3. Scott Walker – “Bish Bosch”
San Simeón Estilita bajaba de su columna, en lo alto del desierto, una vez por mes. Se aprovisionaba, suponemos que aprovechaba también para ir al baño, y volvía a trepar a la soledad desde la que contemplaba al Señor. Scott Walker desciende incluso con menor frecuencia, una vez por década. Pero hace que cada visita cuente. Prolongando una obra que comienza con "Climate of the hunter" (1984), "Bish Bosch" viene a completar una trilogía que ya integraban "Tilt" (1995) y "The Drift" (2006). En principio, "Bish Bosch" comparte mucho con sus antecesores: cuerdas dramáticas que se extienden y extienden, instrumentación cacofónica, ecos fantasmagóricos, una voz más que de afectación operística, curtida en la imitación de Jacques Brel, etc. Lo novedoso viene por el lado de una bastante perceptible soltura en las voces (a momentos hasta lírica) y en la música, más dada al silencio, a los espacios y hasta a algún fulgor cercano a la retorcida versión Walker del pop. Por algo "Epizootics", el single del disco, se construye a partir de una canción tradicional hawaiana... por mucho que el resultado recuerde la pesadilla de un Tom Waits producido por Aphex Twin.
No nos engañemos, este es un disco de extremos incluso para un hombre extremo. Como si Walker estuviera tratando de probar cuán lejos lo dejaremos llegar, hasta dónde estamos dispuestos a seguirlo en esta trilogía. Con esa licencia, Walker grabó un disco sobre la muerte y la corrupción, pero no de un momento histórico diminuto y concreto, sino del tiempo y del espacio, de los sistemas de sentidos. Para ponerlo fácil y corto, en una canción le habla a Dios, le dedica otra a una enana marrón y hay más de dos operetas dentro de operetas en el disco, en una de ellas narra la autoevisceración de un tipo (gónadas incluidas), mientras en la otra compara a Gorbachov y Reagan con Atila y el Imperio Romano. Es un disco difícil, lleno de crueldad y demencia creativa, que no se preocupa por buscar belleza en lo grotesco. En esto último es más bien inclemente. Walker suena como una voz cada vez más desvinculada del tiempo contemporáneo entendido como flujo, como tendencia (en "Dimple" nos dice "Si están escuchando esto, deben haber sobrevivido"), pero esa distancia categórica le permite reflexionar, con agudeza pero no literalidad, sobre los problemas de hoy.
En lo musical, Walker amplifica la perplejidad sonora de "The Drift". De inicio, "See you don't bump his head" abre el disco con un martilleo percusivo 50% Big Black y 50% jungle. En "Tar" el gancho rítmico lo proporciona el choque de unos sables. La central "SDSS1416+13B (Zercon, A Flagpole Sitter)" tiene algunos toques de stoner metal. En "Corps de Blah" Walker samplea pedos, como queriendo ilustrar el esfínter del que está hablando en la letra. En fin. Pero también nos encontramos amplios pasajes a capella, para lucimiento de un barítono incólume al paso del tiempo. Un experimento que Walker muy pocas veces había intentado antes y que le rinde unos nada desdeñables resultados.
Claro que si algo rescata "Bish Bosch", y lo hace una obra que se puede disfrutar y no sólo admirar, es cómo toca su profundo pesimismo con un delicioso humor negro. No me extrañaría ver a Scott Walker reírse al sugerir a sus músicos la idea de los samples de pedos. O dedicarle un villancico a Ceaucescu. En la extenuante "SDSS1416+13B (Zercon, A Flagpole Sitter)", una evocación depravada de la historia de Simeón Estilita, Walker nos hace entender que el ascetismo de San Simeón era tan absurdo como lo que hacían los flagpole sitters (el planking de los "locos años veinte", que consistía en pararse sobre postes elevados por intervalos prolongados). ¡Si hasta dice: "Si la música fuera mierda, tú serías una banda de guerra"! Ya, es la clase de cosa, llena de pretensión y superioridad intelectual, que mal ejecutada nos haría querer matar a este tipo. La línea que separa las peroratas seniles del genio es la misma que se detecta (¿o no?) entre "Lulu" y "Bish Bosch", por dar un ejemplo patético y contemporáneo. Pero incluso así, esta sería una obra tremendamente importante. Más aún en un año en el que Leonard Cohen y David Bowie regresaron con ideas tan tristes como viejas. Así, yo firmo escuchar los pedos de Scott Walker todo lo que haga falta, porque Walker siempre trata de alcanzar con su música esa mezcla de horror y esperanza que debieron sentir los humanos al ver a Prometeo traerles el fuego por primera vez.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario