domingo, abril 15, 2007

"So it goes"

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“Escucha: Kurt Vonnegut se ha ido al carajo en el tiempo.”

¿Por qué parafrasear la primera línea de la principal obra de este escritor norteamericano? Pues no lo hacemos solamente con el pretexto de dedicarle algunas líneas con el motivo de su fallecimiento, el pasado 11 de Abril, a los 84 años. Por el contrario, la ocasión me ha permitido confirmar una sospecha que cualquier lector de Vonnegut también abriga. El escritor norteamericano, al igual que su personaje Billy Pilgrim, no estaba restringido por un desarrollo temporal tradicional. Kurt Vonnegut, como Pilgrim, no vivió siguiendo una línea, recta y unívoca en su sentido, a merced de las parcas. Él estaba desatascado en el tiempo, por ello pudo predecir su propia existencia dentro de su obra, llena de ecos premonitorios, de tremenda coherencia retrospectiva.

Hace algunas semanas Vonnegut cayó de las escaleras de su casa y se partió la cabeza. No fue una escena halagüeña, de acuerdo. Sufrió daño cerebral irreversible a causa del accidente. También Billy Pilgrim, protagonista de “Matadero-Cinco”, de donde proviene nuestro epígrafe, sufrió ese destino, de ahí su extraña capacidad para el viaje temporal. O quizás Vonnegut compartía con los Tralfamadorianos la capacidad de observar el tiempo, y conocer así su pasado y futuro, de un solo vistazo. No lo sabemos. Vonnegut volvió a morir, como en “God Bless You, Dr. Kevorkian”, pero sospechamos que esta vez ya no regresará a casa después de entrevistar, nuevamente, a Kilgore Trout.

Nacido en Indianápolis el 11 de Noviembre de 1922, Kurt Vonnegut Jr. estudió en la Universidad de Cornell, donde se graduó en Bioquímica, debido a que había sido desalentado de la carrera literaria por el cometario de uno de sus profesores, que consideraba pésimos sus escritos. En 1944 Vonnegut se enlistó en el ejercito y, comisionado por la armada, casi terminó estudiando ingeniería mecánica. Pero tuvo mejor suerte. Al poco tiempo lo enviaron, con la División 106 del ejército americano, a pelear en las Ardenas.

El momento definitorio en la vida de Vonnegut sucedió precisamente en el campo de batalla, y se trató del bombardeo de Dresden, esa lluvia metálica, de nubes ígneas, que experimentó como prisionero de guerra. “El bombardeo de Dresden fue una obra de arte”, luego diría Vonnegut, que después de la tormenta tuvo que dedicarse a acopiar cadáveres, recorriendo las calles de la otrora joya arquitectónica germana, alma mater de Gottfried Semper, Ernst Ludwig Kirchner u Otto Dix, reducida entonces a cenizas. Fue Vonnegut uno de los apenas siete prisioneros de guerra sobrevivientes al ataque, salvados por el trabajo que les habían asignado sus captores, la preparación de suplementos vitamínicos en el galpón subterráneo de una vieja carnicería, el Matadero Cinco.

De vuelta en su país, pero todavía sin convencerse sobre su futuro, Vonnegut trabajó como corresponsal de la sección policial de un diario en Chicago. Justamente aquella formación periodística fue la que influyó más en el estilo de su narrativa. Fue también esta ocupación un elemento que lo acercó a otro periodista escritor, el gran crítico americano Mark Twain, a quién Vonnegut adoraba casi con devoción, y con quién compartía, además de la profesión, varias características de estilo y temáticas, como su capacidad para valerse del humor sardónico para indagar en los aspectos más diversos de la existencia humana.

Pero aunque era capaz de mirar la realidad más cercana con la lucidez y mordacidad de pocos privilegiados, no debemos olvidar que Vonnegut fue también un gran escritor de ciencia ficción, que permitió revalorizar este vilipendiado género como parte de la literatura más “seria”. Dueño de una imaginación desbordante, se permitía abscesos creativos fabulosos, que sabía colorear con abundante cinismo a prueba de balas.

Veamos, si en “Piano Player”, “Cat’s Cradle” o “Slaughterhouse-Five” trabajaba la ficción autobiográfica, estirando el testimonio desde construcciones metafóricas hasta escenas surrealistas, en las que el absurdo no hace más que desnudar una realidad tan difícil de mirar que hace falta introducir alienígenas con cara de letrina para poder comprenderla; Vonnegut nunca abandonó esa mirada, combinación de simplicidad e ironía, que lo ha caracterizado como una de las más notables plumas cáusticas de este lado de Céline.

En lo que hace a formalismos académicos, Kurt Vonnegut los desconoció por completo. Sus largos párrafos, compuestos usualmente por una sola oración, o su desdén por las estructuras tradicionales, son un testimonio de ello. Ni siquiera se contentó con la mecánica narrativa convencional y, como Billy Pilgrim, se desembarazó del pasamano del tiempo. Pero no hay que creer que estas características lo postulan como un vanguardista, o un autor elitesco, demandante en exceso; por el contrario, su capacidad de ser leído con gran facilidad, su prosa directa y sencilla en su lectura, la cercanía contundente de sus opiniones, permitieron que este cínico pudiese jactarse de un gran ascendiente entre las masas.


Por otro lado, si logró replantear la importancia literaria del género de la ciencia ficción – campy por definición – hay que examinar con suficiente cuidado la valía de muchos de sus aforismos más celebres, que a momentos parecen creados con el solo propósito de levantar cejas. Tal vez por eso es que, de entre las 14 novelas que escribió, resaltan aquellas con mayor recuperación autobiográfica, escritas con el desenfado de la lengua y la temática vernáculas, cargadas de humor negro y preocupadas más por criticar la tragedia capitalista (o totalitaria), la destrucción ambiental o las banalidades de la sociedad de consumo.

Humanista de vocación, pero librepensador descreído por devoción, se permitió mofarse de la futilidad existencial con la suficiente inocencia para todavía creer en alguna capacidad teleológica en la humanidad. Del sujeto que creó el bokononismo (religión ficticia que propone vivir basados en esas no-verdades que nos hacen felices), presentó la Iglesia del Dios de la Indiferencia Máxima en “The Sirens of Titan”, y profesaba una obsesión casi científica por el tiempo, no cabía esperar menos.

A pesar de no ser tan prolífico como novelista, Vonnegut incursionó en el campo del ensayo, las historias cortas, la escritura de libretos, etc. con gran vehemencia, aunque sus mayores éxitos vendrían de la mano de sus novelas. Sin embargo, salvando su gran suceso comercial, popular y de crítica, Vonnegut nunca pudo superar una depresión crónica, que lo aquejaba y amenazaba desde el fantasma del suicidio de su madre, que él intentó replicar en diversas ocasiones. Permanentemente amenazando con abandonar la literatura, finalmente cumplió su dictamen y en 1997 publicó su última novela, la perfectamente Vonnegutiana “Timequake”.

Este año se había proclamado en su natal Indianápolis como el “Año Vonnegut”. ¡Vaya año para escoger morir! Vonnegut nunca se salió de su credo de vida, manifestado como decálogo para la escritura de historias breves; y que contiene no sólo el detalle de su maña literaria, sino muchas directrices de su propia existencia. Hasta en ello el talentoso autor de culto, héroe contracultural de visión moral encendida, capaz de capturar las preocupaciones y afiebrada imaginación de su tiempo, mantuvo su integridad intacta.

Afirmar que “Slaughterhouse-Five” es, junto con “Catch-22” de Heller y “Johnny got his gun” de Trumbo, una de las mejores novelas antibélicas del Siglo XX, no sería justo (por el defecto de tomar nada más una de las múltiples virtudes de la obra). Tampoco resulta aventurado decir que “Slaughterhouse-Five”, “Catcher in the rye” y “On the road” son la trilogía esencial para comprender el devenir generacional del pasado siglo (no olvidemos la importante reputación de la novela entre los jóvenes objetores de conciencia durante la segunda mitad de la Guerra de Vietnam, por ejemplo). La obra maestra de Vonnegut es uno de los máximos hitos de la narrativa norteamericana contemporánea, no hay duda de ello.

Una prosa sin retoques, ocupada de narrar con simpleza, sin añadir descripciones innecesarias o que no puedan ser sugeridas por el happening, por una noción muy pop-art del texto y su valor semiológico de cara a la narración, caracterizan, junto con la exploración filosófica de la ciencia ficción, a este gran escritor. Más aún, la severa inclusión de comentarios absurdos, la mezcla de citas no precisadas con frases inconclusas, los devaneos de humor pesado alternados con chistes inocentes, acodados todos por un cinismo despiadado, permitió abrirle el paso a una nueva estirpe de crítico social, un nuevo cultor de la sátira inteligente, no documental, pero capaz de llamar la atención sobre la locura cotidiana.

Siempre perceptivo, provocador, extremo, Kurt Vonnegut entendía como nadie los horrendos absurdos inherentes a la naturaleza humana, presentes en la ingenua voluntad de un simio. “Digo cualquier cosa para ser cómico, a menudo en las situaciones más horribles.”, solía sentenciar Vonnegut. Últimamente se iba a los gritos demasiado a menudo. ¿Serán estos tiempos especialmente espantosos?


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