martes, marzo 06, 2007

Pero el tiempo siempre es culpable

W. H. Auden


Me cuesta entender que el centenario del mayor poeta de lengua inglesa desde T.S. Elliot haya pasado tan desapercibido. De hecho, que un escritor como H. W. Longfellow sea homenajeado en su bicentenario de manera mucho más aspaventosa que el gran W.H. Auden, no puede menos que hacernos preguntar, dentro de algunos cientos de años, quién será recordado con mayor estima que, digamos, “Arturo Belano”. Supongo que esta suerte de “olvido mediático” se debe a que Auden -como Juarroz, Celan o nuestro Bedregal- cae dentro de ese grupo de grandísimos poetas, condenados a una “popularidad” inversamente proporcional al lustre intelectual de su obra. Aprovechemos entonces, muy a pesar de la demora, esta oportunidad para honrar la memoria de W.H. Auden, al cumplirse cien años de su nacimiento.


"The underground roads
Are, as the dead prefer them,
Always tortuous."


Wystan Hugh Auden, nativo de York, Inglaterra, se consagraría como parangón poético de la lengua inglesa desde los Estados Unidos, país del que se había hecho ciudadano en 1950. Es muy probable que la ambivalencia frente a la conmemoración de su natalicio (21 de Febrero de 1907) se deba a este abandono de su país natal, asunto sumamente polémico en su día. Sin embargo, contra lo que se podría creer, la reputación de este literato angloamericano no declinó tras su muerte, sino que creció entre académicos y literarios; aunque el grado de reconocimiento que alcanzara en vida el poeta sí se difuminó, entre brumosos tomos de proteica poesía.

Criado como anglicano practicante y tradicionalista, escuela que determinaría sus posteriores exploraciones e intensas preocupaciones hechas poesía; se interesó inicialmente por las ciencias naturales, realizando sus primeros estudios en biología, buscando licenciarse como geólogo o ingeniero de minas. Pero, Auden mismo lo dijo, en uno de sus poemas más bellos, “la poesía no hace que sucedan cosas” y el poeta se impuso finalmente al hombre de ciencias.

A pesar del panorama inicial, en el que, como algunos de nosotros creemos todavía posible, Auden pretendía balancear literatura y “ciencias puras”; el escritor encontraría, entre sus compañeros del prestigioso Church College oxoniano, donde se volcó al estudio de la filología inglesa, un importante grupo de intelectuales jóvenes (círculo que incluía a Stephen Spender, Christopher Isherwood, entre otros) de preocupaciones artísticas similares, a los que encabezó casi de manera natual, al tiempo que consolidaba y reafirmaba sus dotes poéticas, ya grandemente evidentes desde sus tempranos 15 años.

Posteriormente, y con Isherwood como su mentor literario, Auden publicaría por primera vez. Se trataba de una antología poética que había sido impresa anteriormente de forma limitada e internamente a la facultad, casi en exclusividad para los amigos del autor. En esta ocasión era la respetada “Faber & Faber” la que se hacía cargo del lanzamiento, contando para ello con el aval de, nos lo volvemos a encontrar, T.S. Elliot.



“All I have is a voice
To undo the folded lie,
The romantic lie in the brain
Of the sensual man-in-the-street
And the lie of Authority
Whose buildings grope the sky:
There is no such thing as the state.”


Lo prolífico y enciclopédico de la obra de W.H. Auden hizo que, ya desde sus primeros trabajos, éste comenzara a atraer miradas. Apelando al anacronismo, y como no es posible abarcar toda su producción en unas cuantas líneas, aquí rescatamos, al sobrevuelo, algunas de las características más notables de su obra.

Su riguroso amor por la lengua, su uso y preservación, le permitieron, junto a una impresionante capacidad para la construcción verbal, introducir la modernidad (de la forma “absolutamente moderna” en la que lo deseaba Rimbaud) en la poesía inglesa.

Pero su rol de innovador temático nunca le significó una restricción, pues tanto como se sentía cómodo trabajando el aspecto metalingüístico del Yo lírico, o cultivando, con obsesión, “la verdad” desde la poesía; también recurrió, en sus temas, a los parajes de su niñez o a las leyendas islandesas de sus ancestros, por las que sentía profunda y especial fascinación.

Su paso por la Berlín de la República de Weimar, con su liberalismo sexual y la poderosa influencia del teatro Brechtiano, lo marcarían grandemente; tanto en el manejo de algunas estructuras formales como en sus preocupaciones sociales y humanas. Su altísimo compromiso, es más correcto decir que la dimensión ética del mismo, haría que se incluyese entre los intelectuales ingleses que cooperaron con el bando Republicano en la Guerra Civil Española. Fue precisamente en esta experiencia que sufrió sus primeras desilusiones políticas, alejándose luego del marxismo que cultivara en sus primeros escritos (dedicados al declive de la sociedad capitalista británica, entre otros temas); ruptura con la que comenzaría un devenir ideológico más bien caótico y que se prolongaría por el resto de su vida.

Sería impreciso analizar el trabajo de Auden solamente desde lo político o lo religioso/tradicionalista. La exploración del discurso multitemporal (no historicista) , la inclusión de nociones Freudianas, una visión del hombre obstinadamente hermética, la profusión de imágenes descreídas de las convenciones del modernismo o las tradiciones, fueron sustento de su exploración formalista del género poético, apasionadamente comprometida con una “verdad” última, que pasaba por considerar como función poética máxima el uso “correcto” de la lengua; todas ellas características típicas de Auden, permanecieron incolumes en su amplia producción, sin importar el formato, contexto o esfuerzo al que se circunscribiese.

Por supuesto que Auden no fue “sólo” un poeta. Su obra abarca (dentro de la poesía) incursiones en métricas y estilos tan diversos como el Haiku o las baladas sajonas, la estructura tonal de la canción popular y la prosa poética pre-romántica. Fuera del dominio de la poesía, Auden se desarrolló como crítico literario, ensayista, profesor y escritor de libretos para el teatro, la ópera y el cine, con resultados igualmente importantes.

En permanente juego intelectual consigo mismo, observador meticuloso e irónico, Auden supo establecer, desde la vastedad de sus textos, un permanente diálogo con un interlocutor ideal, partiendo de un yo que no era el “yo” lírico tradicional, que él deploraba; sino un Yo profundamente personal y capaz de apoderarse de la sensibilidad y estética de su poesía, mucho más que una voz, un Yo verdadero.


“(I’d like to believe that I think I love you more like Tocqueville would have and less like De Maistre)”


Riguroso como era, Auden supo alternar la exaltación de la emotividad con la no expresividad de un lenguaje intransitivo, traicionado por la sutileza de un (sin)sentido pergeñado entre múltiples voces y tiempos, a diferencia de otras expresiones artísticas.

Si bien habló del amor casi en términos críticos (entendiendo la crítica como un ejercicio de absoluta objetividad), Auden no deja de ser uno de sus cultores más conmovedores. Recordemos, sí hace falta, la perseverancia de este tópico en sus textos.

Si en sus letras parece enamorado de un alterego profundamente idealizado, Auden, en su vida sentimental, asumió la parte “entregada” de la relación, involucrándose con parejas que difícilmente podrían mantener el mismo nivel de interés que él por la relación.

Aunque se casó con la hija de Thomas Mann (solamente para facilitarle su escape de la Alemania nazi, como es sabido) W. H. Auden era homosexual. Desde sus días en Oxford, donde había mantenido una particular intensidad en su amistad con Christopher Isherwood (admitiría luego Auden que lo físico otrogó un nivel insospechado a la profundidad de la relación), o su posterior idilio con el joven poeta Chester Kallman, con quien hallaba una comunión tan especial que llegó a describir su relación como un “matrimonio de iguales”; Auden tuvo que aprender a lidiar con esta “situación”, que le causaba profunda culpa, y de la que, infructuosamente, intentó “curarse” por medio del psicoanálisis.



“Praise? Unimportant
but jolly to remember
while falling asleeps.”



W.H. Auden es un poeta difícil. Y no lo digo por lo elaborado de su lírica, sino por lo necesario que se hace un herramental, tan amplio como el del propio poeta, para poder comprender a fondo su obra, cargada de temáticas siempre variantes en su contenido y forma.

El mérito mayor de Auden, como es ya evidente, no es “solamente” el de haber introducido la modernidad en la poesía inglesa. Este inabarcable escritor, que se esmeró por desbaratar el estereotipo romántico del poeta, y prefirió ser recordado como “mucho más semejante a un hijo de vecino que a Kelley o Sheats.”, como el profesor eternamente humeante (no pude encontrar una sola fotografía suya en la que no apareciese con un cigarrillo), personaje excéntrico y de conversación magnética, inagotable en su sapiencia, merecía al menos este pequeño y demorado espacio. Hombre que disfrutó del reconocimiento durante su vida (ya en 1930 se lo consideraba el más importante poeta de su generación) y cuya influencia se extiende como un gigantesco arcón, al cumplirse su centenario, no cabe menos que escuchar su admonición:



“La poesía es lenguaje en el más personal, el más íntimo de los diálogos. Un poema sólo tiene vida cuando un lector responde a las palabras que el poeta escribió.”


auden

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