miércoles, mayo 13, 2009

Las Basement Tapes del Salmón

Andrés Calamaro jamás ha ocultado su devoción por Bob Dylan. Al contrario, ha llevado su fanatismo hasta el extremo de la mímesis, acercándose peligrosamente –en sus resultados– al bardo de Duluth. Pero, a diferencia de otros, que fallaron en la vacuidad de un envoltorio idéntico, Calamaro era un músico con mucho que decir, con grandes ideas, referencias impecables y una voz personalísima. Antes que repetir a lo Henry Ford, lo suyo era un filtro Mennardiano. Ergo, Calamaro no era el Dylan argentino (no podría serlo), Andrés era el más porteño de los cantautores de rock clásico.

De ahí que el título de esta nota tenga muy poco de gratuito. Calamaro guarda un vínculo medular con el primer y monumental rock, con ese de potentes convicciones –muchas veces dadas al exceso– y dientes de afilada poética blues. Sea pareciéndose a Dylan en sus años del torbellino enrulado de voz nasal (y gafas de sol permanentes) o editando un disco quíntuple cuando la economía de su país se venía abajo, el Salmón supo encontrar la mirada incisiva y particular que adquieren sólo los mejores artistas. Pero a esto hay que añadir que, al menos entre 1996 y 2003, Calamaro también manejó el perfecto equilibrio entre la composición personal y el masivo gancho pop. Teniéndolo hoy en años de performance intensa, pero de paticojos discos, no sorprende que el músico haya decidido desperezarse con un viaje faraónico a su década más prolífica y vitriólica. Son pues esos años (1997 – 2007) los que recopila "Obras Incompletas", una ambiciosa caja de 6 discos, 2 dvds y un libro en el que Andrés junta canciones populares, descartes, lados b, bootlegs y una parte de sus copiosas sesiones narcóticas en Deep Camboya. Entonces, pues, nos aguarda una recopilación tapizada por igual de sorpresas y cálidas excursiones al pasado.

Aparentemente aspirando a superar el exceso (infumable pero bien retribuido) de "El salmón", a pesar de su pinta megalómana –con un diseño automitificador en onda constructivismo soviético que haría sonrojar al mismísimo Carlos Mesa– es una apuesta mucho menos arriesgada. El cuento de la mágica vuelta de Calamaro ya está un poco rancio, cierto, pero las canciones de "Alta suciedad" (1997) u "Honestidad brutal" (1999) han envejecido como genuinos clásicos. Echando las redes en esas aguas, Andrés incluye en el primer disco joyas del tamaño de “Paloma”, “Estadio Azteca” o “Te quiero igual”, hits como “Flaca”, “Loco” y “Crímenes perfectos”, además de pequeños saludos a todos sus discos -incluso en vivo- lanzados entre 2000 y 2007.

Como ya habiendo pagado el impuesto con los “Greatest Hits”, el segundo CD de las "Obras Incompletas" sigue moviéndose en lo antológico, pero se carga en aguas más profundas, recobrando genialidades como “Me arde” (su versión de unos Rolling Stones psicodélicos), “No tan Buenos Aires” (as Dylan as Hank gets), la magnifica “Con Abuelo” y sus primeros experimentos tangueros. Sorprende especialmente “El viejo”, un dueto anabólico grabado con el inigualable Pappo, pero que tristemente es casi el único rescate del, tan prometedor como poco escuchado, "El Salmón".

Ya el tercer disco de la caja ofrece un 50% de rarezas, combinando la hermosísima “Los aviones” (un clásico que no lo fue) con la ambiental “Carne picada”, al cantautor popular latino de “Milonga del trovador”, “Nostalgias” o “Todo lo demás también” con el rock de matriz confesional de “Donde manda marinero”, “Ansia en Plaza Francia” –su pie de acercamiento a Nacho Vegas, con quien promete futura colaboración– y la nebulosa ácida de “All you need is pop” (uno de los temas más prescindibles de "El Salmón"). En algún lugar entre todo eso se clava “Funeral 11”, una suerte de hip hop drogado que predecía –desde "El Salmón"– la trayectoria post-regreso triunfal del Calamaro “Sexy & barrigón”. Tal vez como justificando tanta “libertad” Andrés termina recuperando también “Algún lugar encontraré”, más parecida a sus primeros días solistas que a su tenida hispana con Los Rodríguez. La conmovedora “Media Verónica”, que merece idéntico salvataje para cerrar el disco, evidentemente comprueba éste como el puente de la caja de "Obras incompletas".

Es justamente a partir del cuarto disco que esta compilación comienza a parecerse a las entrañables sesiones de Radio Vaticano, donde Calamaro transmitía en plan Coronel Kurtz todo lo que bajaba de su volcánica cabeza. La circense “Bachicha” triunfa con el típico hermetismo sardónico de "El Salmón", abriendo con gran altura este CD. A continuación se mezclan rocanroles que podrían estar en el "Let it be" (“Colegio de animales”) con experimentos concretos como “El ascensor” (que guarda un “cariñito” para Charly García) y saludos al rock melódico argentino (“El otro lado del viento”), que aparecen antes de “Ranchada de los paraguayos” y pegadas a una innecesaria revisión de “Media Verónica”. Es cierto que a momentos de lucidez clásica (“El blues de hoy”) se le suman empastillados trips como “Que clase de rico será”, pero una escucha integra del disco muestra que en él predomina la onda blues-funky-rocanrolera típica del Salmón circa 1998 –aún en la alucinada “El mago Merlín”–, por lo que este es el único de los seis discos que guarda cierta uniformidad sonora.

Hacia el quinto CD es que nos encontramos totalmente en la órbita de Deep Camboya, días de exceso recluso, de exilio beat, del Salmón. “Hop de realidad”, una meditación salmonellosa que precede brutalmente este estilo de tonterías, abre el disco con momentos de genial flujo automático. Lo extraño es que se haya preferido incluir muchas tomas instrumentales –producto de estados mentales claramente alterados– y hasta olvidables collages sonoros (“Mosaico aleccionador”) por encima de otras composiciones, o versiones, de esta etapa –que no en balde hace honor a su denominativo de “Basement Tapes”. El acid jazz de baja intensidad (“New Zappa”), los jueguitos de estudio (“Uruguayo sin termo”), las recitaciones aleatorias (“Manifiesto común”) o las humoradas sin sentido (“Mono de Kubrick”, “Pobre pibe”) son efectivamente divertidas, pero no precisamente lo mejor que hay entre las decenas de horas grabadas para la radio Salmón Vaticano.

Como tratando de quitar el sabor a poco del quinto disco, el sexto CD ofrece muchos y muy conocidos covers. Tal vez demasiados, o demasiado juntos. Y no es que sean malas versiones de Los Gatos (“Rock de la mujer perdida”), The Beatles (“Helter Skelter”), Radio Futura (“Veneno en la piel”) o Pink Floyd (“Wish you were here”), sino que el verdadero atractivo de estos covers, en las sesiones vaticanas, estaba en cómo se inmiscuían entre las zapadas narcóticas, o como mutaban a partir de una frase o sonido propio de la obra calamardiana. Así amasados no son mucho más que apuntes al costado de cualquier FM citadina.


En fin, con sus 103 canciones, sus 2 DVDs (con predecibles pero disfrutables vídeos, reportajes, backstages y “vivos”) y 184 páginas de texto, las "Obras Incompletas" de Andrés Calamaro fracasan al capturar al mejor Salmón de todos, el que salía del exitoso cuartel Rodríguez para escuchar a Lowell George y estrechar la mano al maestrísimo de Minnesota. Pero es justamente lo mismo que pasó con Dylan y sus "Basement Tapes", que fallaron al capturar lo sucedido en Big Pink en aquellas jornadas de 1967. Y tal vez también tiene que ver el hecho que Sabina, Pappo y Gardel no conforman un sustrato tan fundamental y coherente como los trovadores de la Old Weird America; pero eso no viene al caso. Tan evidente como resulta que esta antología podía armarse mucho mejor, aún sin variar mucho el material recurrido; a lo largo de sus seis discos sí tiene el merito de retener la atención por bastante tiempo –aunque su destino final es el destripe selectivo, estando en días de MP3 y afines. Tampoco es necesario reclamar por las ignoradas ondas flamencas, ausentes de la compilación pero imprescindibles para entender la subsistencia regenerativa que experimentó Andrés entre 2002 y 2005. Si algo debemos esperar es que Andrés se dé cuenta, con esta antología, que no hace falta que incite ya al personaje, que siga desnudando –excesivamente– el proceso creativo de sus clásicos (que grabé esta canción así, fumando esto, a esta hora, etc.). Lo suyo es un estilo de vida, una filosofía sonora. Ya de nada le sirven las imitaciones formativas, ni los derrapes de la madurez lo deben terminar frenando. Lo único que Calamaro necesita hacer es escucharse a sí mismo, y seguir la ruta de siempre. La difícil, la que usa el Salmón. Y ahí esperamos por su próximo (gran) disco.

1 comentario:

xl pharmacy dijo...

well this guy looks like he enjoys so much his life, good for him!