Hasta hace pocas horas habría jurado que el álbum del año (de lo que va del mismo, claro) no podía ser otro que “Dig, Lazarus, Dig!!!”, del infalible Nick Cave. Ciertamente Mudcrutch aupó un serio contendiente con su rock retro-pantanoso, pero no amenaza realmente la supremacía del australiano. Sin embargo la sublime obra de Bon Iver, “For Emma, forever ago”, debut discográfico del nuevo capo canionieri del indie folk, sí está plenamente habilitada para robarle ese título a Nick y los Bad Seeds. Y eso es algo que no puede pasar desapercibido.
Sabemos que, tras un deslumbrante renacimiento a principios de éste siglo, el folk ha vuelto a caer en los vicios que lo hicieron enseña pop allá por los setenta (de la mano del soft rock más seboso). Su valor como instrumento comunicacional o conexión tradicional profunda se ha abandonado completamente, y ya ni siquiera quedan trovadores intimistas que asuman la estética acústica como conducto expresivo personal. Poquísimas excepciones (el infatigable Bonnie “Prince” Billy o lo más fino del Freak Folk naturalista) conservan esa vieja dignidad, y hoy por “folk” se suele entender más algo parecido a Coldplay o Alanis Morissette que a Leonard Cohen o Townes Van Zandt.
Afortunadamente Justin Vernon (rostro, voz e instrumentista detrás del chascarrillo francófilo de Bon Iver) no responde al actual modelo –ya mercantilizado– del trovador indie, saludablemente robusto, con barba larga, aires terrenales, letras directas y look natural. Vernon es más bien una suerte de Elliott Smith primitivo, es decir menos sofisticado y más contundente en la vena conmovedora. Lo suyo sí es folk genuino, del que se graba sin pirotecnia, con una guitarra vieja pero “decidora” y con los sentimientos fluyendo, sinceros, desde la voz. El resultado es un disco como los viejos, como los mejores; un paquete de emociones tan abrasador y personal que se transmite y amplifica universalmente.
Vernon es dueño del registro vocal más hermoso y sentido que recuerde desde Richard Manuel, con quien comparte el falsete y la doliente estela soul en la voz. Sus composiciones, en tanto, tienen más que ver con el simbolismo fuertemente poético de Nick Drake, despachando sus mejores ganchos desde la simplicidad, elevando un valor narrativo sofisticado (letras inapelablemente directas que se bifurcan en indistinguibles piezas oblicuas) en apoyo de canciones quebradas, disonantes mantras o melodías enternecedoras. Todos estos elementos, lógicamente si son bien jugados, son capaces de producir la obra maestra con la que Bon Iver debuta.
Pero la historia de “For Emma, forever ago” es fascinantemente particular, y marca de forma indeleble su tónica y virtudes. Habiendo sufrido problemas sentimentales, de salud, artísticos y personales, Vernon decidió encerrarse en la cabaña de su padre, enclavada en las lejanías del Wisconsin rural, durante tres meses, buscando destilar la indiferencia urbana por medio de la soledad.
Ese periodo ascético le sirvió para, antes que purgar, canalizar y transfigurar esas emociones contradictorias, transformándolas en canciones. La quietud de los bosques invernales y los trabajos más sencillos que la vida campestre demanda se alternaban durante esos días con sesiones de grabación y composición, interrumpidas por búsquedas de leña o excursiones a páramos nevados. Son estas formas estéticas, sencillas y terrenales, las que dominan y trascienden este disco, lanzado por el propio Bon Iver en 2007, pero circulado oficialmente por Jagjaguwar recién en marzo de 2008.
El sentido trágico/romántico del álbum es también palpable en la atmósfera que evoca, similar en su honestidad –que se permite dejar crujidos y astillas en el registro– a “Blood on the tracks”, revistiendo a su disco de un aura aún más intima y conmovedora de lo que se esperaría. Con impresionantes épicas internas y una cohesión envidiable, es difícil destacar temas de esta obra, aunque la apabullante “Skinny Love”, la perfecta suite de “The Wolves” o las preciosas “Lump sum” o “For Emma” despuntan naturalmente tras algunas escuchas dedicadas, necesarias para absorber la cuidada belleza de esta obra de arte.
Está claro que en estos días usamos el adjetivo humano con demasiado desparpajo, casi para describir una sopapa que nos permite acceder a lugares a los que normalmente no debería costarnos tanto acercarnos. Decimos “humano” con una reverencia que tendría que avergonzar por la ironía implícita: ¿No se supone que todo lo que hacemos es humano? Cabalmente esa es la cuestión (luces y sombras incluidas, todo lo que hacemos es humano). El arte verdadero, el arte “humano”, es el que nos permite acercarnos más a lo que se supone deberíamos ser. Ese que nos transmite algo capaz de recordarnos esa meta, de mostrarnos un camino. Bon Iver logró esto, aunque para ello tuvo que haberse alejado de un mundo que cada día hace más complicado que nos podamos sentir humanos. Y aunque por algunos minutos, el folk doliente y redentor de “For Emma, forever ago” lo consigue. Y por ello es un disco destinado a trascender.