No, distinguido lector. No encontrará aquí una típica historia de temporada, apropiada para contar minutos antes de medianoche, ni un clásico navideño para colocar junto a Dickens. Tampoco verá a Miles Davis usar una barba postiza y un gorro colorado, ni lo escuchará atacar el clásico “O Tanenbaum” desde el flugelhorn (eso se lo dejamos a Billy Bob Thornton y Chuck Mangione, respectivamente). Aquí, y en vísperas de esta celebración, recordaremos porqué la peor navidad que pasó Miles Davis involucra al inoxidable y genial Bird.
Era el 24 de Diciembre de 1948, Nochebuena, cuando Chicago escucharía por primera vez la encarnación más extrema del legendario quinteto de Charlie Parker. Aquella gélida noche no fue precisamente Papá Noel quien franqueó la puerta del “Argyle Club”, sino las ateridas figuras de Max Roach, Tommy Potter, Duke Jordan, Miles Davis y la prometida presencia del aún ausente Bird. Adentro el club era en un hervidero de expectación, que, tras una hora de retraso de Parker, comenzaba a transformarse en furia impaciente.
Rodeado de guirnaldas de pino y foquitos coloridos, Davis, director musical del quinteto, tenía bajo su responsabilidad el funcionamiento del grupo ante la ausencia de Bird, cosa común por aquellos días. Pero, cuando la tensión ya no se podía eludir y el propietario del club se preguntaba, en voz muy alta, por qué había contratado esta banda, Miles comenzaba ya a imaginar su accidentada vuelta a Nueva York.
La falta de Parker no era auspiciosa. Davis siempre se había sentido muy a la zaga del iluminado Bird, quién se deleitaba explorando laderas sincopadas a un ritmo que ningún sideman podría seguir, ni siquiera uno del talento de Miles, por entonces con apenas 22 años y escaso entrenamiento musical formal. Tampoco se trataba del mejor momento para conocer a Charlie Parker, que se había sumergido en una etapa experimental casi inaccesible (espoleado por su adicción, cómo no) que combinada con la volátil disciplina de Parker (también a causa de las drogas), obligaban a cualquiera de sus músicos a temer un forzado abandono del escenario, bajo amenaza de linchamiento.
Era nochebuena y el público presente, predominantemente blanco y de clase alta, esperaba mucho de una tocada que estaba demorada ya más de una hora. El dueño del local increpaba a la banda incesantemente; Miles sudaba frío y los ladridos del gerente le sonaban como freejazz de alcantarilla. La tormenta parecía no iba a tardar en desatarse cuando, tambaleándose y con un rictus indescifrable, Yardbird Parker cruzaba la puerta del club.
Los jazzistas deberían mantenerse “vegetarianos”, los químicos no les sientan bien. Cuando llegó Parker estaba tan drogado que apenas alcanzó, a tumbos y estrechamente guiado, el escenario. Levitando, hora y cuarto más tarde, Bird arrancaba un set que sería memorable por demasiadas razones.
“Nunca tomes Seconal cuando debas hacer cromatismos.” Solía recordarle con frecuencia Bird a Davis, pero aparentemente no seguía su propio consejo. En alguna suerte de trance, Parker estaba dispuesto a devolver esa noche, con creces, el costo de las entradas. Tras empezar rabiosamente, antes de terminar la segunda pieza, Parker ya cabeceaba sobre el escenario, aún con su instrumento en la mano.
Cualquiera que haya tomado Seconal comprenderá que este fuerte barbitúrico es un anestésico poderoso, que pasa de la embriaguez sedante a la oscuridad completa con la fuerza de una patada de mula y una rapidez narcótica mayor a la del peligroso Hongo de Los Yungas. A partir de este punto confiaremos en la palabra de Al Aronowitz para poder rememorar este alucinado set, no registrado en ninguna placa.
Mientras la banda tocaba un medley de “Embraceable You”, el dormido Parker, en medio de esta, reaccionaría y comenzaría a tocar fragmentos de “Cherokee”; para luego, de forma inexplicable, nos dice Aronowitz, transformarlos en “Donna Lee”. Además, al descubrir Davis que Bird se había dormido durante la interpretación de su solo, perdiendo su “pie”, lo cubriría, alargando su participación por otras cuatro barras. Desde la batería Max Roach haría lo propio, extendiéndose luego estas cuatro barras a ocho y doce; mientras Bird continuaba dormido, de pie en el escenario y agarrando su cuerno.
No había forma de despertarlo, quizás soñaba con renos voladores o pociones polares, mas Bird estaba completamente ausente. Ni 32 barras de Roach a máxima potencia, u 8 barras tocadas por Davis directamente al oído de Parker, lograban despertarlo. Eran más bien los embarazosos y prolongados silencios los que lo espabilaban. Entonces, abriendo de golpe los ojos, Bird comenzaba a tocar algo, aunque no necesariamente el tema correcto. Es decir, seguía a la banda en la clave y tonada, pero mientras interpretaba una canción completamente distinta. Max Roach alucinaba y reía, detrás de los parches, por lo que estaba sucediendo, mientras un Davis avergonzado sentía caer todas las miradas sobre él.
Cuando el set hubo terminado el público no podía ponerse de acuerdo si la banda estaba completamente demente o si es que Bird era un genio en trance. Probablemente ambos tenían razón.
Mientras el gerente despedía airadamente al quinteto y Davis no sabía si reprender a sus músicos o procurar evitar una debacle mayor, no daba con Parker, quién había desparecido inmediatamente finalizada la presentación. Sin un centavo y sin trabajo, habiendo interpretado aquel histórico set totalmente gratis, los jazzeros enfrentaban la navideña calle de una glacial Chicago sin destino alguno, imposibilitados de regresar a NY y con su frontman desaparecido. Momentos después, y tras haber vivido la navidad (y la tocada) más extrañas de sus vidas, los músicos encontraron a Charlie Parker, durmiendo un obsceno sueño químico dentro de una cabina telefónica. Se había orinado los pantalones y conservaba su instrumento en la mano. Nunca se supo qué había sucedido realmente con Bird horas antes, en aquella Feliz Navidad.
Era el 24 de Diciembre de 1948, Nochebuena, cuando Chicago escucharía por primera vez la encarnación más extrema del legendario quinteto de Charlie Parker. Aquella gélida noche no fue precisamente Papá Noel quien franqueó la puerta del “Argyle Club”, sino las ateridas figuras de Max Roach, Tommy Potter, Duke Jordan, Miles Davis y la prometida presencia del aún ausente Bird. Adentro el club era en un hervidero de expectación, que, tras una hora de retraso de Parker, comenzaba a transformarse en furia impaciente.
Rodeado de guirnaldas de pino y foquitos coloridos, Davis, director musical del quinteto, tenía bajo su responsabilidad el funcionamiento del grupo ante la ausencia de Bird, cosa común por aquellos días. Pero, cuando la tensión ya no se podía eludir y el propietario del club se preguntaba, en voz muy alta, por qué había contratado esta banda, Miles comenzaba ya a imaginar su accidentada vuelta a Nueva York.
La falta de Parker no era auspiciosa. Davis siempre se había sentido muy a la zaga del iluminado Bird, quién se deleitaba explorando laderas sincopadas a un ritmo que ningún sideman podría seguir, ni siquiera uno del talento de Miles, por entonces con apenas 22 años y escaso entrenamiento musical formal. Tampoco se trataba del mejor momento para conocer a Charlie Parker, que se había sumergido en una etapa experimental casi inaccesible (espoleado por su adicción, cómo no) que combinada con la volátil disciplina de Parker (también a causa de las drogas), obligaban a cualquiera de sus músicos a temer un forzado abandono del escenario, bajo amenaza de linchamiento.
Era nochebuena y el público presente, predominantemente blanco y de clase alta, esperaba mucho de una tocada que estaba demorada ya más de una hora. El dueño del local increpaba a la banda incesantemente; Miles sudaba frío y los ladridos del gerente le sonaban como freejazz de alcantarilla. La tormenta parecía no iba a tardar en desatarse cuando, tambaleándose y con un rictus indescifrable, Yardbird Parker cruzaba la puerta del club.
Los jazzistas deberían mantenerse “vegetarianos”, los químicos no les sientan bien. Cuando llegó Parker estaba tan drogado que apenas alcanzó, a tumbos y estrechamente guiado, el escenario. Levitando, hora y cuarto más tarde, Bird arrancaba un set que sería memorable por demasiadas razones.
“Nunca tomes Seconal cuando debas hacer cromatismos.” Solía recordarle con frecuencia Bird a Davis, pero aparentemente no seguía su propio consejo. En alguna suerte de trance, Parker estaba dispuesto a devolver esa noche, con creces, el costo de las entradas. Tras empezar rabiosamente, antes de terminar la segunda pieza, Parker ya cabeceaba sobre el escenario, aún con su instrumento en la mano.
Cualquiera que haya tomado Seconal comprenderá que este fuerte barbitúrico es un anestésico poderoso, que pasa de la embriaguez sedante a la oscuridad completa con la fuerza de una patada de mula y una rapidez narcótica mayor a la del peligroso Hongo de Los Yungas. A partir de este punto confiaremos en la palabra de Al Aronowitz para poder rememorar este alucinado set, no registrado en ninguna placa.
Mientras la banda tocaba un medley de “Embraceable You”, el dormido Parker, en medio de esta, reaccionaría y comenzaría a tocar fragmentos de “Cherokee”; para luego, de forma inexplicable, nos dice Aronowitz, transformarlos en “Donna Lee”. Además, al descubrir Davis que Bird se había dormido durante la interpretación de su solo, perdiendo su “pie”, lo cubriría, alargando su participación por otras cuatro barras. Desde la batería Max Roach haría lo propio, extendiéndose luego estas cuatro barras a ocho y doce; mientras Bird continuaba dormido, de pie en el escenario y agarrando su cuerno.
No había forma de despertarlo, quizás soñaba con renos voladores o pociones polares, mas Bird estaba completamente ausente. Ni 32 barras de Roach a máxima potencia, u 8 barras tocadas por Davis directamente al oído de Parker, lograban despertarlo. Eran más bien los embarazosos y prolongados silencios los que lo espabilaban. Entonces, abriendo de golpe los ojos, Bird comenzaba a tocar algo, aunque no necesariamente el tema correcto. Es decir, seguía a la banda en la clave y tonada, pero mientras interpretaba una canción completamente distinta. Max Roach alucinaba y reía, detrás de los parches, por lo que estaba sucediendo, mientras un Davis avergonzado sentía caer todas las miradas sobre él.
Cuando el set hubo terminado el público no podía ponerse de acuerdo si la banda estaba completamente demente o si es que Bird era un genio en trance. Probablemente ambos tenían razón.
Mientras el gerente despedía airadamente al quinteto y Davis no sabía si reprender a sus músicos o procurar evitar una debacle mayor, no daba con Parker, quién había desparecido inmediatamente finalizada la presentación. Sin un centavo y sin trabajo, habiendo interpretado aquel histórico set totalmente gratis, los jazzeros enfrentaban la navideña calle de una glacial Chicago sin destino alguno, imposibilitados de regresar a NY y con su frontman desaparecido. Momentos después, y tras haber vivido la navidad (y la tocada) más extrañas de sus vidas, los músicos encontraron a Charlie Parker, durmiendo un obsceno sueño químico dentro de una cabina telefónica. Se había orinado los pantalones y conservaba su instrumento en la mano. Nunca se supo qué había sucedido realmente con Bird horas antes, en aquella Feliz Navidad.
N. del E. : Feliz Navidad Química, les dejamos un par de artículos relacionados a la festividad. Aquí vuestra tarjeta, los mejores deseos de parte de todo el staff de "Diseccionando a la Musa Perdida" y un minuto de funk asordinado (sin silencio, obvio) por James Brown, fallecido hoy. So long, Mr. Dynamite...