martes, enero 09, 2007

"David Bowie Is Alive and Well and Living Only In Theory"

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Difícilmente nos podemos imaginar al futurista Ziggy Stardust invadiendo la tierra con un ejército de arañas marcianas, a un lord inglés enfundado en un impecable y blanco traje de escapista pop, o a un junkie mesíanico experimentando, a la sombra de la cortina de hierro, con las pericias técnicas de las frippertronics y el minimalismo ambiental, o a un elegante cockney invocando un beat bailable, potabilizado hasta el extremo del op art, o a un glam rocker alimentado con guitarras densas y dueño de una performance escénica mucho más cercana a Wagner que a Gershwin o a Orbison. Quizás un actor tremendamente dotado podría, apenas, interpretar a uno sólo de estos personajes; pero que todos quepan en un mismo y lunático recipiente, en la piel de un sexagenario camaleón, es simplemente imposible.

El nombre de ese receptáculo es David Robert Jones, que, para evitar cualquier confusión, adoptó el filoso alias de David Bowie, aludiendo a un célebre cuchillo (The Bowie Knife), que fuera amistad y compañero de forajidos y filibusteros; el que sería, además, su primer y más duradero ego alternativo, de entre una plétora de “egos” que adoptaría durante su carrera, en lo que es una suerte de salida a su latente esquizofrenia hereditaria. Jones nació un 8 de Enero de 1947, hace 60 años; Bowie lo hizo unos 17 años más tarde, Ziggy hace 35, el Duque Blanco unos 4 después que el anterior…

Lo prolífico de la carrera de Bowie, su megalomanía, su capacidad inventiva de auto evocarse en distintas encarnaciones (superada, acaso, sólo por la mercurial Madonna, pero seguramente superior a la de Dylan, por ejemplo) y su vida artista, perpetuamente “making love to his ego” (egos, más bien), la energía demencial de este sujeto, lleno de contradicciones y anacronismos, hacen que, tomando en cuenta sus disturbios emocionales y autodestructividad creativa, desafíe cualquier explicación psicoanalítica, filosófica o incluso socioantropológica. Bowie solamente puede ser entendido en sus propios términos. Procuremos, entonces, acercarnos a este personaje (o a estos personajes) desde una, cabalmente, descabellada teoría.

La visión de adelantado de David Robert Jones no pertenece a este mundo. Con el ojo izquierdo semi-ciego y su pupila permanentemente dilatada, a causa de un accidente de infancia (o talvez por designio de cierto sino superior), David parece observar a través de una puerta eternamente abierta, por medio de la que accede un continuum en perpetuo movimiento, en el que no existe distinción entre pasado y futuro, dentro del cuál tiene tanto sentido un Ziggy Stardust en plena Revolución Industrial, pero resulta igualmente anacrónico un Duque Blanco en el Studio 54.

Hombre capaz de la iconoclasia máxima, dueño de un dominio musical sin parangón y de cierta ingenuidad ante la vida, que lo llevó a fundar, a sus 17 años, la asociación contra el maltrato del hombre pelilargo – organización a la que tendré que adscribirme – para evitar ser llamado “Cariño” en las calles (no me ha pasado aún); curtido por una existencia extremófila y concupiscente, se transformó mucho más en un performer, un entertainer y artista de tablas, cuasi circense en su sofisticación alla Bolshoi, que un simple saxofonista (deseo que abrigó inicialmente, tras empaparse en la contracultura beatnik y el jazz, por culpa de su esquizoide y malogrado medio hermano) o un llano imitador de Elvis y Bing Crosby (papel con el que vadeó sus primeros meandros artísticos, alternando en pubs y tabernas, antes de alumbrar al forajido Bowie).

Así como Bowie no parece pertenecer a tiempo alguno, su actual faceta de padre devoto, capaz de quedarse tardes enteras viendo episodios de “Bob Esponja” junto a su hija; no contradice el hombre mayor que tuvo que dejar de tocar hace tres años atrás, a causa de una arteria ocluida. Pero tampoco extraña verlo en los conciertos de nuevas bandas neoyorquinas (donde actualmente reside), apoyando fervientemente a sus favoritos Arcade Fire y TV on The Radio, curando el Festival Highline, asomándose como un intrigante Nikola Tesla en “The Prestige” (2006) de Christopher Nolan, o prometiendo una gira para este año, que también podría ver un nuevo disco suyo. No es entonces extraño que el David Bowie actual parezca mucho más vital que el engendro, apenas salido de su tumba, que parecía en la portada de su disparejo “David Live” (1974).

A pesar de todo, la intemporalidad de vanguardia de Bowie le ha costado, en muchos casos, el tener que alternar fracasos de crítica y público con ovaciones cerradas de ambos frentes. Quizás a causa de su condición de viajero del tiempo, mucho de lo que ha hecho ha sido considerado como la labor de un pionero, un revisionista poco lúcido o un lunático descompuesto por las drogas.

Tampoco parece demasiado descabellado afirmar que David puede provenir de algún otro planeta. Su relación con el espacio exterior comenzó a hacerse explícita con “Space Oddity”, que se utilizó como tema oficial durante la transmisión que hiciera la BBC del primer alunizaje. El personaje de Ziggy Stardust y sus Arañas de Marte, la capacidad operística necesaria para preguntarse si la trivialidad urbana puede ser mejor que la vida en Marte, (pregunta retórica que resuena en “Life on Mars?”), que coincidentemente su primer gran rol cinematográfico haya sido encarnando un alienígena enfrentado a la vida terrícola (en “The man who fell to earth” de 1976) tampoco ayuda a dispensar las dudas, lo mismo que su capacidad para desarrollar, desde teorías sobre la demencia espacial, atmósferas de apabullante extrañamiento interno, que nada tienen que envidiar a Stanislaw Lem en su grandeza sci-fi, etc., Bowie, a lo mejor, sí proviene de alguna otra galaxia.

Un innovador en todo sentido, Bowie impuso un interés casi conceptual y no superfluo en el uso y composición de elaborados montajes escénicos, en el manejo de la apariencia e indumentaria como gimmick. Claro que este explotó con deliberación su flirteo con una ambigüedad que hacía parecer a Zappa y sus Mothers of Invention (también enfundados en vestidos femeninos) como travestís en fiesta de Halloween. Que haya lucido una especie de mullet intergaláctico (al menos 20 años antes que McGuiver o Billy Ray Cirus) y que se lo haya pintado de rojo (casi un lustro antes que el punk convirtiese tal moción en algo hip y reaccionario a la vez) o que se maquillara como un new-romantic antes de que estos dejaran de tomar biberón, habla de un genuino visionario.

Hablemos ahora de las, no escasas, virtudes musicales de Bowie. Entre su amplio catálogo resalta el futuro casi cyber punk de “The Rise and Fall of Ziggy Stardust and the Spiders from Mars” (1972) que 35 años después todavía suena como un trabajo “del mañana”. Capaz de relatar la historia del rock antes de que esta sucediese (pronosticó la muerte de Elvis, el punk y hasta el fenómeno Cobain) captura, desde el arquetipo sonoro del primer glam rock, la vida del rockstar por antonomasia; el mesías popular que es engullido por la vorágine de la fama y la encandilante idolatría masiva. Venido a la tierra para liberar al mundo de la banalidad, Ziggy es consumido y victimado por sus propios excesos, en una aliteración de la narración de la pasión y del rol de la víctima expiacional del imaginario judeocristiano, que confirma que con sutileza se puede ser más conmovedor que con un gran alboroto.

El viaje que nos propone este disco es sencillamente sobrecogedor. A momentos sombrío, en otras ocasiones abiertamente glorificante y vívido, esta suerte de opera rock, disco conceptual e intento por fundir el pop-rock y su estética (estribillos sencillos y pegajosos, armonías vocales aglutinantes) con el léxico del art rock, consigue dotar de accesibilidad a un trabajo de indiscutible vanguardia. Repleto de referencias a bandas y artistas que van desde The Velvet Underground a Norman Carl Odam (el Stardust original); “Ziggy Stardust” sobrelase como una de las obras maestras definitivas de los setenta.

No le haríamos justicia, sin embargo, al legado musical de Bowie si no mencionamos (dado que tratarlos a fondo es imposible por motivos de espacio) “Hunky Dory”, una obra redonda y casi perfecta que, a pesar de ser una gran precursora e incluir el hit perenne “Changes”, fue casi desestimada por completo. Otra joya ineludible es “Diamond Dogs”, un experimento Orwelliano por transmutar 1984 al lenguaje Stardust; “Station to Station” y la psicótica aparición soul de The Thin White Duke, “Aladin Zane” y el acento yanki de Ziggy en la cresta de la ola glam, y (por supuesto) la incomparable “Berlin Trilogy”, colaboración genial con Brian Eno y Paul Visconti, que abordó el minimalismo, el kraut rock, el ambient y el art rock, pavimentando la vía al industrial, al post punk y al new wave. Las magníficas “Low” (“If you cut me I’ll bleed ‘Low’ ” dice Bowie de esta depresiva introspección artística), “Heroes” (Fripp rebota en el muro de Berlin en la épica pista homónima de este furioso y oscuro disco) y “Lodger” con su exotismo neo pop; que vienen a confirmar que los setenta le pertenecieron a David Bowie.

Fue también durante esta década que Bowie produjo algunos otros trabajos geniales, particularmente los de sus admirados Iggy Pop (“The Idiot” y “Lust for Life”) y Lou Reed (“Transformer”) de quienes muchos afirman son precisamente estas colaboraciones con Bowie lo más alto de su carrera solista.

David Bowie y su trabajo, lo sabemos, no se entiende solamente desde la música. “Sound + Vision”, música e imagen, conforman una unidad completa, un espectáculo de sonido y figuras que acerca la obra del inglés a la opera, al ballet o a las performances más avanzadas. Su entrenamiento de escuela Brechtiana se nota mucho cuando se sube al escenario, que domina con envidiable tino. Quizás no desde la energía derrochada de James Brown, la visceralidad de Iggy Pop o el descaro de Mick Jagger, pero montando una lujuriosa experiencia sensorial (especialmente si hablamos de lo que hizo hasta 1980), los efectos especiales escénicos, la pornografía hilarante de la puesta en escena, la conjunción de una pomposidad visual y la fuerza atronadora de la música, hacen que los años de rock conceptual de Bowie sean una perpetua asignatura pendiente para sus fanáticos nacidos posteriormente. Grandeur, es la palabra justa para evocar aquellas experiencias.

David Bowie es también, natural y previsiblemente, un buen actor. Autodescrito como “un cruce entre Nijinsky y Woolworths” Bowie ha encarnado un vampiro posmoderno en “The Hunger”, le ha puesto rostro y aliento al mejor Andy Warhol cinematográfico en “Basquiat”, participó en Twin Peaks, al mando del genial David Lynch, se puso a ordenes de Martin Scorsese para interpretar a un notable Poncio Pilato en la polémica “The Last Temptation of Christ”, aún colabora con una troupé de teatro experimental, que ayudó a cofundar y tuvo también un reciente cameo en “Spongebob Squarepants” (su cartoon favorito). Resonando entre los futuros actores de reparto oscarizables (lo dudo mucho), no se puede esperar menos de quién, a sus cuatro años, llamó a la ambulancia y logró convencer a los paramédicos que el motivo de su llamada era que estaba muriendo.

Convertido hoy en día en una suerte de icono pop alternativo, David Bowie es mucho más que un Sinatra (o Jacques Brél) alienígena. Él, quizás anacrónicamente, encarna el devenir musical del siglo pasado. Ya presagió “the ultimate pop” con su etapa de alma plástica (plastic soul), apadrinó el grunge con el sonido cuasi-industrialoso de The Tin Machine, fue santificado por el astro minimalista Philip Glass, al adaptar este al formato Sinfónico el álbum “Low”, mientras Bowie narraba a Prokofiev, en pleno descarrilamiento punk. De la imitación krautrocker al disco de raíz funky, del jazz virtuoso del Pat Metheny Group a su primer sonido de garage sofisticado, del fracaso total de su banda The Hype al megaestrellato radial de “Let’s Dance”, Bowie ha transitado la ruta completa entre el pasado y el futuro.

“Diamond Dogs is still the future” reza un graffiti que alguna vez encontré por ahí. Ninguna otra cosa, ni la teoría del ojo que ve “más allá de lo evidente”, explica mejor lo intemporal de la obra de David Bowie. Y aunque suele pasar que el glam y el arte de alto perfil visual son más imagen que sustancia, con Bowie no sucede esto, pues él siempre fue imagen Y sustancia en su consumación definitiva. Quizás, junto con un puñado escasísimo de otros iluminados, solamente David Bowie comprende a cabalidad lo que es ser un músico. Y así como es imposible explicar la dialéctica cambiante de este vaivén de personajes, egos, géneros y estilos, nos refresca la anglófila certeza (adulterando palabras del Bowie que vivió ese “Rock ‘n’ Roll Suicide”) “The Thin White Duke will never grow up an old bat.”


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15 comentarios:

Anónimo dijo...

Bowie no le cuenta sus planes a Dios. Bowie is deranged.

Su mejor àlbum probablemente sea el Outside. Es el que tiene un concepto más redondo y el que está mejor pensado. Ese álbum es una belleza, de allí salieron temas y arreglos para "Se7en", la peli de Fincher y para "Lost Highway" de David Lynch, soundtrack que fue armado por el mismísimo Reznor.

Recomiendo una escuchada a "The Heart´s Filthy Lessons" y si pueden, tambien una mirada en youtube al video homónimo, terror puro, no recuerdo si el video es del genio Romanek o de la Sigismundi, pero está... está... deranged.

Anónimo dijo...

Fuera a todo lo dicho en la nota, es el segundo músico más rico en el planeta (luego de Sir Paul por supuesto). Riqueza que no solo viene de vender discos; sino de invertir en bienes raíces, crear empresas y similares. Un genio para los negocios (vaya tipo).

Anónimo dijo...

Excepcional primer párrafo.
¿Te lo puede plagiar a la primera oportunidad?

Javier Rodríguez dijo...

Gracias por los comentarios.

David Bowie es un sujeto completamente impresionante. No sabía que era el segundo músico más rico, y mucho menos que lo fuera gracias a inversiones en bienes raíces. "El otro", siempre sorprende con estas cuestiones.

Romeo, no he escuchado ese disco, pero ya le estaré poniendo atención. Te cuento que David tiene colaboraciones varias con Reznor, algunas suenan muy bien, te las recomiendo. Lo mismo que la "Berlin Trilogy" (discos geniales, algo apabullantes y poco aptos para oídos acostumbrados al pop) o la etapa alta del Ziggy, en la que ya veíamos (como en el video que tú sugieres, una joya) que Bowie era un pionero de lo audivisual (véase el video de "Life on Mars?" disponible también en youtube. Con Bowie no hay desperdicio, ni siquiera en su etapa "dance" pseudo pop de los 80.

Anónimo, gracias por el elogio. Puedes citar el párrafo cuando lo desees, claro que sería mejor que indiques fuente y autor. ¿No crees?

Muchas gracias por las visitas y los comentarios, ahora me voy para continuar la defensa de Calamaro, un par de posts más abajo.

Saludos a todos.

Anónimo dijo...

Oye, Javier, yo dije plagiar, no citar. Asi, como vos decis, citar con fuente y todo, es otro precio, cserito.

Javier Rodríguez dijo...

¿Arriba las manos, entonces?

Anónimo dijo...

Very good web site!

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See you soon!

Bi Ormeño dijo...

Hola Javier...

Guauuu!, agradesco tu artìculo sobre el camaleòn... No tengo mas que decir:LO AMO!!!...Llegò a emocionarme cuando yo creía que nada me emocionaba, es la raja Bowie, y su influencia es mas que musical, es casi espiritual...

Te visitaré seguido...
Ojalá tu igual lo hagas...

SALUDSKY!!!!!!!

Javier Rodríguez dijo...

Bianca, muchas gracias por la visita. Me alegra mucho que te gustó el artículo.

Bowie tuvo, también en mi caso, una atracción mucho más allá de los estrictamente musical. Algo casi tan trascendental y fuerte - en la raíz de esa seducción profunda e intensa - que no habí tenido con ningún otro artista desde que Bob Dylan me arrancó el cerebro viejo, puso uno nuevo en su lugar, le´dio cuerda y las cosas no fueron iguales nunca más.

Esperamos tus visitas, yo sospechaba que nadie leía artículos taaaan largo, pero parece que me equivocaba. Gracias por venir, nosotros también te visitaremos.

Un gran saludo

Anónimo dijo...

Pues sí, genial artículo, valoro el poder de cambio y modernización de Bowie, pero yo sigo pensando que "daimond Dogs is still the future" y es que su primera etapa me parece incomparablemente superior a todo lo posterior. De todas formas es un icono de masas, y creo que es uno de los tres músicos más influyentes del s.XX, eso lo dice todo.

Javier Rodríguez dijo...

de acuerdo en todo ripser, muchas gracias por la visita

Galamot Shaku dijo...

Sin palabras... bowie es mi religión larga vida al rey camaleón!

Anónimo dijo...

Adoro a david Bowie! el hombre que cayó ala tierra es una de las mejores poeliculas que vi en mi vida!
te dejo el link de mi Revista Literaria por si te interesa.
besos!
http://www.esnips.com/doc/2fcb32a7-3e7e-472a-91ca-d3d7012589b4/Revista_IN_TENEBRIS

Anónimo dijo...

HOLA SOY SOCIOLOGA Y HAGO MI TESIS CON RESPECTO A BOWIE, TE GUSTARÍA DARME UNA ENTREVITA? ES PEQUEÑA.
CARIÑOS,
WWW.FOTOLOG.COM/LOLITAZ

TE DOY ESE LINK AHI ME PONES SI O NO. Y LUEGO AHÍ VEREMOS.

Celeste Silva dijo...

Me gusta mucho tu artículo porque pones en palabras el sentir de muchos admiradores de David Bowie que no somos tan buenos con la lengua escrita.

Lo admiro por su genio creativo. También indirectamente ha aportado en las causas de las mujeres y la diversidad sexual. Además es buena persona. Más que un artista, es una inspiración.