miércoles, octubre 03, 2007

La dicha de no ser inmortal ni eterno



Probablemente la escritura es la mayor meditación sobre el lenguaje que se puede practicar. Ese infinito juego de permutaciones metalingüísticas -permanentemente insensato diría Mallarmé- es el campo del eterno tirón entre ausencia y presencia, entre escritor y obra; ese espacio donde el escritor se clausura en su obra, pues no está en ella y sin embargo insiste en “morir, vivir y morir” por medio de ella.

Escribir es producir una ausencia. Así lo entendía Maurice Blanchot, uno de los filósofos, escritores y teóricos literarios de mayor relevancia del pasado siglo; gran intelectual francés que dejó una profunda impronta en el pensamiento filosófico occidental. Mucho menos visible que Sartre, pero tal vez más influyente que éste (en cuanto a pensadores francófonos de la posguerra se refiere), al conmemorar el centenario de su nacimiento descubrimos que la mejor manera de recordar a Blanchot es a través de su ausencia, a través de su escritura.

No me extraña lo poco reconocible que suena el nombre de Maurice Blanchot, al menos en términos de “popularidad”, si tal cosa cabe entre filósofos. Es bastante lógico que se le haya tratado con recelo, tanto en su faceta de escritor como de filósofo, ya que sus novelas y relatos no son precisamente accesibles, y mucho menos comerciales, razón por la que escasean sus traducciones o re-ediciones. Estos escritos suyos, “antifilosóficos” pero tan densamente ensayísticos como narrativos, se enfrascan en una experimentación modernista que le acerca a sus admirados Celan, Musil o Kafka; mientras que sus trabajos teóricos no suelen ofrecer grandes resoluciones inmediatas, a “primera lectura”, por lo que tan pequeña recompensa puede mantener alejados a los poco dados a la relectura metódica. Es comprensible que un hombre que se empeñó en negar al autor, reduciéndolo al lugar impreciso de la nada, al silencio que hace posible la palabra y es –como el blanco del papel– también un medio expresivo esencial, haya preferido desaparecer.

Producto de la intensa reserva que practicaba como consecuencia filosófica, casi no existen datos biográficos suyos. Se sabe que nació entre el 22 y el 27 de septiembre de 1907 y que falleció el 20 de febrero de 2003. Lo que sucedió entre esas fechas ha sido apropiadamente definido por las obras que publicó, divididas entre el ensayo filosófico, la crítica y el ejercicio teórico-literario, tocando también la escritura de grandes novelas “experimentales”, de relatos breves fascinantes y de una obra poética fuertemente asentada en la expresión y uso conceptual del lenguaje. Ajeno al ojo público, apenas se registra una fotografía suya, tomada durante su juventud y un huidizo vistazo ya en sus años postreros y robado por un paparazzi (!) en el parqueo de un supermercado; es decir, no existe una imagen pública de Maurice Blanchot, algo que con demoledora lucidez él mismo buscó, aunque la biografía más fiable la haya dejado también él mismo, al describirse en sus múltiples personajes autoreferenciales, o en el laconismo con el que resumía toda presentación biográfica: “Maurice Blanchot, novelista y crítico, nació en 1907. Su vida está por entero consagrada a la literatura y al silencio que le es propio.”

Blanchot es considerado como el último de los “ilustrados malditos”, grupo que formaba con George Bataille y Pierre Klossowksy, el escritor que presagió el postestructuralismo y un polifacético artista cuya modernidad abrió el camino a Deleuze, respectivamente; tríada a la que hay que añadir a Emmanuel Lévinas, amigo de Blanchot desde su juventud y durante toda su vida, y con cuyas ideas se funden las suyas, en un proceso evidente en filósofos posteriores, como Derrida o Nancy, sobre los que ambos tuvieron gran ascendiente. Blanchot mantuvo con Lévinas una relación mutuamente formativa, bidireccional y de gran relevancia, por medio de incesantes cartas y en una discusión constante que puede rastrearse, de obra a obra, en uno y otro escritor. Memorias de este juego de influencias se encuentran en los ensayos de Blanchot recopilados bajo el título de "L’amitié", entre los que el francés también incluye el recuerdo de notables amigos suyos como Robert Antelme o René Char.

Excepcional escritor, como también fue Blanchot, es imposible sobreestimar la perturbadora belleza de su primera novela, "Thomas, l’obscure", compleja exploración de la realidad como una proyección conceptual, en la que extensas explicaciones filosóficas desentrañan la naturaleza del ser y la escritura, donde la alteridad se transforma en una serie de ambiguas fantasías órficas, en las que la relación de una pareja se reduce a los monólogos de unas naturalezas, cada vez más distanciadas por la abstracción de las palabras. La perplejidad en la que esta novela sume al lector es una de las experiencias más definitorias que puedo imaginar, por lo que me cuesta comprender las razones por las que una obra maestra de esta magnitud, y de tan vasta influencia, tenga que permanecer escondida.

Si es que "Thomas, l’obscure" es su principal novela de ficción (única forma posible de llamarle, si consideramos el grado en que mezcla las disquisiciones filosóficas con la narración), la mayor obra teórica de Blanchot es "L’Espace littérarie", en la que trata la naturaleza de los procesos de la creación literaria en relación con el tiempo, la muerte y la historia, examinando la fundamental complicidad entre la muerte y la escritura. Igualmente notables resultan sus posteriores trabajos, cada vez mezclando más la narrativa y el ensayo filosófico, como en "L’ecriture du desastre", donde medita sobre la imposibilidad de articular un discurso “del desastre” en una sociedad históricamente marcada y movida por estos, dispensando al discurso filosófico de una responsabilidad ética frente al otro; trabajo que junto con "Le livre à venir" constituyen el núcleo del pensamiento blanchotiano.

Con el tiempo Blanchot comenzó a preferir las formas breves –relatos cada vez más cortos, sentencias filosóficas contenidas en aforismos, etc. – con mayor frecuencia, dejando también magistrales ejemplos de estas, como su "L’instant de ma mort", a medias irrecusable testimonio y fatal premonición filosófica, donde continuaba su exploración de la imposibilidad de la muerte y su relación con la escritura, dada por la vertiginosa condición del vacío que la posibilita.

“Escribir es morir”, afirmaba Maurice Blanchot, pero morir una muerte que es imposible sin el otro. La muerte era para él la pasividad final, una indeterminación extrañada del tiempo, que no llegará nunca: la “imposibilidad de la posibilidad”, apelando a una inversión Heideggeriana. Por ello Blanchot se retiró de sus textos, en una ruptura radical en la que la brillantez de su escritura demostraba que el “lenguaje del arte” no requiere del autor, pues la distancia de las palabras nos separa de él y le nulifica. Costará olvidar a un quebrantado Derrida admirando a Blanchot en la lectura que le dedicó en su funeral, recordándole “a través de los fluidos de una escritura sobria y fulgurante, que interroga incesantemente y pone en duda su propia posibilidad, (que) ha influido en todos los dominios: en el de la literatura y la filosofía, en los que no se ha producido nada que él no haya conocido e interpretado de una manera inédita.”

Acaso el heredero kafkiano por excelencia, Blanchot, valiéndose de su maestro (quien a su vez proclamaba: "No me aparto de los hombres para vivir en paz, sino para poder morir en paz") y vislumbrando la naturaleza de su existencia, hábilmente “evadida” de la muerte por la desaparición previa que es la escritura, decía:


(el escritor, Kafka, Blanchot) Se retira del mundo para escribir y escribe para morir en paz. Ahora, la muerte, la muerte contenta es el salario del arte, es la meta y la justificación de la escritura. Escribir para morir en paz.”



1 comentario:

David Mamani Cartagena dijo...

Indagando en wikipedia, solo se identifican 3 periodos de escritura en Blanchot, crítica, ficción y fragmentos. Al margen de eso encontré este blog que traduce el texto BERLIN. El link es:

http://espacioagon.blogspot.com/2007/07/berln.html


Finalmente adjunto otro link que podría complementar el texto publicado en Diseccionando Musas, un discurso que leyó Derrida durante el entierro de Blanchot, la dirección es:

http://www.jacquesderrida.com.ar/textos/mauriceblanchot.htm

Gracias por traer a la memoria otros filósofos desconocidos, un abrazo Javier y Luis.