sábado, septiembre 16, 2006

Tras la pista de los asesinos zoomicidas (R.A.P.)


En los pasados días hemos atestiguado una suerte de recrudecimiento en la batahola mediática sobre la película de Rodrigo Bellot, "¿Quién mató a la llamita blanca?" y, lamentablemente, mucha de esta ida y venida de críticas, contracríticas, respuestas e insultos, se ha valido de argumentos que guardan poca o ninguna relación con la película como obra cinematográfica, intrinsecamente hablando, o las "críticas" (comentarios) que sobre ella se han escrito, como lo que son (o deberían ser) críticas y opiniones.

Durante este periodo, por motivos también ajenos a los comentarios aquí publicados, este blog se ha visto envuelto en cierta polémica en tal vena. Buscando presentar todos las perspectivas posibles sobre la película, y aprovechando la enorme gentileza de Rodrigo Antezana Patton, que nos ha enviado su artículo "Tras la Pista de los Asesinos Zoomicidas" , con la respectiva autorización para publicarlo acá, les traemos la opinión de este crítico, como contrapunto coral a las críticas anteriormente publicadas en el blog. De esta forma Rodrigo se convierte en nuestra primera firma invitada, en lo que esperamos será una larga y fructifera colaboración con este blog, como con otros medios en los que estamos vinculados.

La visión proactiva de Antezana, y quizás más positiva que las hasta ahora aquí disponibles, contibuye a redondear el espiritu de imparcialidad y profesionalismo que queremos mantener en este medio. Demás está decir que con este comentario cerramos en este blog el capítulo dedicado a la nueva película de Bellot. El presente artículo, aparecido en el Suplemento "Lecturas" del periódico "Los Tiempos" (aquí) y la publicación del comentario de Javier Rodríguez, "Llamerada con música estridente" en el Semanario "La Época" (aquí) se hallan disponibles en los links respectivos en la versión aparecida en esas publicaciones de prensa.

Sin más, agradeciendo la gentileza de Rodrigo Antezana y el interés mostrado por este blog, los dejo con el artículo.





Tras la pista de los asesinos zoomicidas

Por Rodrigo Antezana Patton





“¿Quién mató a la llamita blanca?”
puede considerarse como una buena noticia para el cine boliviano por tres razones: Primero, es la segunda película de su joven director. No sé porqué la gente escoge llamar ‘promesa’ a un director que hace una buena película a la primera, ¿acaso lo que ven sus ojos todavía no es real? Rodrigo Bellot es un buen director desde su debut, promesa podría ser alguien que no ha hecho mucho y se muestra como un buen estudiante de cine. Ejemplo, Boulocq era una promesa, hasta hace poco más de un mes, ya no, ahora es un joven buen director. Yo soy de aquellos que no gustaron mucho de “Dependencia sexual”, peca de tremendismo, y las narrativas donde todo es un problema siempre resultan pobres a mis ojos, pero el director de ese filme exhibía un talento que desbordaba por doquier, había corazón en su trabajo. Si tienes corazón, ya ganaste media batalla en cualquier arte, el resto es técnica, y la de Bellot me sorprendió.


Lo que Rodrigo se arriesgó a hacer en su primer filme probablemente lo haga palidecer cuando tenga más años. Todo un largometraje en pantalla dividida, muy difícil. Si Bellot lograba que un 51% de esa producción estuviese bien planteada, ya habría sido todo un éxito. Creo que superó el 70%, y dentro de eso hay escenas que por sí solas construyen carreras. El ojo de “Dependencia Sexual” merece que me saque el sombrero, y el peluquín, mientras aplaudo sinceramente, y por un buen rato. Hay miles de buenos estudiantes de cine en todo el mundo, apenas un puñado, no más, tienen algo de maestros, Bellot es uno de ellos. En cuanto a la historia y sus defectos (sin olvidar que también tenía virtudes), yo diría que se deben a su juventud, ya veremos qué dice él más adelante. En el caso de Rodrigo, verle madurar no se tratará sólo de años que se acumulan sobre una persona, será una filmografía que crece. “Llamita blanca” es su segunda película.


La segunda buena noticia proviene de su guionista. “Llamita blanca” es la primera película guionizada por Juan Cristóbal Ríos. Este joven fue compañero mío en la universidad, su naturaleza caótica, escritura desordenada, no parecían augurarle nada bueno en el futuro. Vi algunos de sus primeros cortos, comparados con los trabajos de sus pares, pues, seguían arrojando un diagnóstico negativo. Me acuerdo que en una fiesta, él estaba con unas copas de más, embriagado me comentó ‘Yo sé lo que valgo’, no recuerdo mi respuesta, pero, en ese momento, lo que él valía sólo lo sabía Juan Cristóbal. Un par de años más tarde, en otro festival de producciones de estudiantes, pude ver otro trabajo suyo, mucho mejor, y con un bien logrado final sorpresivo. Ríos aprendía, y seguía aprendiendo, los demás comenzábamos a ver su talento. La coronación de su propia carrera como videasta, llegó este año, cuando su corto (escrito y dirigido por él), “El criticón”, ganó el primer lugar en un Festival de cortometrajes organizado por la Alianza Francesa. Para entonces, su guión de “¿Quién mató a la llamita blanca?”, basado en una idea original de Álvaro Ruiz, ya había sido filmado y se encontraba en postproducción. Trabajando, Juan Cristóbal se encargó de cerrarles la boca a todos los que dudaban de su capacidad, incluyéndome a mí.


La tercera buena noticia es la película en sí, ya que se trata del primer esfuerzo concretado por La Fábrica, que prepara los futuros realizadores audiovisuales del país.


Y qué hay de la película, ya que todo lo mencionado son detalles relacionados con, pero ajenos a la misma. ¿Qué tal está el filme? “¿Quién mató a la llamita blanca?” es una agradable comedia cholo turística, donde Domitila (Erika Ándia) y Jacinto (Miguel Valverde) son dos maleantes paceños contratados por El Negro (John Mark), un importante traficante, para llevar 50 kilos de cocaína del ande al llano boliviano. Durante todo el trayecto serán perseguidos por Perucho (Agustín Mendieta) y Chicho (Pablo Fernández), un ‘dúo poco dinámico’ de la FELCN. El guión utiliza a estos personajes, y su idiosincrasia particular, para presentar un caricaturesco panorama del país. No hay cliché que no valga, y no hay tropiezo que no tenga algo de real (lo que, en muchos casos, debemos lamentar colectivamente).


Bellot utiliza su habilidad al mando para seccionar la pantalla, introducir definiciones de diccionario, fotografías, puntos de vista, flashbacks y rebobinadas. El manejo técnico del director permite un entretenido desarrollo de la obra, ricamente visual, y juguetona de principio a fin. En la actuación, Ándia se lleva la palma, no sólo por ser la antiheroína principal, ella se mueve con naturalidad entre celebraciones, celos y tristezas, y todo con verosimilitud. Una mención especial va para Guery Sandóval, el tono desenfadado con el que asume su papel de narrador es el exacto para hacer lo que hizo. Su natural gentileza, la de payaso acostumbrado a repartir alegría, hace que su presencia intermitente sea siempre bienvenida. Bravo, y otra, otra.


Ni Rodrigo Bellot ni Roberto Lanza son estudiantes, pero el resto del equipo sí lo era, y se hizo un buen trabajo técnico (luz, sonido, encuadres, todo eficientemente), felicitaciones al equipo. Ahora, si existe un gran problema en esta película, son los diálogos. Cuando repites ‘Jaime P. Zamora’, ‘mirista’, u otras malas palabras, de esas que no se pueden escribir en la prensa, éstas pierden su gracia, si alguna vez la tuvieron. Comparen las exageradas y constantes vituperaciones de la mayoría, con las tranquilas líneas otorgadas a Guery: ‘Esa era MI peta’, ‘Pero no me vas llevar a otro lado, no me… vamos’. La monotonía vulgar no divierte, la caricatura pierde por ello y la actuación también. Sobre la ingenua posición política subyacente en todo el filme, ésta no interfiere con la historia, que es tan increíble que hasta podría ser cierta. Cuando vi la película, no hubo una gran lluvia de carcajadas, pero al terminar la función sólo me encontré con sonrisas en el público, era una buena señal.


viernes, septiembre 08, 2006

Llamerada Con Música Estridente

Probablemente uno tiene que estar profundamente trastornado para no poder ir al cine y ver una comedia sin dejar de pensar en política. Pero el boliviano es así, el nuestro es “el país de los analistas políticos” (y, por transitividad, también el de los “críticos de cine”) y ni siquiera un ejercicio humorístico se salva del fandango politiquero o de la critica desaforada.

Rodrigo Bellot, quizás el más visible exponente de la nueva generación del cine boliviano, decidió abandonar la profunda introspección y el circunspecto discurso de “Dependencia Sexual”, para realizar una apuesta arriesgada, embarcándose en el desarrollo de una "comedia nacional” [sic]. Así nacía una llamita blanca.

“¿Quién Mató a la Llamita Blanca?” puede presentarse como una comedia social, aunque su acercamiento a los formulismos del género la vincule a ese olvidado subtipo conocido como “screwball comedy” más que a una elucubración envuelta en una tónica jocosa. Claro que la iconoclasia del abordaje de Bellot, y del guionista Juan Cristóbal Ríos, ribetea la comedia por el valor intrínseco de la carcajada fácil (¿Interesa alguna otra cosa cuando la idea es hacer reír?) y deja de lado la capacidad de transformación que se posee desde la construcción discursiva (sea esta cinematográfica o no). Entonces, no debemos esperar aquí una comedia política a lo Lina Wertmüller, aunque tampoco una trastada a lo Kevin Smith.

No quiero pecar de exageradamente negativo, por lo que considero necesario comenzar reconociendo los valores fundamentales que tiene la película. Realizada como un “proyecto de graduación colectivo” por los estudiantes de la Escuela de Cine “La Fábrica”, de Cochabamba, confirma la formación de una importante camada de técnicos y profesionales, capaces de abanderar el nacimiento de una industria cinematográfica local. En este aspecto, el técnico, la película es indiscutiblemente prolija, aunque todavía se eche en falta la posibilidad de realizar la posproducción localmente.

El otro aspecto altamente encomiable corresponde a los actores, cuya caracterización es creíble, y permite digerir el estereotipo caricaturesco que se propone desde el guión. En este sentido, si en películas como “Crash” el abuso del estereotipado como vehículo narrativo marcaba un flirteo autodestructivo, aquí la exageración y el despropósito, hechos carne en Erika Andia, Miguel Valverde y Pablo Fernández, terminan redondeando el espíritu “camp” de la película (si se me perdona el intraducible anglicismo). A la luz de la eficiente resolución de los papeles y las notables performances, en esta como en otras películas nacionales, creo que reclutar artistas extranjeros para los protagónicos, rotar hasta el hartazgo a los mismos cinco actores o quejarse de las dotes interpretativas de los nuevos actores bolivianos, es ahora poco menos que impensable.

Por otro lado, a diferencia del director, no creo que la película pueda inscribirse dentro del sistema semiológico que él llama “Neobarroco boliviano” [sic], pues la misma construcción audiovisual y narrativa trasciende un gusto distinto, como si se estuviese articulando el discurso de la película desde afuera, empleando elementos que se cree pertenecen al sistema estético “neobarroco” (culturalmente mestizo, popular, o simplemente “cholo”, concepto que se evita en la película) cuando ciertamente se sabe que la película no se pensó “desde lo cholo”, sino como un menos certero “cómo vemos nosotros a los cholos”, a diferencia de “Sena Quina”, reciente primer ensayo nacional dentro de la comedia sin pretensiones serias, y evidentemente compuesta desde y con “lo cholo”, sin caer en evidencias que comprometan la consecuencia de esta elección estética y léxica. Nótese que aquí, en este comentario, no confundimos cholaje con indigenismo, ni otorgamos una tónica peyorativamente racista al concepto. (Hágase referencia a la definición del cholaje como una capacidad cultural, propuesta por Pablo Rodrigo Barriga, para comprender mejor este planteamiento). Por supuesto que cuestionar esta autenticidad es una exquisitez análoga a recriminarnos algún pecado de formación; pues me pregunto cuán creíble resultaría una reconstrucción mía del lenguaje popular, incapacidad original incluso evidente en lo literario.

Pero la sombra de “Sena Quina” no deja de perseguir a esta película. Es cierto que se parecen poco y cada una tiene su particular lote de aciertos y fallas (más o menos abundantes), aunque el intento de Paolo Agazzi por producir comedia ligera termina abordando mejor algunos ríspidos temas que Bellot sugiere con exagerada persistencia. Por ejemplo, Bellot nos cuenta (incluyendo un recorte de las mismas, pegadas sobre la pantalla y en formato de texto) de las polémicas declaraciones de Gabriela Oviedo, Miss Bolivia 2003, para luego aprovecharse de la broma; mientras que Agazzi bautiza a un destartalado karaoke camba como “Tall & Blond People” (Gente Alta y Rubia), sutilmente aprovechando la broma. Evidenciamos, a través de este como de otros ejemplos, que Bellot y Ríos parecen no poder definirse entre el humor muy veladamente tocado (anecdotizar sin criticar, dicen), las bromas literalmente “tongue in cheek” y la sobre-explicación de algunos aspectos, necesaria para los espectadores extranjeros (mercado al que se apunta desde la reputación del Director y del Equipo de Producción) pero algo cargosa para el público local. Claro que satisfacer a unos y otros sería arrastrar la obra a un punto ciego de improbable existencia.

Sin embargo, en esta película la observación de lo abigarrado (según Zavaleta) no deja de parecer incompleta. No se aborda el pleno de esa intersubjetividad multitemporal y contradictoria. ¿Por qué burlarnos de un discurso popular urbano, y no de las clases medias y altas? Me parece que faltó un personaje que pudiese permitirnos reír de este sector social, sus preocupaciones y frivolidades, de manera sistemática y no a retazos, como sucede en “La Llamita”. ¿O tal personaje se hallaba detrás de la cámara?, ¿Al otro lado de la pantalla? ¿Es acaso tan difícil reírse de uno mismo?, ¿Cómo retratarían a la pequeña burguesía cruceña en una película producida en Huayna Tambo? Es imposible componer desde lo que no se es, he ahí una axiomática ineluctabilidad.

“Género obliga” dice Bellot para explicar el “final feliz”, que duele, más que por otra cosa, por ese facilista “Deus ex machina” que al final lo resuelve todo, dejando cabos sueltos y tendones tirantes por toda la trama. Ergo, considerando que la mayoría de las comedias ligeras no se caracterizan por un guión sólido, ¿Podemos justificar todo tipo de defectos argumentales? Sinceramente yo no lo creo así. La capacidad narrativa y humorística, no exenta de un ácido sentido crítico y de autoconciencia, de Juan Cristóbal Ríos ha quedado evidenciada en sus anteriores trabajos, pero en este parece que le faltó un pulimentado general de la matriz argumental.

Hablemos un poco más de del guión. Este, inevitablemente laxo, falla en su delimitación del pathos, socavando la cohesión narrativa al imponer inconscientes cortapisas, que evitan derramar un magma conceptual (el logos) incapaz de soportarse y hacer de tejido conectivo al mismo tiempo. Es posible percatarse de esto en la utilización irresoluta del narrador, en el jugueteo visual, en la pobre coherencia de la línea narrativa, que de no haberse pensado la película como un “road movie”, nos remitiría a un desolado trasiego entre gags y forzados momentos de acumulación dramática, que en general terminan mermando la capacidad comunicativa del texto fílmico.

“¿Qué tal la exploración estética de Bellot en esta?” me preguntaron. No supe si confirmar un consciente avance exploratorio en la “vanguardia” audiovisual y sintáctica, corroborar un abuso gratuito del efectismo visual, o culpar a ese infeccioso afán de sorprender al público, de agarrarlo con la guardia baja, tan diseminado entre los artistas y artistoides criollos, mal que yo también suelo adolecer. “Mejor no hablar de ciertas cosas.” diría Luca Prodan.

Cuando uno enfoca la cámara lo suficiente, se hace tan poderoso que casi puede transfigurar la realidad desde su mirada. En nuestro país, probablemente gracias a su peculiar sociología de masas, esto no ha sido posible desde un discurso humorístico. Así es que creemos que la sátira camufla o expone, aunque casi sin fondo; mientras que el cine serio de Ukamau (por decir algo) propone una dialéctica más palpable. Quizás este asunto corresponde más al ámbito de la madurez política que a la película comentada en cuestión, aunque yo no discutiría la poderosa fuerza sintética e ideológica del cine. Sino pregúntenle a Jorge Sanjinés, a los maestros soviéticos o hasta a Leni Riefenstahl. Lamentablemente con Bellot no hay una definición consciente en tal sentido.

Cerrando ya el presente comentario, prefiero no cebarme con aspectos altamente criticables (el mal mezclado sonido y su efecto sobre la inteligibilidad de los parlamentos, la subterránea disquisición racista, el intrusivo y luego recortado rol del narrador, etc.) sino esperar que el tiempo y las sucesivas transacciones con la película permitan consolidar, o no, una opinión al respecto. A pesar de todo, el film ya parece haber envejecido bastante mal, y muchas de sus situaciones y desarrollo humorístico han dejado de ser tan graciosos como cuando se concibieron, en el momentum de la actual “Revolución Democrática y Cultural”. Queda la esperanza de la futura consolidación de la comedia vernácula en el cine boliviano, pero para alcanzar esto hace falta todavía mucho tropezar en el camino. Al final de cuentas, el estridente chirrido de la frenada no evita que la llamita igual termine atropellada.

bellot_pyuto

domingo, septiembre 03, 2006

¿Qué (o Quién) Mató la Carrera de Bellot?


Soy amigo personal de Cheugaska y de un gay de closet (cuando le conviene).

Ayer vi la tan esperada película “¿Quién Mató a la Llamita Blanca?”. Resumiré esto para que no se cansen de leer, y para que el Bellot no me rompa las piernas ni me diga quienes son sus cuates.

Esta película hubiera sido chistosa y del agrado de muchas personas más (no estoy contando a la gente con un par de neuronas sueltas, que por escuchar palabrotas que dicen los tacheros, van al cine y se cagan de risa), si es que – como dijo alguna vez Hunter S. Thompson – los nazis hubieran ganado la guerra, si hubiesen terminado de construir la segunda “Estrella de la Muerte”, y si Kennedy no estuviera muerto. Lamentablemente, todo esto sucedió, así que la “Llamita Blanca” es una porquería.

No voy a dar mi discurso de aspectos técnicos y otros, de los cuales el Bellot se encarga de tomarte examen y hacerte recuerdo si es que ya te olvidaste, no en vano ha estudiado con la cabeza reluciente 12 años en el extranjero. Pero, para ser francos, los efectitos que se gasta el Bellot son una huevada, le hubieran ido bien metiendo tales efectos si lo filmado fuera un video de “Agua Bella” o de los “Maroyu” (son los taquilleros de América, por si la dudas) en lugar de una película. Los efectos son abusados vilmente y la mayoría de las veces simplemente pecan de truchos. No sé si el audio es así de malo, la verdad no podría decirlo con certeza, porque soy medio sordo, así que tiene el beneficio de la duda. Sin embargo, y ya que estamos hablando del sonido, el narrador se “llevó la flor”. Guery Sandoval, mejor conocido como el eterno “chango ese de tra-la-la”, parecía que a ratos tenía algo atascado en la garganta, porque no se le entendía nada de lo que decía. El resto de los personajes estaban bien. Menos nuestra Julia Nicole Kidman-Roberts, mejor conocida por los mortales con Alejandra Lanza, que simplemente lo hace sin ganas y a la “que me importa, si igual me va a pagar”. No soy un Adonis, de hecho soy gordo y feo, pero nuestra Kidman cochala es simplemente fea, y así tampoco va la cosa. “Que se mueran los feos”, dijo Boris Vian.

Ya me he debido pasar las cien palabras, pero que me importa. En síntesis. La película es mala, ALF es un peluche y la Alejandra Lanza es fea. Además (no es mi amigo personal, de hecho ni lo conozco en persona) Agazzi lo hizo bien con “Sena Quina”, ahí te cagabas de risa de principio a fin, es cierto que no estaba perfecta, pero los personajes eran auténticos, y te reías porque eres como ellos de una u otra manera. Y no en una película cargada de tanto efecto huevón, sin chiste, mal narrada y racista, como la Llamita. Si pudiera darle un consejo al Bellot sería el de ver “Sena Quina”, a ver si aprende algo de cómo se hacen comedias en nuestro país, cómo contar buenos chistes que gusten a todos, y no hacerse la burla a lo “niño jailón” de todo, ser racista y no saber aceptar críticas, no en vano ha estudiado con la cabeza brillante 12 años en el exterior. Si quieren vayan a ver la película, al final de cuentas, va a necesitar harta plata el Bellot, porque esto cuesta, y, cuando sabes que no vas a recaudar lo invertido, estas jodido. En serio.


N. del E. : Recomendamos leer la deliciosamente delirante carta de Rodrigo Bellot, donde desnuda algo más que su calva. Encuéntrenla aquí.