domingo, junio 10, 2007

Homero Básico: Jazz para radicales


Pocos poetas han sido tan importantes y al mismo tiempo tan marginalmente reconocidos. Casi ninguno ha tenido la claridad expresiva suficiente, mientras trataba de establecer una nueva voz poética incorporando al canon occidental las ancestrales formas asiáticas, para articular un mensaje de urgente coherencia. Kenneth Rexroth probablemente sea más recordado como el (renuente) “padre” del Movimiento Beatnik, olvidando la poderosa intertextualidad de su poesía – intercontextualidad, incluso – para tomar una sola de sus facetas literarias. A veinticinco años de su muerte, un 6 de junio de 1982, aprovechamos la ocasión para recordarlo.

Kenneth Charles Marion Rexroth, uno de los mayores poetas norteamericanos del pasado siglo, nació el 22 de Diciembre de 1905, en Indiana, y vivió una sufrida/pintoresca niñez-adolescencia-juventud, marcada por la temprana muerte de sus padres y su educación autodidacta (asistió al colegio menos de cinco años), que complementó sus primeras lecturas de “los clásicos” con una serie de viajes, que lo llevaron de Greenwich Village a Sudamérica, y que financió trabajando de mozo, luchador de catch y reportero. Tras breves – y definitorias – estadías en el París de Tzara y los vanguardistas, y en un monasterio como postulante, fijaría su definitiva residencia en San Francisco, donde permaneció hasta su muerte.

Los primeros poemas de Rexroth, que datan de los días de su llegada a San Francisco, acusan su formación como pintor abstracto y su contacto con los surrealistas, pues se asemejan mucho a los de Apollinaire o Reverdy. Siendo más joven Rexroth había acostumbrado protagonizar “arengas poéticas”, subido a una caja de madera en alguna esquina, recitando versos revolucionarios para obreros y sindicalistas exaltados. Aunque la preocupación política sería una constante en su vida, no tardó en alejarse de estas dos vertientes poéticas.

Rexroth ha sufrido una cruel condena por no haber podido ser ajustado, o circunscrito, a un solo movimiento o escuela poética. Por ello terminó relegado a proemios y apéndices, cuando su participación ha sido trascendental para el desarrollo poético de la lengua inglesa en el Siglo XX, y sus méritos acaso mayores a los de muchos otros poetas, encumbrados sobre dudosas conquistas.

Quizás la más usual, y sencilla, forma de categorizar o describir a Rexroth sea por el rol que desempeñó como precursor del movimiento contracultural beatnik. Él rechazó el título de “padrino” de este grupo, al que promovió y ayudó a difundir (“Un entomólogo no es un insecto”, sostenía en su descargo); aunque ya desde sus días como fundador de la “Poesía Jazz” (o la relectura de Homero y los bardos como parte de una banda de jazz), hasta la mítica lectura pública en la que patrocinó a Ginsberg y su debutante “Howl”, Rexroth jugó un papel importantísimo para el movimiento. Es más, puede que su influencia – junto a la de Kenneth Patchen – haya sido tan decisiva en las formas y características beat como la de los “Cantos” o Walt Whitman. Un estudio concurrente de “Howl” y “Thou Shalt Not Kill”, de Rexroth, será sin duda revelador en tal sentido.

Siendo parte del “Renacimiento de San Francisco” y de los poetas libremente denominados como “Objetivistas”, Rexroth adoptó un lenguaje poético tildado de “místico”, pero cercano en su manejo de las imágenes al método ideográmico de Pound. La forma que encontró Rexroth para vincular lo abstracto y lo concreto fue a través de la naturaleza, inmanente a su obra, y que con la recurrencia del amor como “acto sacramental” le hacen el principal poeta “ecologista”. Claro que para entender ese afán “ecológico” en su obra debe leérsela como proveniente de un anarquista convencido, que contemplaba insistentemente la belleza natural, en perfecta contraposición a una sociedad decadente.

El amor es sin duda un tema importantísimo en Rexroth, quien lo trató con frecuencia, sobrepasando la noción usual en este tipo de empresas. Para él, que escribió poemas de amor intensamente personales, que se transformaron a lo largo de su carrera, pasando de un simbolismo amplio a un afán mistificante, menos abundante en metáforas y más próximo (tal vez como resultado de su roce con voces poéticas femeninas); el amor fue para Kenenth Rexroth la entrada al mundo contemplativo.

Sin embargo, la fuerte influencia del budismo y la filosofía oriental, que estudió Rexroth, pareció siempre en forcejeo con la enraizada percepción sacramental del amor (eminentemente judeo-cristiana) que éste tenía. Una constante intención por otorgarle al amor, incluso físico, una dimensión espiritual antes que erótica, trasciende su obra, comprobando lo anterior.

En contradicción con ciertos apetitos místicos, la vitalidad de Rexroth – un iconoclasta divertidísimo de leer en sus comentarios – mantuvo una posición lo suficientemente crítica (siempre contra el establishment) como para creerle cuando decía: “Yo escribo poesía para seducir mujeres y para destruir el sistema capitalista… en ese orden”.

Sería injusto no recordar lo que Rexroth hizo fuera del campo poético. Ejerció como docente en algunas universidades y también como crítico literario, demostrando una envidiable lucidez; y a pesar de que él minimizaba su valía, hemos de mencionar su columna “Classics Revisited”, en la que comentaba viejos libros y autores, releyéndolos de llamativa forma, o recuperaba ignoradas joyas literarias, sin olvidar los clásicos canónicos. Un hombre de tan gran vocación científica (¡Leía anualmente la “Enciclopaedia Britannica” completa y de principio a fin, cronológicamente, “como una novela”!), era quizá el indicado para este papel de “maestro de ceremonias” literario.

Kenneth Rexroth fue también uno de los más dedicados estudiosos de la poesía oriental. Consolidó su estilo y voz desde Du Fu, poeta chino del siglo VIII a quién tradujo y presentó al mundo occidental, y de quién afirmaba lo había hecho “un mejor organismo perceptivo y agente moral”, y con el que compartía preocupaciones filosóficas y formales (como el deseo de conformar una expresividad poética desde el lenguaje coloquial). Rexroth también traduciría y difundiría a numerosas poetisas chinas y japonesas, de donde obtuvo el germen para una de sus mayores (y postreras) creaciones, Marichiko.

The love poems of Marichiko” (1978), era una antología en la que Rexroth supuestamente traducía la obra de esta poetisa japonesa, cuando en realidad él mismo escribía los poemas, empleando al ficticio personaje como nom de plume. Cargados de un fuerte erotismo – fortísimo, si consideramos los setenta años del autor – la auténticamente trágica progresión de un ardoroso idilio al abandono, olvido y muerte, como la verosimilitud de la voz ajena, asumida para la creación (y que puso a varios académicos japoneses en busca de la desconocida poetisa), hacen de este trabajo uno de los hitos máximos de la poesía (norte)americana contemporánea.

Los medidos tirones estéticos de su poema “The dragon and the unicorn” evidencian el carácter heraclitiano del poeta, en permanente flujo entre lo oriental y lo occidental, entre el retorno a la naturaleza y la emergencia urbana. Su exploración de las fuentes poéticas clásicas, otra de sus constantes, creemos halla su máxima belleza en los volúmenes de su “The signature of all things”. Con todo, en constante búsqueda de una “puerta recta y más pequeña que el ojo de una aguja”, Rexroth recorrería los extremos del mundo, como una voz danzante entre millares de ideas; yendo del jazz a la religión, de los sindicatos a los beat, en una expansividad vital difícil de comprender sin aludir a un torbellino creativo, parafraseando a Mailer, “en viaje, sin mapas, hacia los imperativos rebeldes del individuo”.

Kenneth Rexroth, un agitador anti-burgués que abrazó el misticismo comunitario, llevó la exuberante carga expresiva de Whitman más allá, acusando desde la renuncia monacal y la sabiduría oriental, el individualismo que, con Kerouac, había encendido una generación entera. Poeta transparente y accesible, tuvo que quedar como “papá” beatnik o poeta jazzero, a pesar que practicó tanto el encabalgamiento de Catulo como la rítmica de Pound; pues, vitalmente radical y afianzado en su propia tradición, debía ser simplificado – esquemáticamente empobrecido – si acaso deseaba trascender.

¿Gran poeta del amor?, ¿Proto-Beat?, ¿Wobblie ilustrado?, ¿Místico ecologista?... preguntándonos con él si el tiempo es la misericordia de la eternidad, con un Rexroth ya eterno, contestamos – como él hiciera con William Carlos Williams – “(…) y tú eres también ‘puro’, un auténtico clásico, mas no escandaloso por ello. No como la estridente Safo, quién por toda su grandeza habrá sufrido endometriosis. Más bien como Anite, quién dice sólo lo suficiente, suavemente, para el recuerdo de todos los miles de años. (…) Y esto es, hijo mío, lo que es un poeta. Alguien que crea relaciones sacramentales, que son eternas.”





N. del E. : Debido a problemas técnicos imponderables, ajenos a nuestro control, así como a cruces de calendarios y excesos académicos, hemos quedado atrasados con la publicaciones. Nos excusamos por las irregularidades e incumplimientos, mas al no poder publicar seis artículos de un tirón (nadie los leería) los colgamos acá en su versión PDF, para que puedan ingresar así, a modo de un improvisado "archivo", y encontrar los artículos que adeudamos, seleccionando los que realmente les interesa leer. Gracias por sus visitas y comentarios, a continuación los enlaces.

Demás está decir que los comentarios a estos artículos los pueden dejar también acá. Si desean que sigamos publicando más material rescatado de los "archivos", será un gusto atender sus peticiones. Gracias a todos por sus visitas y atenciones.

1 comentario:

Lucía dijo...

Me da mucha alegría leer éste post y los homenajes hechos a Tim Buckley y a Jeff Buckley (del que estoy enamorada). Es muy difícil encontrar personas con estos mismos gustos y que además escriban tan bien.
Un abrazo.