El dos de febrero de cada año, por lo menos desde 1880, un grupo de gente se reúne en Pennsylvania para observar a una marmota contemplar su sombra. Se supone que la reacción del célebre Punxsutawney Phil, que es el nombre del animalito, puede predecir la cantidad de semanas que faltan para la llegada de la primavera. Si Phil ve su sombra y se vuelve a meter en su madriguera, el invierno ya no durará demasiado. Es una prueba más de que vivimos en un universo paraconsistente, pues mientras la ciencia se acerca a una superteoría cuántica, con un mapa probabilístico para casi cada evento imaginable, lo más probable es que la marmota no se equivoque. O que se equivoque lo mismo que un modelo desarrollado por el CERN. Lo cierto es que, a pesar del aparente colapso de la posmodernidad occidental, hay pocas cosas que rebasan los márgenes de lo explicable. El desplome a gran escala del sistema financiero global es un cisne negro, la clase de suceso que no podemos predecir porque no observamos, pero… a un nivel mucho más doméstico, ¿cuál es la dimensión de lo extraordinario? La crítica de un disco de rock no es el lugar para hablar de eso. Lo que aquí viene a cuento es que, el dos de febrero pasado, tuvo lugar un acontecimiento extraordinario, capaz de sacudir el omniverso y la más vulgar rutina dominical: My Bloody Valentine publicó “m b v”. Y, no debería sorprendernos tanto, la reacción del segmento del mundo al que este tipo de cosa le puede interesar fue una mezcla de alivio e incredulidad. Como le pasa a Punxsutawney Phil cuando asoma y se topa con algo imprevisto, su propia sombra.
Lo que esta narración omite, y con ella gran parte de las reseñas del disco, que traducen en satisfacción fanática el desconcierto de un lanzamiento inesperado –o más bien, tan esperado que dejó de registrar en el léxico de lo posible–, es que si bien 22 años separan los dos últimos trabajos de los Valentine, en su etapa formativa, entre 1987 y 1989, lanzaron cinco discos, contando EPs y miniálbumes. Esto sin incluir la primera época con Dave Conway como vocalista, ni “Isn’t anything” (1989), primera gran demostración del poder sonoro de la banda. Tampoco es tan cierto que Kevin Shields, mente maestra de MBV, enloqueció mientras intentaba grabar una continuación de “Loveless” (1991). Es más, la gestación de ese disco ya fue difícil y prolongada, abarcando casi tres años, dieciséis ingenieros de sonido y un desembolso monetario tan exigente como para, dice la leyenda, mandar a la quiebra a Creation Records. El prolífico ritmo productivo de la banda se rompe justo con su llegada a este sello, en 1988. Lo que sucedió es que –como se puede escuchar en la canción “Slow” de “You made me realise” (1988), su primer EP en Creation– Shields descubrió un nuevo lenguaje sonoro, una forma única de usar el acorde de guitarra como elemento rítmico, ambiental y granular, a un mismo tiempo. Ese bending que, pasando de la nota afinada al acople, nos hace escuchar aquello que está entre los sonidos del típico riff de rock. La banda sabía que había dado con algo importante y, con cierta reverencia, meditó mucho qué iba a hacer con eso. Se tomaron su tiempo para perfeccionar su próximo movimiento, no iban a desperdiciar ese don. Como siguiendo el consejo del Tío Ben, ya saben.
Si lo ponemos en esos términos, lo que desembocó en “Isn’t anything” (1989) fueron ejercicios caligráficos y “Loveless” (1991) la primigenia obra maestra de ese nuevo lenguaje, entonces “m b v” (2013) vendría a ser una estupenda nouvelle escrita en aquel léxico. El propio Shields estuvo anunciándolo todo este tiempo, aunque por el efecto “Juanito y el lobo” muy pocos lo tomaron en serio. El nuevo disco se iba a parecer más a “Isn’t anything” que a “Loveless”. Es verdad, pues como el de 1989, “m b v” es un disco entendido más tradicionalmente, sin el aura de obra singular de “Loveless”. Es un conjunto de canciones interconectadas de forma por poco incidental, claro que las de “m b v” no tienen que ver con cosas como “Sueisfine”, que delataban la educación noise-punk de la banda. En cambio, las de este disco se acercan tanto al apego rítmico como a la sensualidad sutil de temas como “I only said”, en el que la vibración física de la guitarra la podíamos sentir en nuestras propias manos, o la nana distorsionada que es “Loomer”. Pero ojo, no hay que pensar que en “m b v” encontramos atenuación de algún tipo, pues el volumen supersónico de la banda está siempre presente, lo mismo que la inmediatez instintiva de unas melodías que no se podría evitar calificar como pop difuso.
Puede ser, incluso, que las canciones de “m b v” suenen más juveniles que la obra típica de la banda. Eso tiene que ver con que, al menos en su primera parte, el disco tiene un rastro de liberación. Como si toda la tensión sexual de “Loveless” encontrase salida en los picos melódicos de los coros de “only tomorrow”. Unas emisiones casi orgásmicas –perdonen que me ponga gráfico– que evocan la sensación que “When you sleep” supo provocar. Esa tónica trippy y sexual también aparece en “new you”, levantada sobre un beat baggy pero distorsionado, que logra por ello sonar menos de su tiempo que la batería de “Soon”, por dar un ejemplo. En esta última, aunque parezca extraño, incluso las partes vocales son más prominentes de lo habitual. Un rasgo que comparte con “is this and yes” and “if I am”, en las que las texturas de guitarra desempeñan funciones más discretas, desplazadas por un órgano, funcionando como un delicioso colchón de loops en las manos de un productor dance. Matices que, por cierto, ya se apreciaban en "We have all the time in the world", que con otro cover ("Map. Ref. 41°N 93°W"), son el único material nuevo que habían grabado los Valentine desde 1991.
Ya nos había advertido Kevin Shields, en 1995, que habrían trazas jungle en el nuevo disco. Es una promesa que cumple a medias, con “wonder 2” asumiendo una propulsión frenética, que remite a ese estilo tan en boga en los noventa sin perderle pisada a la electrónica de ambientes turbios, distópicos de la Inglaterra contemporánea. Por algo es, con distancia, la más desorientadora y agresiva canción de este disco. Además, usa de forma literal un símil a menudo invocado para describir la experiencia sonora de la banda: si dicen que nuestros conciertos se sienten como meter la cabeza en la turbina de un avión, aquí tienen una canción que suena como si un jet estuviera girando en espirales sobre tu cabeza. Aún así, el gesto más radical que guarda este disco se encuentra en “nothing is”; un experimento que transfigura un drone de una nota en una canción que se empuja a sí misma al precipicio. Una violencia minimalista que no recurre al volumen para aturdir, sino a una fuerza rítmica que le hace justicia a Colm Ó Ciósóig, baterista del grupo que casi no apareció en “Loveless”, ya que estaba enfermo durante su grabación y sus partes fueron reconstruidas a partir de samples y programaciones. Son estas dos canciones, que junto a la igual de contundente “in another way” cierran el disco, las que apuntan a distanciarse de la sombra de “Loveless”, aunque para ello vuelvan sobre la agresión de los directos de la banda en su etapa precedente (1990-1992).
Es indudable que “m b v” tiene cierta homogeneidad arremolinada, suficiente para que no confundamos éste con otra cosa que un disco de My Bloody Valentine. Sus nueve canciones suenan como la banda –como eso que podríamos denominar su identidad– tanto como "Loveless" sonaba atemporal, delimitado por su propia leyenda. Al contrario de lo que algunos piensan, no creo que sea un disco que intente servir como portal al pasado. No suena al 93, ni al 95 ni al 91. Suena al disco que My Bloody Valentine lanzó en 2013, un mérito que se ganaron al margen de toda cronología. Tampoco hace falta explicar la espera sufrida de “Loveless” para acá. Los freudianos de fin de semana podrán pensar que este tiempo fue el necesario para que Shields superase la presión de darle continuidad a la que, hiciera lo que hiciera, será su obra maestra. Habrá otros que, frustrados por un disco incapaz de replicar la ruptura paradigmática de “Loveless”, vean en “m b v” una obra menor. Tal vez ni Shields ni ningún músico de esta generación podía volver a arrebatar de ese modo las posibilidades de la guitarra como instrumento. Lo concreto es que, la que fue una banda voraz hasta descubrir su lenguaje particular, ahora se toma las pausas necesarias hasta tener algo nuevo que decir. Y así como en 1988 había señales inminentes de que alguien iba a conjugar ese lenguaje, completado el relanzamiento de su discografía en 2012 y con la antesala de dos homenajes tan raros/deliciosos como “Yellow loveless” y “The loveless poison” editados apenas comenzar 2013, por primera vez en dos décadas la llegada de un nuevo disco de los Valentine parecía inminente.
Que Kevin Shields se haya permitido jugar con la credulidad de los Santo Tomás del shoegaze, una y otra vez, es un capricho que le tenemos que permitir. No faltará el que especule que “m b v” está compuesto por descartes de las sesiones de “Loveless”, o el fan que lamente los 20 años de evolución perdidos por una banda que pudo haber sacado este mismo disco, quizás con un recibimiento algo más tibio, en 1993 como se planeó. Da igual. Aquí lo importante es que con “m b v” entendimos lo que hace un día extraordinario. Mientras hay gente que sale a comprar el pan como en una mañana de domingo cualquiera, y otros esperan a que una marmota saque la cabeza al sol, tú te la pasas escuchando este disco con fruición. Como si se fuera a desvanecer en la fantasía, igual que el Arca de la Alianza, el Halcón Maltés o la militancia del MAS en la clase media. Lo que hace a “m b v” único es su capacidad para cumplir las promesas de un “Loveless” que dejaba abiertas todas las puertas, que nos presentaba un lenguaje maravilloso, con el que se suponía My Bloody Valentine nos iba a regalar cosas incluso más grandes. Pero los Valentine no dejan nada al azar. Tratando de aplacar la impaciencia de Alan McGee, jefe de Creation Records, que se desesperaba preguntándoles cuándo tendrían listo “Loveless”, Shields le contestaba con los títulos de sus canciones: “Soon”, “Sometimes”, “To here knows when”. No puede ser una coincidencia que la primera canción de “m b v” sea “she found now”, y abra el disco en que esta banda encuentra el presente. Pero no un momento sonoro actual; sino el ahora de un grupo que comenzó como inepta imitación de The Birthday Party, con “Loveless” perfeccionó su léxico sonoro, y que aquí nos dice que está listo para regalarnos nueva música con la frecuencia que ellos deseen. Y ese será siempre un acontecimiento extraordinario.
Feliz día de San Valentín. Mañana iniciamos el ranking de los mejores discos de 2012.
3 comentarios:
(Y yo que pensaba que a éste blog lo habían dejado huérfano jaja).
Apenas un tema como "Wonder 2" ameritaba un retorno de los Valentines ¿no? Totalmente de acuerdo con que éste disco es puro 2013, pero las comparaciones con Loveless son inevitables. En una entrevista que le hicieron a Kevin Shields, leí que el influjo para Loveless venía en gran parte del hip hop. Algo que todavía no logro percibir.
Che, yo igual me he mandado una review del disco en cuestión. Está en el "feis" (y tb en mi blog que está más desierto que el Atacama)
Un saludo, Javier.
¡Magistral, Rodríguez!
La longitud adecuada, ni una sola referencia innecesaria a otros discos ni bandas, cero comparaciones pretensiosas al sexo o a las drogas.
La crítica de mbv más limpia que he leído.
Por lo que se ve en el comentario anterior, ya has hecho escuela. Brindo por la reactivacion de este espacio.
¡Cómo es Adrián!
Gracias por tu visita y comentario. No abandoné el blog, como hablamos a fines del año pasado, quería volver a escribir este 2013. Sigo con las ganas. Intentaré hacerlo, aunque de momento sólo tengo previsto publicar los rankings. Lo que sí, sigo sin sentirme cómodo hypeando mis propios textos. Me da cosita incluso cuando escritores famosos lo hacen. Yo creo que si los textos de uno son buenos, terminan encontrando su público. Y si le gustan a alguien, seguro que los compartirá, comentará, etc. Como nosotros hacemos a veces con los textos de otros dudes. Pero bueno, es cosa mía. Yo sí visito tu blog, aunque los comentarios los dejé en facebook. Para nada está abandonado, qué dices, jejeeje. Me gustó tu crítica de "m b v", te dejaré algún comentario en FB yo creo. De la puta está, es una lectura interesante.
Es verdad que Kevin Shields insiste con la influencia hip hopera, que no es tan evidente. Pero sí que está ahí si la buscas con calma y ayuda. Casualmente "Slow", dice el propio Shields, está inspirada por el estilo de producción de The Bomb Squad. Aunque ahí mismo admite que es más fácil encontrar vínculos con el rap en "Sidewalking" de JAMC -el beat, la forma de cantar- que con sus cosas. En todo caso, creo que el link está en la estética del uso del sample. "Glider", que es la canción más texturada y barroca (por la cantidad de samples) de MBV, a mi entender sirve como clave para entender esto. Shields dice que apenas toca 3 o 4 frases sencillas en la guitarra, tremolo en mano para lograr ese bending clásico. Pero que puso dos amps frente a frente, cada uno con la señal de un tremolo distinto, para grabar. Luego sampleó eso, le subió una octava y lo pasó al controlador MIDI. Creo que ese uso del sampler con el feedback, para lograr un tono orgánico y único, que no consiguieron imitar del todo las bandas shoegaze con sus toneladas de pedales, es su verdadera innovación. En "Colores santos" el Cerati lo intentó hacer, pero se nota que el feedback aparece luego de que apretas una tecla, como que se corta el sonido, jejeje. Supongo que ahí entra el genio del Shields.
"Loveless" da pues para obsesionarse. Me acuerdo que a mediados de los 2000s encontré una tesis de ingeniería de sonido sobre el disco. Loquísimo, che. Quisiera encontrarla de nuevo. Analizaba estas huevadas técnicas que te comento arriba.
Dash, gracias por tu visita y tus palabras tan generosas. Se me hace que te conozco... ¿Juan?
Tienes razón, uno de mis objetivos fue hacer una crítica sin referencia pelotudas. No creo que MBV se lo merezca, ni que haga falta.
Pero también tengo que corregirte, el Adrián es un compañero de viaje, colega, cuate... che, no te confundas. Además, con 25 años y 9 en esto del periodismo/crítica, de qué "escuela" hablas, loco. Me haces sentir viejo sin motivo, je je je.
Bueno, bueno.
Un abrazo a los dos y ya la seguimos,
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