buen nadador y, tras diez horas de lucha, desistió. Al día siguiente se compró un revolver, pasó la tarde fumando en un café y, al atardecer, en un muelle cercano, se disparó. En su bolsillo encontraron una nota que sólo él, Kostas Karyotakis, pudo haber escrito, atormentado pero irónico hasta el final:
Temáticamente encontramos en Karyotakis el uso de figuras que parecen compuestas por combinaciones de expresionismo y naturalismo. Modernista por asimilación, su coqueteo con el Thanatos y el dejo existencialista de sus poemas contrastan con una capacidad ironizante admirable. Hay críticos que leen en su poética, desesperanzada pero satírica - y acaso la más representativa de la poesía griega de la década del veinte - el mejor trabajo por capturar el espíritu de una generación vencida.
Sin embargo, la anterior afirmación es cierta a medias; pues si bien la época en la que escribió Karyotakis coincidía con el periodo posterior a la derrota griega en las Guerras Balcánicas, y precisamente los numerosos desplazados que provocó aquel enfrentamiento estaban a cargo del Departamento que el escritor dirigía, una lectura minuciosa de su obra demostrará que al poeta sólo le interesaba expresarse sobre temas personales; cualquier otro nexo con su tiempo apenas roza el grado de lo inevitable. Con todo, la denuncia de una migración mentirosamente promisoria, corporizada por la Estatua de la Libertad, una figura que encontramos en el poema A la Estatua de la Libertad, que ilumina el mundo, nos muestra a un hombre que estaba lejos de ser indolente frente a su realidad.
Nuevamente hablando del poeta, las crónicas literarias griegas hablan de un “Efecto Karyotakis”, pues tras la muerte del autor muchos encumbraron su poesía, y hasta hubo quienes quisieron imitarlo en el suicidio. Pocos saben que tal acto extremo pudo muy bien haber sido más estimulado por el temor a la locura ocasionada por la sífilis, que contrajo el poeta un par de años antes de su muerte y que había visto cómo (muy avanzada) enloquecía a un amigo suyo - todo en días anteriores al descubrimiento de la penicilina - en una degradación progresiva que deseaba evitar a toda costa Karyotakis. Así es que, el que calza perfectamente con el prototipo del poeta atormentado, probablemente se autoeliminó por razones absolutamente mundanas. De cualquier manera, su balazo debió haber servido al menos para desportillar el parnasianismo entonces imperante en las esferas académico-literarias helénicas, abriéndole los ojos - al factotum rígido en el que suele convertirse tal órgano- a esta generación “ahogada” y sus letras.
Algo que no se le puede quitar a Karyotakis es una muerte completamente en su ley. El mismo poeta que creía merecer París y que terminó vencido por la campechana Préveza, se dio el lujo de despacharse como él quiso. Que el destino le haya jugado la póstuma humorada de otorgarle el título de "El poeta de Préveza" es un detalle de humor negro que ribetea esta historia, cuyo final escribió el mismo Karyotakis. El 20 de julio de 1928 el poeta trató de ahogarse en el mar; no lo consiguió pues era demasiado buen nadador y, tras diez horas de lucha, desistió. Al día siguiente se compró un revolver, pasó la tarde fumando en un café y, al atardecer, en un muelle cercano, se disparó. En su bolsillo encontraron una nota que sólo él, Kostas Karyotakis, pudo haber escrito, atormentado pero irónico hasta el final:
“(…) Después de aprobar todos los placeres, estoy listo a morir indignamente. Lo siento solamente por mis desgraciados padres, por mis hermanos. Pero me voy con honor.”
“P.D: Y para cambiar de estilo. Aconsejo a quienes pueden nadar bien no tratar de suicidarse en el mar... En el futuro prometo escribir las impresiones de un ahogado.”
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