domingo, febrero 24, 2013

Los mejores discos de 2012 (II)


2. Death Grips – “The money store”


¿Ha habido un año en el que hayamos necesitado más música violenta que en 2012? Es una pregunta retórica, que nos podríamos formular cada diciembre, pero los retornos de Atari Teenage Riot y Refused deben querer decirnos algo. Incluso la versión comercial de la música electrónica, esa reducción gringa del dubstep que llaman EDM, se construye sobre la tensión violenta, sobre la promesa de unos bajos listos para lapidarte. Pero si eso de "drop the bass" es una simple añoranza falogocéntrica, la ansiedad destructiva de Death Grips no proviene de la vanidad del adolescente emputado. En realidad, corresponde a una táctica de resistencia contra los mecanismos de poder de la sociedad transmoderna. Y si nos dejamos de intelectualizaciones, confiando en los instintos, en Death Grips encontramos un hondo pánico auditivo, con distopías post-digitales más parecidas a la electrónica experimental que a los inocuos beats de 90% del hip hop. El soundtrack para el mundo de Kim Dotcom y ese hacker que se suicidó hace unas semanas atrás.

Tal vez con fines didácticos (o mercantiles, no olvidemos que Death Grips tenían contrato con Epic), mucho se ha escrito sobre el vínculo entre Death Grips y el hardcore. Pero nada conecta a este dúo con el punk, más allá de compartir un ethos agresivo, o ciertas inflexiones vocales. En realidad se podría considerar la de Death Grips como una de las pocas cepas británicas del hip hop (aunque son norteamericanos), endeudada en lo sónico con el UK bass music, el grime, hyperdub... Los sonidos surgidos del retumbar de los galpones industriales abandonados, convertidos al poco en hubs para DJs radicales, okupas y otros engendros de lo marginal. Piensen en la actitud contestataria de unos Throbbing Gristle que se formaron escuchando dancehall en lugar de Morton Feldman. Pero la afinidad con el ruido industrial de los últimos setenta no se queda ahí. Death Grips, como TG, también reconoce entre sus referentes el accionismo vienés y sus exploraciones en ese extremo entre la percepción y la sensación del dolor, el miedo y la opresión. Y créanme que la amplitud de ese umbral es importante, aunque en una sociedad tan sumergida en el simulacro, la diferencia no siempre se note.

Claro que, incluso si se los analiza como un producto electrónico y no hip hop, Death Grips son innovadores. "I've seen footage" parece, por ejemplo, provenir de unos Chemical Brothers dignos de aparecer en el soundtrack de esa joya camp que es "Hackers", "Punk weight" es puro DJ/rupture, "Hustle bones" tiene un groove tóxico e irresistible, "Hacker" es un triunfo electrónico en el que aprovechan para sacarle el cuero a Wikileaks, etc. El proceso sonoro de Death Grips es interesante en su intención de borronear las huellas de humanidad en su música; lo que hacen, no tanto por las vías del caos, sino por la simple amplificación de los estímulos sonoros que nos rodean. Esta técnica es luego llevada al extremo, hasta convertir la saturación en glitches, de ahí en warps y drenajes de realidad: "The fever (Aye aye)" suena a los pulsos sonoros de un viaje en tren, oímos las campanadas de un reloj con las pilas a punto de agotarse en "Double helix", en "System blower" los característicos gemidos de Serena Williams mutan en los rugidos de un monstruo salido de un kaiju, etc. En suma, con las señales de la paranoia permanente que marca nuestros tiempos, Death Grips capturan el zeitgeist de la consolidación de un mundo trans-digital, que no sólo requiere una nueva estética, sino una nueva heurística, que discos como éste intentan delinear a plan de furia y subversión.


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