1. Hidrogenesse - "Un dígito binario dudoso: Recital para Alan Turing"
Supongamos que recibimos un visitante del pasado cercano y le permitimos llevarse una sola muestra arqueológica para representar a la humanidad hoy. Es probable que ese hipotético viajero eligiese una computadora, el elemento que define a nuestra civilización. Esto puede no sorprender, pero lo que no todo el mundo sabe es que el origen conceptual de ese aparato se debe al matemático inglés Alan Turing. En el año de su centenario, Hidrogenesse le dedica a Turing un homenaje en clave tecnopop. Muy a su estilo, pero menos cínicos, menos posmo, más jugados sentimental e ideológicamente, en un disco que roza muy a menudo lo sublime. Al no tener nada que ver con una biopic, puede que haga falta algo de conocimiento sobre la vida de Turing para disfrutar del álbum. Nada que una visita a la Wikipedia no resuelva. Sin embargo, para fines de esta crítica, vale la pena tener en mente que Alan Turing (1912-1954) fue uno de los mayores genios de la humanidad, padre de gran parte de la tecnología que vemos a nuestro alrededor al originar tanto la noción de máquina en el entendido moderno como la idea de inteligencia artificial. Su aporte también fue fundamental para la victoria de Inglaterra en la Segunda Guerra Mundial y llegó a ser condecorado como héroe de guerra, una distinción que nunca pudo hacer pública al haber servido en calidad de espía. A pesar de todos estos méritos, Turing fue víctima de una brutal injusticia, pues su homosexualidad fue perseguida y castigada con la castración química, una humillación que derivó en su suicidio con apenas 41 años.
El disco se abre con "El beso", una invocación al espectro de Alan Turing. Hay que despertarlo con el beso de un príncipe azul, ya que ésta es, en el fondo, una historia de amor trágica. ¿Una transgresión exagerada? En absoluto, pues Turing se suicidó mordiendo una manzana envenenada con cianuro, conmocionado tras ver "Blancanieves". Es más, la inspiración de Turing para concebir aparatos pensantes venía de querer revivir, en forma de máquina, la conciencia de su amado Christopher Morcon. A éste se dedica la segunda canción del disco, "Christopher", donde en efecto se aparece como un fantasma que sigue existiendo en las creaciones de Turing. Uno de los leitmotifs del disco es la trampa dialéctica que enfrentamos al querer traducir lo humano en términos binarios. Como en el caso de Newton o Wittgenstein, la agudeza lógica de Turing lo llevó a terrenos místicos, a creer que se podía inventar máquinas con alma. Una paradoja entre lo natural y lo artificial, la racionalidad y el animalismo. También la idea clásica de identidad sexual se suele ver como una variable binaria. Incluso la música del disco se estructura (casi siempre) en torno a dos acordes, dado que la idea original era construir una máquina que las pudiese tocar por cuenta propia.
Pero este tampoco es un disco conceptual al uso, puesto que antes que narrativas concisas o biográficas prefiere lo oblicuo, e incluye traducciones automáticas de entrevistas a Morrisey ("Un mystique determinado"), un vals sobre el simulacro alucinado de los dating sites ("Captcha cha-cha"), y culmina en una lección de historia pura y dura, que fija el surgimiento de la edad digital en la batalla de Waterloo, pasa por la Revolución Industrial, imagina el complejo Industrial Militar de los EEUU como el resultado del abuso de las máquinas por la fragilidad humana, para terminar clamando por un gran ordenador para este mundo enloquecido ("Historia del mundo contada por las máquinas"). Es justo ésta canción la que cierra el disco, apuntándonos que Turing nos inventó un futuro en el que estamos al nivel de la omnipotencia, pero en el que nuestra humanidad se ha deformado hasta lo monstruoso. Interpretando su versión de nuestra historia común, en esta canción las máquinas nos hablan ya no desde la distopía, sino desde ese cercano punto "donde las líneas paralelas se encuentran, donde las cosas no son falsas ni ciertas, hacia la nada". Donde ya no hay dígitos binarios dudosos, en un desenlace que remite mucho más a las secuencias finales de "Dr. Strangelove" que a las de "Terminator II: Judgement Day".
Es verdad que el disco tiene suficiente densidad intelectual para hacerte explotar la cabeza (una canción se construye sobre la idea de un prueba de Turing, diseñada para distinguir entre un humano y una máquina haciéndose pasar por un humano, y para eso te pregunta si te gustan los melodramas de Douglas Sirk), pero también tiene una ternura hasta ahora inédita en la obra de Hidrogenesse. Uno de los temas básicos de la banda siempre han sido las máquinas, lo que sorprende en este recital es la perfecta combinación de sentimentalismo y sofisticación que consiguen en torno al tema. Lo irónico es que el dúo catalán lo logre en un disco sobre máquinas con alma. Para hacerlo dicen haberse inspirado en Laurie Anderson y "MBDTF" de Kanye West. Una maravillosa contradicción que nos regala momentos de poética extraña, que no por ser encontrada tiene que ser aleatoria. Por ejemplo, en un momento dado escuchamos: "Máquinas, más máquinas/18 millones de bombillas, un árbol de navidad dibuja la silueta de la bomba atómica". Sofocadas las pugnas intelectuales, con el gobierno inglés pidiéndole perdón póstumo a Turing, jamás podremos saber si al matemático le atormentaba más ser condenado por "yacer con hombres" o por creer en máquinas capaces de pensar. En una época en que la inmersión digital es completa, al punto que el trastorno de un Turing que no distinguía entre máquinas y humanos es normal, encontramos en la historia del inglés un enorme e inspirador icono ¿El primer post-humano o un humanista confundido? No es una pregunta de respuesta binaria, está claro; pero una obra genial y definitiva como "Un digito binario dudoso" nos ayuda a darle vueltas al asunto.
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