martes, agosto 28, 2007

Nietzsche (G. a. U. t.)

Es siempre un gusto aprovechar este espacio, que alguna difusión ha adquirido, para compartir con ustedes los textos que gentilmente nos ceden nuestros distinguidos invitados. Mucho mayor es la satisfacción si el artículo viene de uno de nuestros amigos lectores, como en este caso, revalidando la intención dialogal con la que surge este blog.
Gustavo Urquidi, seguramente acicateado por la escasez de homenajes al gran filosofo Friedrich Nietzsche y aprovechando un nuevo aniversario de su desaparición física, nos envía un muy interesante artículo en torno al pensador alemán. Nietzscheanos como somos, esta oportunidad permite unirnos a Urquidi en la invitación para volver – acaso en eterno retorno – sobre el pensamiento de este filosofo.
Realmente es un privilegio poder contar con lectores como ustedes, y demás esta decir que la invitación a compartir opiniones, textos y afines en “Diseccionando a la Musa Perdida" está siempre abierta. Los dejamos con el texto de Gustavo Urquidi, a quien nuevamente agradecemos la gentileza.

NIETZSCHE


Gustavo A. Urquidi T.

“Yo no soy un hombre, soy dinamita”, así hablo Friedrich Nietzsche, y tenía razón. De todos los filósofos modernos él fue, de lejos, el más explosivo. Política y psicoanálisis, teología y literatura, teatro y música popular –las más diversas áreas de la cultura– están impregnadas del estilo de su pensamiento, ya sea como foco de polémica o fuente de inspiración. Así como es posible encontrar referencias suyas en oscuros tratados de metafísica, también es posible verlo citado en películas de Eddie Murphy y en muchas letras de Caetano Veloso, músico que, dicho sea de paso, se considera un nietzscheano. También usted, por ejemplo, seguramente ya estuvo delante de una idea de Nietzsche, como las esenciales: “Dios ha muerto” o “Más allá del bien y del mal”. Más de cien años después de su muerte (107 en realidad), en agosto de 1900, Nietzsche está lejos de ser una figura relegada al pasado, y aunque no se haya publicado en la prensa nada de él, o sobre él, en estos días, su trabajo y persona no dejan de ser actuales. Basta una visita a las librerías para darse cuenta de esto: constantemente aparecen nuevas traducciones de sus obras, se producen estudios sobre ella sin desmayo, se le dedican biografías (hagiografías algunas, infamantes retahílas otras) al autor, y las re-ediciones de sus textos u otros escritos dedicados al filósofo alemán son permanentes y seguros activos comerciales. A salvo de esta profusión, intentamos comprender cuáles son las causas de tanta fascinación. Nietzsche tuvo el mar entre sus huesos y construyó arrecifes para todas las voces, y en cada uno de sus muelles desembarcó la confianza extraviada, aunque muchos se resignaron a solo contemplar las mareas.

De manera muy esquemática, tal vez se puede decir que el alemán identificó la crisis que se hacia sentir en su tiempo, y que continúa hoy, prediciendo el actual desgarramiento de las tradiciones, la pérdida de creencias ancestrales. Habiéndolas anticipado, en lugar de enmascarar esta situación, Nietzsche decidió llevarla hasta las últimas consecuencias, abrazando un proyecto radical de crítica de todas las esferas de la cultura. Nietzsche no dejó en paz ningún fundamento moral y religioso, en cambio derribó la noción de verdad absoluta e intentó así trazar y tomar el pulso de los instintos subyacentes en las acciones humanas (no es por otra cosa que Freud lo consideraba como uno de sus precursores). Realizada esa tarea crítica, Nietzsche supo que debía proceder a proponer nuevos valores; puesto que era preciso encontrar otras formas de vivir, propias del hombre occidental. Para lograr aquello nadó contra corriente, contra dogmas y mitos, desmoronó los poderes establecidos y lo que consiguió fue tan monumental que hasta nuestros días todavía se oyen los ecos, de uno y otro lado.

Son todos esos temas los que aparecen en sus obras. Por ejemplo, en Crepúsculo de los Idolos, escrito en 1888, Nietzsche anuncia desde el principio que el libro debe ser tomado como “una declaración de guerra”, cuyos enemigos principales son los “mitos” de la metafísica, de la religión y de la moral. Como prueba compleja e irrefutable el texto empieza con un duro ataque a Sócrates, el fundador de la filosofía occidental, en una arriesgada como definitoria acción. Fechado diez años antes, Humano, Demasiado Humano, tiene también un severo núcleo crítico; pues en este libro, por ejemplo, Nietzsche defiende por primera vez su doctrina del perspectivismo, la idea de que no hay verdades definitivas, apenas interpretaciones sobre la realidad condicionadas por el punto de vista de quien las propone. Ya en el subtítulo del mismo libro el filósofo anuncia que aquel es “un libro para espíritus libres”. Ellos son los que abandonaron las verdades heredadas en favor de una vida plena de experiencias y aventura. Tal es el lado “constructivo” de su pensamiento y el de más fuerte apego por lo popular. En estas obras comienza a delinearse el temple de su genio, en el que son tan importantes los temas como el formato de su pensamiento. Distante del estilo casi inhumano de Kant, Nietzsche se regocijaba en las metáforas, los vuelos de retórica y la musicalidad de la lengua alemana. Por su fuerza literaria Nietzsche, un gran escritor en derecho propio, influenció a importantes autores del siglo XX, como al austríaco Rainer Maria Rilke, el francés Albert Camus, el alemán Thomas Mann, entre muchos otros, que han bebido directa o indirectamente de su fuente temática o formal.

Al margen de esto, la forma estilística por la que Nietzsche siempre levantó más debates fue el aforismo, expresión por la que guardaba gran afición. Sus primeros libros habían sido escritos como disertaciones, pero después de Humano, Demasiado Humano, el alemán optó por esa forma corta, que nunca más abandonó y que cultivó con magistral fruición. Nietzsche era un enemigo ardiente de los grandes sistemas teóricos: “Desconfío de todos los hombres que tienen sistemas”, escribe en Crepúsculo de los Idolos, reforzando el fuste de su pensamiento. En otras palabras, el pensamiento fragmentario y muchas veces contradictorio que manejaba Nietzsche era parte de su proyecto filosófico y la del aforismo la forma ideal para articularlo.

Al referirse sobre algunos acontecimientos de su actualidad, Nietzsche defendía el pro y el contra, por lo que en ese entonces casi todos los movimientos culturales y políticos concebidos se apropiaron de sus ideas, en muchos casos sin comprenderlas o tergiversando su verdadero sentido (cosa que sigue sucediendo con calamitosa frecuencia). El ejemplo más “célebre” sin duda fue el del nazismo, que amparado en pasajes de sus libros, en los que se hace un elogio de la fuerza, de la virilidad, de la “voluntad de poder”, acabaron leyendo cuestiones racistas y despreciativas del judaísmo, por lo que muchos “intelectuales” nazis citaban sin empacho a Nietzsche como una suerte de ideólogo. Diversos estudios demuestran cómo casi todas las citas de Nietzsche apropiadas por los nazis fueron falsificadas o arrancadas de su contexto, lo que libra de tal denostacion al gran filosofo. Un ejemplo ya clásico en tal sentido, tan pedestre que bordea la ironía, es el del aforismo 475 de Humano, Demasiado Humano, en el que Nietzche ataca el nacionalismo y el antisemitismo (dos de los pilares de la política del III Reich); sin embargo el texto aparece en panfletos nazis como si afirmase exactamente lo contrario. Claro, Nietzsche no estaba vivo para atestiguar el uso distorsionado de sus textos. Pero no es difícil imaginar lo que hubiese dicho, mucho más si sabemos que él no quería discípulos intelectuales, sin importar fueran estos bien o mal intencionados.

Paradójica, intencional y más recientemente, Saramago en sus novelas humaniza un perro mientras muchos humanos, entre ellos intelectuales, se fosilizan. Preciosa figura. El cariño por Nietzsche es similar al que sentimos por Cipriano Algor, filosófico personaje del escritor portugués. Cuando nuestro filósofo sale de la Cueva (Platón) nadie le cree y la gran mayoría no le entiende, cuando Cipriano entra a la Caverna (Saramago) no le queda más que alejarse. La lección más importante de la obra Nietzscheana es tal vez la de más sencilla interpretación, pero de realización en extremo compleja: Es necesario pensar con independencia. Obviamente Nietzsche vivía más allá del bien y del mal.



gustavo a. urquidi t.


sábado, agosto 18, 2007

Tony Wilson en 100 palabras

No es que esperemos que vivan eternamente, aunque de alguna forma lo hacen, pero que tantos decesos se acumulen en un año no es buena señal. Al momento de escribir esto me entero de la muerte de Max Roach, legendario baterista de jazz, pionero entre pioneros. Sumémoslo a Antonioni, Bergman, Fontanarrosa, Vonnegut, Tony Wilson, Mike Wieringo, Lee Hazlewood, Albert Ellis y Jean Baudrillard. Francamente, un año de mierda.

El cerebro detrás de la generación post-punk ha muerto. Tony Wilson, más empresario que promotor musical, personaje antes que negociante artístico, fue padrino espiritual de Joy Divison, Happy Mondays y el sonido ácido-bailable salido de “las islas” a finales de los ochenta y principios de los noventa; apostó siempre por contratos justos, en apoyo incondicional a sus músicos, pagando esto con la permanente quiebra. Pero Factory Records, su disquera, obtuvo de él actitud y sangre, haciendo de Manchester un núcleo creativo global.

La Haçienda queda sin patrón, mas gracias a Wilson, Madchester siempre será una fiesta. Suerte, dueño del futuro.


lunes, agosto 06, 2007

Regreso A Medias

La noticia de que éste año (pletórico en reuniones) volverían los Smashing Pumpkins, con disco incluido, provocó cierta alegría y expectativa entre la numerosa fanaticada que la banda cosechó durante la década pasada. Pero este esperado “retorno” se desvirtuó rápidamente: no todos los miembros de la banda aceptaron los términos de la reunión, dejando casi sólo a un desamparado Billy Corgan, que tuvo que encontrar nuevas formas para encauzar el proyecto. Fue así que, de todas maneras, Corgan se propuso continuar con la grabación del disco Zeitgeist con una nueva banda, salvo el único “pumpkin” que aceptó volver, Jimmy Chamberlain, en la batería. Lo anterior generó una marcada división de opiniones acerca del “retorno” de una de las bandas más importantes de los noventa.

Afirmar, de entrada, que el disco es malo no sería muy justo. Tratemos de comprender esto como en aquellas novelas en las que uno escoge su propia aventura, y leyendo: aquí sí, allá no, saltando páginas, se construye un texto, y con éste –al encontrar un desenlace apropiado- se ha armado la obra. Intentémoslo, entonces, como modelo para comentar el último disco de esta banda. Si usted es fanático de los Pumpkins y espera encontrar en el Zeitgeist un nuevo Siamese Dream o un Adore, probablemente esta placa no sea de su agrado: no lea el párrafo siguiente. Si a usted le gustó el disco solista de Billy Corgan, The Future Embrace y disfrutó con la banda Zwan, es muy posible que este disco le guste: puede leer el siguiente párrafo. Y si usted desea escuchar un disco medianamente bueno y bien producido, puede leer el siguiente párrafo también.

Si metemos en nuestra cabeza que el Zeitgeist no es una placa de los Pumpkins, ésta será de nuestro agrado. Se nota un buen trabajo en la mayoría de las canciones, aunque no en todas, eso sí. La banda crea un sonido que, aún siendo en partes típico de los Pumkins, logra diferenciarse de la sombra de aquel monstruo, y en ciertas ocasiones hasta muestra vestigios de un sonido propio. El disco se puede también comprender sonoramente como una pirámide invertida. Las canciones van decayendo con el pasar del disco. Con esto no digo que el último tema sea pésimo, sino que la sobreproducción, en algunos casos, se convierte en un factor perjudicial. Fuera de esa observación, el disco se deja oír fácilmente. Conforme uno lo escucha va adquiriendo cierto gusto, aunque mínimo, por una producción que no será considerada como una de las mejores del año, pero que estará ahí, justo en el medio.

Si tomamos al Zeitgeist como un disco de los Pumpkins, no encontraremos muchas cosas favorables, comenzando por un sonido que quiere imitar los mejores años de la banda, pero que no lo consigue, teniendo como resultado una pésima repetición sonora, más parecida a la de una banda “tributo” que otra cosa. A medida que uno va escuchando el disco, los temas llegan a hastiar porque son excesivamente incisivos en una formula; incluyendo el par de “baladas” que no llevan a ninguna parte, emparedadas entre guitarras violentas, que se clisan como cristales. No es un disco para nada novedoso, por mucho que uno quiera no será capaz de encontrar algo que realmente valga la pena en el tan esperado regreso. Tal vez no jugar con el nombre de los Smashing Pumpkins habría sido balsámico para presentar el disco como algo un poco más lejano de la sombra de esta banda, cosa que no consigue (ni creo haya intentado) lo hecho por Corgan en Zeitgeist.

¿Acaso Billy Corgan no se cansa de hacer lo mismo, sabiendo que los trabajos alternos de los Pumpkins -que sonaban muy similar a esta banda, no lo podemos negar- no fueron tan bien recibidos? ¿Qué está pasando? Quizás podemos encontrar una respuesta pensando primeramente en el éxito comercial que tendría un nuevo disco de los Smashing Pumpkins; ni Corgan solista, ni Zwan, ni otra banda con el pelado frontman, venderían tanto. Además, la “reunión” trae consigo una gira, acolchada por viejos hits infalibles, asegurando por completo el triunfo económico de este proyecto de reencuentro.

Pero esto no queda ahí. La negativa de participar en esta reunión, tanto del guitarrista James Iha como de la bajista D’arcy Wretzky, mataron toda aspiración posible de un retorno de la banda en su más conocida formación. Entonces Corgan, que accedió a re-formar la banda de cualquier modo, nos ofrece como sucedáneo un producto en el que el nombre es el mismo, pero los músicos ya no. Y es quizás ahí donde surge el problema, en el nombre. El sonido del “espíritu de los tiempos” (lo que en alemán significa, aproximadamente, zeitgeist) ya es una carga adicional para sumar al estandarte demasiado pesado del legado de los Pumpkins.

Más allá de nombres y derechos legales, la banda efectivamente volvió, pero a medias. Retornó, pero su disco, musicalmente hablando, no tuvo el mismo impacto que los mejores lanzamientos de la agrupación, allá descolgándonos por la mitad de la década pasada. Nos dicen que son los Pumpkins, y a momentos –aunque sólo en la voz de Corgan o en la rudeza de su guitarra- se los percibe, pero uno siente un vacío infumable al escuchar el disco. Cómo que nos han robado algo. De todas maneras, el Zeitgeist puede ser apreciado desde varios ángulos, y quizás de eso dependa la aprobación para el mismo. Y es que al escucharlo uno no sabe si es un disco de los Pumpkins, Corgan, Zwan o de alguna otra banda “tributo” a la agrupación emblemática del rock alternativo noventoso. Suena a todos los anteriores, pero a nada en específico, dejando al Zeitgeist como un mediano y cuestionable disco, que sólo marcó el retorno del nombre de una banda, nada más.