lunes, febrero 18, 2013

Los mejores discos de 2012 (VIII)


8. Fiona Apple – “The Idler Wheel…”


Crecer en público es de por sí difícil para cualquier artista, pero debe ser lo más parecido a una maldición para un espíritu patológico en su timidez. Justo eso le pasó a Fiona Apple, que lleva en la industria algo más de 18 años. Se dio a conocer como una nymphette alternativa, que cambiaba la sordidez maquillada de inocencia por una inusual inteligencia, pero por muy interesante que haya sido su obra primeriza, para una compositora tan perfeccionista como Apple esas canciones deben equivaler a las fotos de un adolescente con espinillas. La magnífica consistencia de sus tres discos anteriores la salvan de ese tormento, pero aún así es imposible dejar de notar cierta madurez, cercana a lo que intuimos será la versión definitiva de su sonido, en “The idler wheel…”. Un cuarto disco que, como hace patente desde su portada, es un intento por capturar el complejo paisaje interno de la cantante. Pero es un retrato que, y esa es la diferencia fundamental, admite la distorsión del observador, explotándola como un recurso creativo más.

Ese salto de perspectiva se materializa en “Werewolf”, en la que Apple canta: “Podría decir que te pareces a un hombre lobo, por cómo me dejas por muerta/Pero admito que la luna llena la puse yo.” No es un detalle menor, pues esa concesión permite que un álbum de pérdidas y soledad tan duro como este no suene a invectivas despechadas, ni a autocompasión melancólica. Ese verso es un sencillo "vamos a compartir la culpa", que le cambia el sentido al tren compostivo de Apple. Al fin, más que canciones de amor y odio, las de este disco hablan sobre el idéntico desconcierto que nos provoca la memoria y la proyección del romance (“Valentine”, “Every single night” y “Werewolf”). Incluso cuando Apple trata el dolor sentimental, lo hace desde una mirada adulta, que entiende que no puedes odiar a tu ex toda la vida, pero que también sabe que siempre encontrarás formas –de intimidad y verdad atroces– para maldecirlo cuando te lo encuentres en la misma habitación (“Perifery”, “Regret”). Puede que no sea la primera vez que Fiona Apple escribe canciones así, pero jamás le habían quedado tan contundentes.

En lo sonoro “The idler wheel…” es también más sutil y desnudo. En algo que es apropiado para un disco tan centrado en su personalidad, Apple prescinde de su viejo productor Jon Brion, desechando las piruetas arreglísticas y cualquier cosa que se parezca a una melodía bonita. En cambio, los elementos percusivos resaltan, en toda su gama, en este disco: desde delicados xilófonos, a cómo se usa el piano o la misma intensidad de la voz --ambos por completo rítmicos. Van de prueba los coros de “Every single night”, esa batería que suena como un ventilador averiado en “Daredevil” o la turbiedad quebradiza de “Regret”. De este modo, el disco busca equiparar la espontaneidad de los arreglos con el brutal intimismo de las letras. Así, como podemos escuchar una voz rasgada por el deseo de venganza, tampoco se nos ocultan el crujir de la madera de un piano que ya tiene los bajos muy trajinados.

Pero “The idler wheel…” no es un triunfo artístico porque pone a Fiona Apple a la altura de “Blue”, “La zona sucia” o algún clásico por el estilo. Lo es porque le permite a Apple una expresión cercana al vaciamiento emocional, que a su vez provoca un efecto parecido en el oyente. En otras palabras, aunque su materia es profundamente confesional, hurga igual de hondo en la intimidad de sus oyentes. Y si hay un tour de force sentimental que sirva como testamento del poder artístico que Apple alcanza aquí, tiene que ser la canción “Left alone”. Quizás lo mejor que ha escrito hasta ahora, es imposible no estremecerse cuando se la escucha. Es que con esos bríos, hay que poner a Fiona Apple en el mismo sitial que PJ Harvey, consagradas como compositoras longevas que hoy están produciendo el mejor trabajo de sus carreras, en una envidiable plenitud estilística y autoral.


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