3. El mató a un policía motorizado – “La dinastía Scorpio”
Ha pasado tanto tiempo desde “Día de los muertos” que la extraordinaria historia de este cuarteto de La Plata parece un espejismo. Sin embargo, los que van de 2008 a 2012 han sido para El mató años de consagración. Con su trilogía sobre la vida y la muerte finiquitada, los argentinos cerraban una etapa importante, pero también afrontaban el desafío de probar que son capaces de más. Lo imposible estaba pasando y, con apenas cinco discos editados, El mató se convertía en el tipo de banda en que los logros pretéritos pesan más que el presente. La clase de grupo que, con piedad, comparamos con un dinosaurio... sin reparar que la inminencia de la extinción es una parte esencial de ser un dinosaurio. Da la impresión que el grupo sintió esto y se propuso trasladar esa amenaza a su esperado retorno discográfico.
Claro que desde el debut de la banda en 2004 el panorama musical del continente se ha transformado y lo que era una propuesta insular, única por esencia y defecto, ahora no lo es tanto. Hasta es posible que algunas bandas nuevas le hayan ganado a El mató en el juego de fusionar distorsión y melodía (Los Mundos y Triángulo de Amor Bizarro), por lo que había que elegir entre reinventarse o tirar de oficio. Esa última fue la apuesta de los platenses, que con pequeños ajustes sonoros potenciaron un talento compositivo superlativo, traduciendo esa ansiedad competitiva en fértil material. De tal modo, el disco no se resiente al perder el tema aglutinante de previos lanzamientos de la banda. Así, encontramos en el álbum relatos personales que dicen mucho del espacio sentimental de una juventud que comienza el tránsito a la vida adulta (la autobiográfica “Más o menos bien”), o a un ajustado grupo de músicos que acentúa las melodías en su sencillez y pureza (“El magnetismo”, “Chica de oro”), sin dejar de pensar en el rock independiente como tabla de salvación espiritual (“Nuevos discos”). También Santiago Motorizado ha crecido como vocalista, haciéndose capaz de evocar un rango emocional más amplio, empoderado como siempre por el mantra –la repetición como estrategia compositiva central del grupo (“Terror”).
Si hay alguna cosa del disco que sintetiza las pulsiones indie y las aspiraciones estéticas clásicas de la banda, son las canciones “Noche negra” y “El fuego que hemos construido”. El primero es un tema corto y en apariencia inconcluso, en el que la música sugiere un clímax sonoro que nunca llega, adquiriendo una contención que es desmontada por las letras. El segundo es más bien una suite, en la que aparecen tantas señales de rock canónico (¡Un solo de guitarra de más de dos minutos!) como significantes alternativos (la onda The Cure circa “A Forest”, el pulso kraut), develando ambas canciones una imperfecta tensión que subraya las enormes ambiciones de la banda como entidad pop. De este modo, si con “Día de los muertos” ya quedaba claro que no hace falta hablar de la Velvet, Sonic Youth o JAMC para presentar a El mató, con “La dinastía Scorpio” confirmamos estar ante el primer clásico de la generación indie latina.
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