martes, julio 24, 2007

La consagración de la primavera


Hace algo más de cuarenta años en el campo de Monterey, California, amanecía distinto. No solamente a causa de la infinitamente menor cantidad de polución ambiental, sino a un año en el que una puerta cósmica se derribó, en el que los hippies creyeron que podían hacer realidad todo lo que imaginasen, un año en el que la música que trasformó al mundo se estaba también ella transformado. Comenzaba el Flower Power, la psicodelia se apoderaba del mundo, amanecía el Verano del Amor.

Si se considera el lanzamiento del Sgt. Pepper’s de los Beatles como el inicio “oficial” de esta era, un evento concurrente y que ocurrió apenas semanas después fue el Monterey International Pop Festival, el primer gran concierto de rock de la historia, celebrado entre el 16 y el 18 de junio de 1967 y que reunió a las mayores estrellas de esos días, sentando las bases para futuros eventos multitudinarios, de varios días de duración y con la participación de gran cantidad de artistas, de los más diversos géneros musicales. Si bien es cierto que otros festivales como el de Woodstock opacan al de Monterey en la memoria popular, éste fue el primero y más significativo histórica y culturalmente, además de representar efectivamente los ideales del Flower Power, ya cooptados para 1969 – año en que se realizó Woodstock.

En 1967 el rock ya había “madurado” y se consolidaba como una expresión artística a tomar en cuenta. Lo que comenzara como una moda bailable acaudillada por Elvis o Bill Haley, y que aparentaba ser pasajera, peleaba al cerrar su primera década de vida con el jazz por la posta de la vanguardia musical. Así fue que, si el jazz, el folk y el blues tenían acogida en festivales de renombre como el de Newport, era hora de que la música popular pudiese también participar en este tipo de eventos. La anunciación se había dado con el – cuando menos legendario – arranque “eléctrico” de Bob Dylan en el Newport Folk Festival de 1965; con un 1966 lleno de obras maestras de la música popular, pues 1967 tenía que ser el año de la consagración definitiva del rock como lenguaje universal de esta revolución. (Nótese que nos concentraremos en la música psicodélica, el rock ácido y el florido sonido californiano antes que en otros movimientos temporalmente paralelos, mas divergentes en lo musical)

Si bien el Monterey Pop comenzó a gestarse como algo corporativo, inspirado en el pequeño Festival de Jazz de Monterey, apuntando a un concierto "común y corriente", en el que The Mamas & The Papas serían el acto principal de un ensamble rockero nada fuera de lo común, al presentársele la propuesta a los músicos, estos decidieron “comprar la idea” y se apoderaron del Festival. Tenían una visión mucho más amplia e interesante. John Phillips, líder de la banda, contactó a su productor Lou Adler y con este se unieron a Derek Taylor –publicista de los Beatles– para diseñar el concepto. Sería un gran concierto, internacional, gratuito y de beneficencia, a realizarse en la pequeña ciudad de Monterey. Sonaba imposible, pero en el Verano del Amor pocas cosas lo eran, y lo que deseaban los músicos era tomar control de la brújula de la música popular, que había sido dejada girando por el efecto Sgt. Pepper’s y que tocaba ahora a ellos reorientar.

Así fue que se sumaron al comité organizador celebridades como Andrew Loog Oldham, Donovan, Mick Jagger, Paul McCartney, Roger McGuinn, Johnny Rivers, Paul Simon, Brian Wilson, Smokey Robinson y algunos otros individuos poco menos famosos, que harían de financiadores del evento. John Phillips y este directorio se encargarían también de elegir cuidadosamente a los músicos participantes, juntando a artistas de la bahía californiana con los del sur del estado – por entonces recelosos unos de los otros, si no enfrentados - más algunos invitados ingleses y hasta un par de embajadores de Africa y la India. Con gran tino se apostó por músicos de diversos estilos, también emparejando en la cartelera a grandes nombres con debutantes, muchos de los cuales se ganaron importantes contratos discográficos o vieron su carrera dispararse tras su presentación al “gran público” desde el escenario del Monterey Pop. Queda la anécdota que, eligiéndose los músicos que participarían en el concierto, Jimi Hendrix, a la postre rey histórico del festival, fue incluido sólo tras mucha insistencia de Paul McCartney y bajo la “garantía” del notorio Pete Towhnsend. No imaginamos cómo se recordaría a este Festival de haberse apostado "a lo seguro", eliminando así la posibilidad de contar con actuaciones que definieron las carreras de ídolos del sesenta - caso Hendrix o Joplin.

Entre los grandes ausentes –para ver a los ilustres participantes refiérase al recuadro que aparece más arriba– estaban los Beatles (retirados de las giras desde 1966), los Stones (con sus visas canceladas por problemas con las drogas y la ley), Captain Beefheart (declinaron la invitación ante las dudas de su guitarrista Ry Cooder, que no sentía preparada a la banda), Bob Dylan (convaleciente y recluido luego de un casi mortal “accidente”, aunque grababa sus excelentes Basement Tapes, el bardo andaba ya en otras cosas por aquellos días, pensando más en madera que en mercurio) y los Beach Boys (que cancelaron inexplicablemente su asistencia a último momento, entre pugnas internas por la desastrosa grabación del SMiLE, enfrentados internamente con su líder y co-organizador del evento Brian Wilson o incluso distanciados y temerosos de la reacción del público ante una banda considerada “demasiado pop”, viejos interpretes de un surf rock poco amigable a oídos hippies). Pero esto no era algo que se pudiese lamentar, pues facilitó la emergencia de grandes bandas y artistas como The Who o la misma Janis Joplin, como hemos dicho.

El impresionante despliegue logístico que se realizó para el evento (¿cosa rara proviniendo de un puñado de hippies?) aseguró su éxito, pues además de tratar a los artistas con gran dedicación (por primera vez se ocupó la organización de proveerles alojamiento, transporte al evento, alimentación y otras comodidades), se dispuso también una curatoría de arte a cargo de Tom Wilkes (diseñador del afiche que nos sirve de portada) para poder fomentar otras expresiones artísticas en predios del evento, se habilitaron también servicios médicos para evitar “accidentes con las sustancias” y hasta el sonido instalado en el descampado era lo más avanzado que existía en esos días. Recordemos que este fue el primer concierto en ser filmado como un documental, tarea que correspondió al notable D.A. Pennebaker, gracias a lo que contamos hoy con abundantes registros fílmicos y sonográficos - y de gran calidad - del evento. Cuesta creer que la entrada nominal haya sido de un dólar, y que los músicos hayan tocado gratis – exceptuando al Maestro Shankar- pues en nuestros días de amor al "vil metal" esto resulta impensable, o que el consumo de drogas haya estado a orden del día, sin provocar por ello desorden alguno. Tenemos suficiente nostalgia para pensar que este estado ideal de organización humana es lo más cerca que ha llegado el hombre a la perfección. Ni Kant, ni Rosseau, ni siquiera esa Biblia.

El uso de canales de promoción “alternativos”, como la FM, que era por entonces el órgano comunicacional de la revolución, permitió que este evento sirviese como una epifanía para la comunidad hippie, que se hizo ver en su total magnitud por primera vez en aquella ocasión (exceptuando el Gathering of the tribes de enero del 67, claro). Fue este el mejor medio para difundir su ideología, dejando como maravillosa postal que 200 mil personas pudieron convivir tres días sin ocasionar una sola muerte o incidente. Los mismos policías del condado, en principio alarmados por la magnitud del evento, se dejaron obsequiar flores y admiraron la bonhomía de los melenudos visitantes.

A pesar del gran ejemplo que dio esta gigantesca concentración, apenas el último hippie hubo abandonado el campo donde se realizó el festival, la alcaldía de Monterey se apresuró en prohibir cualquier evento que pudiese reunir a más de 2 mil personas en el lugar. Con esto cerraban la puerta a cualquier posible intento de reeditar festival, que originalmente se esperaba fuese anual. El vertiginoso final de década para casi todos los artistas implicados tampoco contriobuiría a la organización futura de eventos similares.

Tom Wolfe dice que sí te acuerdas de los sesenta es porque no estuviste allí. Algo que contradice la gran cantidad de fuentes documentales dedicadas al periodo. Excavando en ellas podemos descubrir que antes de este festival ya se dio, en el mismo Monterey, un “pequeño gran concierto” auspiciado por una FM local y que contó también con varias bandas de esta guisa (The Doors, Jefferson Airplane o The Byrds); claro que no tuvo la resonancia del Monterey Pop, que no solamente probó ser el máximo evento organizado por la generación del amor, sino que encontró su extensión natural en el (ya algo decadente) Woodstock Festival del 69 y descubrió su pavorosa contracara en el desastrado Festival de Altamont, también aquel año en el que se cerraba el ciclo iniciado por el Verano del Amor.

El Monterey Pop marcó la mayoría de edad (the coming of age, diríase en inglés) de un movimiento capaz de autogestionar su evolución y de marcar senda en más de un sentido. Eventos como el Coachella o Glastonbury de nuestros días, tan lejanos del Monterey Pop como se sienten, no serían posibles sin este precursor. Al menos esa debe ser la aportación de aquel maravilloso fin de semana en el que, arrobados por la música, vivimos la consagración de la primavera.


(Tipis en un Campamento hippie cerca de Monterey Pop)


N. del E. : Como les decíamos más arriba, comenzamos aquí este viaje hacia el Verano del Amor. Están invitados a seguir cada una de estas siete entregas especiales (no secuenciales y tan periódicas como el "tiempo disponible" y el interés - suyo y nuestro - lo permita). Recuerden que podrán escuchar el Monterey Pop, en el programa de "La Música Que Escuchan Todos", o Haciéndo Clic Aquí. Gracias por seguirnos y esperamos nos acompañen durante este fascinante viaje de descubrimiento hacia un pasado maravilloso. Ah, no olviden traer flores en el cabello.

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