martes, mayo 27, 2008

La idea era hibernar


Hasta hace pocas horas habría jurado que el álbum del año (de lo que va del mismo, claro) no podía ser otro que “Dig, Lazarus, Dig!!!”, del infalible Nick Cave. Ciertamente Mudcrutch aupó un serio contendiente con su rock retro-pantanoso, pero no amenaza realmente la supremacía del australiano. Sin embargo la sublime obra de Bon Iver, “For Emma, forever ago”, debut discográfico del nuevo capo canionieri del indie folk, sí está plenamente habilitada para robarle ese título a Nick y los Bad Seeds. Y eso es algo que no puede pasar desapercibido.


Sabemos que, tras un deslumbrante renacimiento a principios de éste siglo, el folk ha vuelto a caer en los vicios que lo hicieron enseña pop allá por los setenta (de la mano del soft rock más seboso). Su valor como instrumento comunicacional o conexión tradicional profunda se ha abandonado completamente, y ya ni siquiera quedan trovadores intimistas que asuman la estética acústica como conducto expresivo personal. Poquísimas excepciones (el infatigable Bonnie “Prince” Billy o lo más fino del Freak Folk naturalista) conservan esa vieja dignidad, y hoy por “folk” se suele entender más algo parecido a Coldplay o Alanis Morissette que a Leonard Cohen o Townes Van Zandt.


Afortunadamente Justin Vernon (rostro, voz e instrumentista detrás del chascarrillo francófilo de Bon Iver) no responde al actual modelo –ya mercantilizado– del trovador indie, saludablemente robusto, con barba larga, aires terrenales, letras directas y look natural. Vernon es más bien una suerte de Elliott Smith primitivo, es decir menos sofisticado y más contundente en la vena conmovedora. Lo suyo sí es folk genuino, del que se graba sin pirotecnia, con una guitarra vieja pero “decidora” y con los sentimientos fluyendo, sinceros, desde la voz. El resultado es un disco como los viejos, como los mejores; un paquete de emociones tan abrasador y personal que se transmite y amplifica universalmente.


Vernon es dueño del registro vocal más hermoso y sentido que recuerde desde Richard Manuel, con quien comparte el falsete y la doliente estela soul en la voz. Sus composiciones, en tanto, tienen más que ver con el simbolismo fuertemente poético de Nick Drake, despachando sus mejores ganchos desde la simplicidad, elevando un valor narrativo sofisticado (letras inapelablemente directas que se bifurcan en indistinguibles piezas oblicuas) en apoyo de canciones quebradas, disonantes mantras o melodías enternecedoras. Todos estos elementos, lógicamente si son bien jugados, son capaces de producir la obra maestra con la que Bon Iver debuta.


Pero la historia de “For Emma, forever ago” es fascinantemente particular, y marca de forma indeleble su tónica y virtudes. Habiendo sufrido problemas sentimentales, de salud, artísticos y personales, Vernon decidió encerrarse en la cabaña de su padre, enclavada en las lejanías del Wisconsin rural, durante tres meses, buscando destilar la indiferencia urbana por medio de la soledad.


Ese periodo ascético le sirvió para, antes que purgar, canalizar y transfigurar esas emociones contradictorias, transformándolas en canciones. La quietud de los bosques invernales y los trabajos más sencillos que la vida campestre demanda se alternaban durante esos días con sesiones de grabación y composición, interrumpidas por búsquedas de leña o excursiones a páramos nevados. Son estas formas estéticas, sencillas y terrenales, las que dominan y trascienden este disco, lanzado por el propio Bon Iver en 2007, pero circulado oficialmente por Jagjaguwar recién en marzo de 2008.


El sentido trágico/romántico del álbum es también palpable en la atmósfera que evoca, similar en su honestidad –que se permite dejar crujidos y astillas en el registro– a “Blood on the tracks”, revistiendo a su disco de un aura aún más intima y conmovedora de lo que se esperaría. Con impresionantes épicas internas y una cohesión envidiable, es difícil destacar temas de esta obra, aunque la apabullante “Skinny Love”, la perfecta suite de “The Wolves” o las preciosas “Lump sum” o “For Emma” despuntan naturalmente tras algunas escuchas dedicadas, necesarias para absorber la cuidada belleza de esta obra de arte.


Está claro que en estos días usamos el adjetivo humano con demasiado desparpajo, casi para describir una sopapa que nos permite acceder a lugares a los que normalmente no debería costarnos tanto acercarnos. Decimos “humano” con una reverencia que tendría que avergonzar por la ironía implícita: ¿No se supone que todo lo que hacemos es humano? Cabalmente esa es la cuestión (luces y sombras incluidas, todo lo que hacemos es humano). El arte verdadero, el arte “humano”, es el que nos permite acercarnos más a lo que se supone deberíamos ser. Ese que nos transmite algo capaz de recordarnos esa meta, de mostrarnos un camino. Bon Iver logró esto, aunque para ello tuvo que haberse alejado de un mundo que cada día hace más complicado que nos podamos sentir humanos. Y aunque por algunos minutos, el folk doliente y redentor de “For Emma, forever ago” lo consigue. Y por ello es un disco destinado a trascender.






Queridos amigos, no los vamos a dejar con las ganas. Feliz post Nº 101


lunes, mayo 19, 2008

Kaurismäki: Connecting people


Cuando se piensa en ello, mucho de las relaciones humanas tiene que ver con las condiciones climáticas. Y es que éstas son al menos igualmente impredecibles. Pero, cuando las cosas se ponen feas, en Finlandia se cuecen tantas habas como en Bolivia, o Suazilandia; y tal vez en algunos lados tardan más en cocer, pero al final el resultado es siempre el mismo. Aki Kaurismäki lo sabe muy bien y por ello con su “dramática comedia”, de ribetes oscuros pero finalmente redimidos, Nubes pasajeras (1996), nos lo demuestra con su ya usual maestría.

El desempleo es una amenaza global que seguramente vende menos boletos que huracanes o criaturas de ultratumba. En consecuencia, por mucho que sea una amenaza más tangible, casi no existen películas sobre el tema. Como si no quisiéramos afrontar al enemigo. Ambientada en una Finlandia todavía tironeada entre el pasado y el presente, en Nubes Pasajeras la mutilación de la modernidad termina lanzando a la miseria a una pareja de mediana edad súbita y simultáneamente desempleada: Lauri (conductor de tranvía) e Ilona (mesera en una pensión “a la antigua”), que todavía desencajados por los sincronizados traspiés laborales continúan recibiendo una paliza –a veces no tan metafórica– de extorsionadores y estrecheces económicas. Y no escapa a la vista que la nostálgica escena de una caravana de tranvías atravesando la ciudad choca con el enorme e incómodo Trinitron, que desencadena en buena parte la tragedia (al menos simbólicamente). Pero las penurias de estas personas absolutamente ordinarias se mueven por el metrónomo de la decencia, como en El Ladrón de Bicicletas o una película de Mark Rapaport, y aunque les veamos pasarlas muy mal, con Kaurismäki sabemos que el entrañable hombre común no puede terminar eternamente vapuleado.

El director finés construye en Nubes Pasajeras una historia típicamente humana, personal pero ciertamente común. Reconociendo las lecciones que tomó del Hollywood de los 50, ambientada en un universo parecido al de Capra pero trabajando la historia en su propio lenguaje, con un detalle característicamente suyo por los colores y escenarios, tan sobrios y silentes como es usual en él, Kaurismaki mira al universo exterior desde Finlandia. Otra “maña” suya, la de esconder la acción, no mostrando sino sus consecuencias, sigue refrendando que Kaurismaki sabe que, al igual que con las oraciones, lo más rico de la realidad está detrás de los coletazos del sudor. Y es que en sus películas parece no haber tiempo, o al menos éste parece no depender del movimiento, sino desprenderse de la ausencia de efecto de ciertas consecuencias. Vale la pena prestar atención a los, vagamente enfatizados pero cruciales diálogos de la cinta, como éste: “Está poniéndose muy vieja”, “Solo tengo 36”, “Bueno, puede morir en cualquier momento”.

Pero que Nubes pasajeras sea tan rotundamente fascinante es un mérito compartido por los actores, magistrales construyendo unos personajes que parecería quieren ahorrar tanto (Comeremos papel tapiz, dicen) que hasta economizan en emociones. Tanto es así que cuesta creer que son una pareja, pues su interacción se reduce a los más tibios, funcionales y triviales protocolos de la vida. No corresponde la falacia de negar que muchísimos de los matrimonios “de largo aliento” de nuestro entorno termina así. Pero entra nuevamente en juego la pulcritud del director, que deja a los actores una libertad tan clara y contundente que, apoyada en un guión no menos solido y detallista, logra que la película a veces hasta huela a documental en ese afán de mostrar cómo se atraviesa la tormenta juntos.

Pero la vida guarda sorpresas, y cómo una mentira de pelo largo puede superar el cerrojo bancario, la argamasa de los personajes secundarios y el deleite absurdista de muchos detalles escondidos en el fondo de las escena, éste film se transforma en una fábula perfecta, de barriga “llenada” en el felizmente repleto “Restaurant Trabajo”, y corazón ambiguamente contento. Y Kaurismäki sonríe, pues está seguro que, a diferencia de Lauri, no querremos reclamar el dinero de la taquilla al salir de la proyección. El cine, Nokia (la primera exportación de Finlandia), el vodka (la segunda exportación nacional) y Kaurismäki conectan personas, valga el simplón latiguillo. Pues aquí o allá todos somos uno y lo mismo. Y las nubes, como los malos tiempos, pasan. Por fortuna, esa es una certeza.


N del E. Aunque no parezca este es nuestro post número 100. Celebremos por estos, y los que también vendrán. En éstos momentos de emotividad maternal, no nos queda más que decir...yippee kay yay motherfuckers

martes, mayo 06, 2008

La Caverna (G.a.U.t.)

Es como siempre grato contar con colaboradores en “Diseccionando a la musa perdida”, pues por medio de esas nuevas voces y visiones se confirma la intención –siempre manifiesta– de hacer de este blog un espacio dialogal antes que un repositorio de textos en busca de “lectores ideales” o, lo que sería peor, un ejercicio onanista.
Recibiendo felices un nuevo texto de Gustavo Urquidi –la más frecuente de nuestras firmas invitadas– los invitamos nos acompañen a leer un recuerdo de José Saramago y su novela “La Caverna”, última parte de su “Trilogía involuntaria”, y probablemente lo que se podría considerar como el primer ensayo serio (si bien igualmente involuntario) sobre la virtualidad, una condición inherente al hombre de hoy y su sociedad, posible sólo desde la pluma del gran lusitano.
Dicho esto, y permitiéndome el solipsismo de encontrar ecos del platónico mito en “I shall be released”, los dejamos con el texto de Gustavo, agradeciéndole haberlo compartido con todos nosotros.



La Caverna


“Que extraña escena describe y que extraños prisioneros. Son iguales a nosotros.”
La República, Platón
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“La Caverna”, novela de José Saramago, fue la primera que publicó después de haber sido galardonado con el premio Nobel. Cuando ya había ensayando la ceguera escribiendo sobre la disminución de la vista, y cuando pensaba que había dado todos los nombres escribiendo sobre el desgaste de las identidades, salió nuevamente de La Caverna para hablarnos de la perdida del empleo y decirnos que no estamos todos ciegos y aquello que creemos la realidad no es más que sombras. Con esta novela, publicada en 2003, completaba su trilogía involuntaria, en la que marcó su visión del mundo en este fin (o inicio) del siglo, remarcando las diversas pérdidas del hombre: “Ensayo sobre la ceguera”, “Todos los nombres” y “La Caverna”. Este último exclusivo, porque es un libro sobre la vida y la muerte, sobre el envilecimiento y el esclarecimiento, sobre la palabra y el silencio, sobre la cultura de la frivolidad.

Esta novela sobresale de las demás (anteriores y posteriores) porque en ella Saramago deja de ser el ensayista que escribe novelas y habla sin referencias de espacio ni de tiempo, dejando el relato situarse en todos los sitios y en cualquier momento, para cuestionarnos éticamente sobre el sentido del desenvolvimiento. Más que una historia Saramago nos entrega material para pensar, y apela a la fuerza del pensamiento como la única vía capaz de liberarnos de la esclavitud conceptual de los tópicos. Cuando el hombre, recluido en la cueva de Platón, mira la luz, percibe que lo que conocía hasta entonces era apenas la sombra de la realidad.

Inversamente, cuando el artesano Cipriano Algor de 64 años, personaje principal de “La Caverna”, heredero de una tradición familiar, percibe que su trabajo se vuelve inútil, obligado a sustituir la producción de platos de loza por los de plástico, debe trasladarse para el “Centro Comercial”, donde se realizan los negocios y donde la Cueva de Platón asume una versión contemporánea e hipermoderna igual que los “stadium de futbol”, “las discotecas”, “supermercados”, “casinos”, etc.; lugares de “encuentro”, lugares comunes donde la gente acude no ya para escuchar a los demás, sino los espectáculos, las ofertas y gangas del consumo, espacios que curiosamente son muy vigilados, espacios en los que la gente se siente segura porque la violencia y la comunicación se producen fuera de esos recintos (cavernas), en donde Cipriano se ve obligado a encarar dicha realidad de la caverna hipermoderna, de la que no tenía la más mínima sospecha; entra en ese mundo de sombras, compromete su libertad para entrar al mundo de los ojos que todo lo ven. Esa es la diferencia de los habitantes de la cueva de Platón que nunca salían de ella. En la Caverna de Saramago los personajes van de fuera para adentro y cuando logran entrar comprenden que ese mundo no es de ellos, el autor pretende que los lectores no renuncien a criticar el acontecer diario, de esta forma Cipriano representa una cultura, un modo de hacer las cosas, representa al hombre que esta en la peor de las situaciones donde hace lo que no quiere y no sabe lo que puede hacer, nadie quiere nada de ese hombre a quien no le queda mas que alejarse.



A manera de contraste, y como homenaje al amor por los animales y particularmente por sus perros, en su novela figura entre los personajes precisamente un perro, un perro que se humaniza mientras muchos, demasiados humanos, se fosilizan. Usando la figura que nos regala Saramago, podemos decir que, hoy, el animal tiene mayor valor que los muertos vivientes, entre ellos escritores, sobre todo “novelistas” que persiguen premios, para quienes esta vida parece donada, que en realidad no dicen nada, y callan, y solo gimen para ventilar su podredumbre y exclamar: miren estoy aquí, sí, aquí, yo, sí, estoy aquí, aquí. Y se reparten premios por eso. Lo dijo Saramago, sin tapujos pero más delicada y nostálgicamente, a manera de protesta, en una entrevista con la televisión española cuando le otorgaron el premio Nobel. Lo resumimos así: ¿Hasta cuándo beberán sus babas, comerán sus desechos y arrastrarán sus cadáveres? “Los grandes nunca necesitaron premios.”

Para Saramago, que a través de su relato nos regala finísimas reflexiones sobre las preguntas claves de la vida y sobre los detalles que la aderezan, todos nosotros estamos dentro la Caverna porque damos más atención a las imágenes que a lo que realmente somos: “estamos dentro mirando una pared, viendo sombras y creyendo que ellas son reales”.

gustavo a. urquidi t.
- 2008 -