martes, abril 28, 2009

J.G. Ballard: Retratos de la psicología del futuro


“Un arquitecto de sueños –a veces pesadillas”
Ballard sobre Ballard


“El mundo se parece cada vez más a los relatos de Ballard”, lanza Andrés –como quien dice mucho sin realmente proponérselo– mientras almorzamos y decidimos cómo recordar al recientemente fallecido escritor J.G. Ballard. No reparamos en lo planteado, hablando de Dick y Gibson, hasta que, alguna horas después, me topo con "The drowned world" (1962), primera novella publicada por Ballard. Ambientada en un futuro –entonces como ahora– muy cercano, nos encontramos con un planeta sumergido tras el derretimiento de los hielos polares. Nada sería el muy plausible escenario construido por el autor inglés, o acaso otro más de los certeros chispazos futuristas comunes a la ciencia ficción, de no ser por la precisa cercanía de la ficción psico-arqueológica con la que esta narración derrumba y reconstruye la idea de humanidad. Emprendiendo la revisión, reparamos con “Why I want to fuck Ronald Reagan”, y observamos los desconcertantes paralelismos entre el estudio de personaje que Ballard dedicara en 1968 al (entonces gobernador) norteamericano, y la no demasiado distinta composición simbólica de Obama –o incluso Evo. En días es las que, como en "Concrete Island" (1974), el hombre sigue construyendo islas artificiales (de las tangibles tanto como de la mente), o en el que el concepto de celebridad y desastre colisionan violentamente, por medio del entretejido de los medios masivos y la tecnología, evidentemente no podríamos acercarnos más a un mundo diseñado por Ballard. Tal es el legado del colosal escritor que el pasado martes 21 abandonó este mundo.

James Graham Ballard jamás dejo de ser una suerte de autor de culto -o así lo describieron los numerosos obituarios publicados en su memoria. Y precisamente esto se hace bastante extraño, dada la visibilidad de su nombre y la relativa accesibilidad (típicamente pulp, típicamente SciFi) de sus obras. Lo cierto es que, por su provocadora vocación y por su insuperablemente retorcida imaginación, Ballard no fue debidamente (re)conocido por el público. Pero en esto se parece a The Velvet Underground, pues debe ser uno de los escritores que más adeptos ha generado. Sus textos, generosos en ideas de sintética revulsividad, invitan a lecturas profundas, a correlatos y reinvenciones. Podemos incluso afirmar que Ballard dispuso una ética narrativa en sus obras, a pesar de estar escritas en forma –digamos– “clásica”, que estallaba en su real magnitud ante potenciales lectores-autores. Es tal vez, por ello, comparable a Huxley, Beckett, Faulkner o Borges.

Este creador de mundos inquietantes, alumbrados en el margen de la precisión científica, debía mucho de su universo -es decir formas, lenguajes e intereses- a su pasado, demarcado por una infancia como prisionero de guerra, por sus años como estudiante de medicina y –particularmente– por su devoción al surrealismo y al arte contemporáneo (al de filo más techno, está claro). Nacido el 15 de noviembre de 1930 en Shangai, vivió en la bonanza de una familia inglesa acomodada hasta que los japoneses los recluyeron en un campo de prisioneros –durante la Segunda Guerra Mundial. La irracionalidad, alternante entre lo enternecedor y lo brutal, de esa situación no solamente daría lugar a "Empire of the sun" (1984) –el más autobiográfico y exitoso de sus trabajos– sino a la percepción estoica y cataclísmica de su obra. En cambio, la fruición que sentía por la literatura surrealista, combinada con sus años diseccionando cadáveres, terminaría de establecer el germen de sus temas, fuertemente delineados por lo científico, las ambigüedades violentas de la humanidad, la esquizofrenia trepidante de lo bélico y la constante marea simbólica que sumerge todo aquello.

Su estilo, entre William Burroughs y Jarry tanto como episódicamente similar al de los journals, encerraba la obsesión de un hombre convencido de la inexistencia del pasado, de la muerte del futuro y de las infinitas posibilidades del presente. Empleando la excusa de la ciencia ficción (SF), Ballard meditaría profundamente sobre la humanidad, a veces amenazando con huir de la –injustamente menospreciada– delimitación literaria de este género. Esto es innegable, pues la SF de Ballard se parece más a la de Barry Bayley, o a la de su amigo Michael Moorcok, que a la de Chirstopher Priest o Stanislaw Lem. Desentendido de esa polémica, aunque algo frustrado porque los críticos recurriesen tanto a la muletilla de la SF para describirlo, J.G. Ballard sostenía que el único instrumento capaz de medir al Siglo XX postrero, desde la literatura, era precisamente la SF. Si el periodismo fue el género literario del (primer) Siglo XX, la ciencia ficción lo es, entonces, del Siglo XXI –o de ese tiempo que se extiende desde 1950 hasta hoy.

Otro elemento recurrente en la obra de Ballard es la catástrofe. Esta múltiple incidencia de la calamidad –muchas veces humana, otras natural, casi siempre tecnológica– más que servir como dispositivo argumental, se erguía como metáfora del remolino regresivo en que puede devenir el progreso. No era pues, tanto, la intención de Ballard el graficar el hundimiento o la stasis que le seguía, sino observar las contradictorias reacciones del hombre frente a estas situaciones, capaces de pronunciar el deseo y la violencia –el camino a la deshumanización. Un rol similar juega en su obra la tecnología, canalizada por los medios y causante de la intoxicación de la masa, donde el consumo y la despersonalización colisionan para deformar lo humano. Esa tenue sostenibilidad, empujada –muchas veces por medios y acciones propios– hacia la debacle, es el quid de su escritura, su gran simulacro (“un bizarro paisaje exterior, impulsado por enormes fuerzas físicas”, decía Ballard al ser consultado por la elaboración de la realidad en sus textos).

De entre su prolífica producción destacan "The Atrocity Exhibition" (1969) y "Crash" (1973), que por medio de ensayos narrativos de contundente provocación, en el caso del primero, y de la metafórica exposición de una tecnoparalifia en el segundo, absorbían y se apoderaban totalmente del autor y su mundo. Disfrazando en desarticulados paseos surrealistas -cínicos- sus meditaciones, Ballard enumeraba los traumas de la “experiencia de posguerra”, es decir la experiencia posmoderna por excelencia, dejando que la claridad de aquello que siempre deseó expresar lo poseyera en plenitud. Una implacable descripción del perverso paisaje que llamamos “entretenimiento de masas”, un acercamiento a un futuro al que nos hallamos turbadoramente encaminados y una metáfora SF sobre el –deshumanizado, hiper tecnológico, etc.– estado de la sociedad occidental, con este bíptico Ballard alcanzaba la máxima cota a la que aspirarían sus trabajos, programando al mismo tiempo el sentido de los que vendrían.


Otra de las (muchas) importantes aportaciones de Ballard es el desarrollo de lo virtual como una configuración post-existencial y transmaterial del hombre; plasmando ésta elaboración como un tropo de lo humano, especialmente en sus estupendos ensayos recopilados en "A User’s guide to the millennium" (1996). No en vano Ballard fue el primer gran simulador de la literatura (Baudrillard dixit). También hallamos influencia suya, muchas veces directa, en creadores ajenos a la literatura (Joy Divison, David Cronenberg, Radiohead, el movimiento post-punk), por lo que su talla es a veces sencillamente inconmensurable. Tal vez, y no es exagerado, sólo alcancemos a conocerla en su genuina y cabal magnitud ahora, cuando el futuro nos lanza nuevamente en los caminos sugeridos por el gran autor inglés -incluso a pesar de su ausencia física.

¿Fue J.G. Ballard más un visionario que un simulador?, ¿más un psico-tecnólogo que un escritor de ciencia ficción? Estas preguntas, como muchas similares, no tienen ni podrán tener respuesta, pues la escritura de Ballard consigue lo que pocos otros autores: sumar y sobrepasar esas fronteras, definirse allende de las limitaciones perceptivas de sus intérpretes y críticos. Abocado a narrar, con provocativo y punzante hiperrealismo, las brutales y contrastantes operaciones de lo humano (ese horror en el que pocos consiguen ver literatura), Ballard no hizo más que tomarle el pulso a su mundo, desarrollando –con exagerada potencia– las líneas (in)verosímiles de nuestro futuro inmediato. Y sea imaginando por adelantado a Obama, el efecto invernadero, o apropiándose de la suplantación iconográfica como contenido narrativo, Ballard se hizo un escritor apocalíptico y especulativo, un hombre cuyos libros eran tan rigurosos como un parte forense pero tan perturbadores que los críticos no podía permitirse recomendarlos “bajo preceptos morales” (¡vaya lujo!). Descubridor de la psicomitología –tecnológica y grotesca– desplegada por los medios masivos, con Ballard nos despedimos del gran simulador de la literatura, del arquitecto de sueños –a veces pesadillas– más propios de lo humano.

lunes, abril 20, 2009

Navegando por el mar de los lugares comunes

Reconocer a Ed Wood como el peor director de todos los tiempos se convirtió en una suerte de sapiencia popular, aunque la mayor parte de nosotros se enteró de eso gracias a la ayuda de Tim Burton y no por iluminación divina, como muchos quisieran afirmar. Resulta extraño pero el nombre del infame realizador es más citado que los mejores y más laureados del rubro. Esto ocurre porque se da un fenómeno bastante extraño cuando uno presencia una película realmente mala. Un film bueno te cambia la vida y se queda, en breves momentos, en la memoria a corto plazo hasta que es reemplazado por otra gran obra, que sucederá a la anterior en ese inexplicable lugar de nuestra materia gris; con una mala ocurre que no se genera ningún cambio en nosotros, pero atesoramos sus momentos porque serán nuestros referentes para comparar cualquier acto de estupidez acaecido en el mundo, o sólo para reírnos de la ineficiencia de algunos para crear verdaderas obras de arte.

Pero Wood nunca estuvo solo en el mundo. Hay cientos, sino miles, de directores que se lucen por realizar grandes obras de mal gusto, en cualquier parte del globo. Es más, a veces resulta mucho más fácil hacer algo estúpido porque, aparentemente, no se gasta en exceso la energía mental, se arranca, en cambio, carcajadas de algunos espectadores y se consigue un moderado dinero, que será invertido en otra pésima película que buscará los mismos objetivos, creando un ciclo que parece no tener fin. La autogestión o astucia para conseguir a desubicados mecenas es el generador de toda esta espiral.

Bajo esa lógica muchos quedan felices, los realizadores en especial porque siempre tendrán asegurada la fuente para el desarrollo de sus obras y los mecenas, que no desistirán de afirmar apuestan por virtuales clásicos de la pantalla. Además debemos tomar en cuenta un factor descomunal: el sentido de sofisticación. Qué cosa más deliciosamente excéntrica es financiar un film. Recibir el reconocimiento de ser una persona que está al tanto de la cultura y la moda puede ser algo tan codiciado en un país como éste que incluso puede adquirir varios fines políticos y de manipulación ideológica.

No es casualidad que política y cine siempre estén relacionados. Y es en ese lugar dónde se generan muchas controversias y discusiones sobre el verdadero rol de esta forma de entretenimiento. La flamante película, o collage de cortos sin ningún hilo conductor más que el alcohol y la misoginia, de producción tarijeña Historias de vino, singani y alcoba presenta en el fondo una suerte de apología a un estilo de vida social y político en total decadencia, llegándolo a pintar como algo que en el fondo está bien sólo porque es gracioso y picaresco. Además este film nos ofrece una obra digna de Wood, no por las bizarras temáticas de ciencia ficción, sino por las pretensiones de su realizador, que se jacta de ser el mejor educado (en términos de lenguaje visual) del país y que sus creaciones quedarán inscritas en lo más alto del cine nacional.

Si tomamos en cuenta aquel senador tan déspota, machista y mujeriego presentado en la producción y le agregamos una gran variedad de insultos (¿cuán gracioso es decirle “hija de puta” a la esposa?) podríamos encontrarnos con el escándalo, pasado o presente, de cualquier miembro de esta honorable cámara. Utilizar los problemas de pareja para hacer comedia resulta bastante delicado porque existen varias situaciones que es mejor dejarlas en los rincones más oscuros de la cabeza, todos sabemos lo absurdamente complicado que puede ser llevar un noviazgo. Sin embargo, ¿será correcto presentar a la infidelidad (venida de ambas partes) como algo tan simple y cotidiano? Se dice que la gente disfruta de la comedia porque ésta refleja cosas que son muy suyas, pero ¿Estará bien reírse de personas con la misión de probar que la embriaguez, el cuerneo, la misoginia y los derroches de personas (con inclinaciones políticas bien definidas) están bien y que no podemos hacer nada contra esos problemas sociales más que reírnos porque en el cine nos lo mostraron como algo hilarante? ¿No será que los imbéciles somos nosotros por creernos esas inverosímiles historias que no son más que las fantasías de un despreocupado?

Muchas risas se arrancaron gracias a las destrezas de ese patético senador, pero su aporte no fue uno más de las muchas historias que conforman esta extraña producción. Plagada de chistes malos basados, en su mayoría, en el alcohol y sexo, la película va dibujando los perfiles de personajes cuya mayor preocupación es seguir vivos para poder chupar un día más y, si tienen suerte, irse a la cama con alguna mujer. La vida banal que llevan los participantes no hace más que probar que en ciertas partes del país las cosas son totalmente relajadas y no hay porque preocuparse. Lo que otorga la impresión de estar viviendo en un lugar común más que en una tierra etílicamente embrutecedora. El hecho de pasar los días bebiendo, jodiendo a mujeres y utilizándolas como simples objetos dispuestos a contraer relaciones sí o sí, así como también los escándalos públicos de un pequeño pueblo, son recursos utilizados en cualquier película sin norte alguno. Proyectar historias hechas sin ninguna intencionalidad aparente es bastante dañino, ya que los espectadores entrarán en un letargo, el mismo que ocasiona el alcohol o el amor, sólo que esta vez conviene más porque, en épocas electorales, hay que ganar más adeptos del estilo de vida que impone la película. O tal vez el mensaje oculto de todo esto será mostrar los encantos de cierta tierra y sus atormentados habitantes. ¿No será este un producto turístico para promover una suerte de asilo para todas las personas que creen vivir todavía en una sociedad regida por el cinturón y la bacanal, formas tristemente relacionadas con un decadente estrato social y político que agoniza cada día más?

Muy pocos directores han conseguido crear situaciones cómicas a partir de la sexualidad. Lamentablemente en Historias de vino, singani y alcoba no sucede eso. En esta producción el sexo no es más que una urgencia masculina que debe ser resuelta cuanto antes, en una cuasi maquiavélica situación donde el fin justificará los medios (prostitutas, viagras, chuflays, tragos adulterados y otras barbaridades más). El abordaje de los temas íntimos es de muy mal gusto, resumiendo todo con tontos chistes, dignos de cincuentones verdes que beben en algún bar del centro cualquier viernes de soltero. De acuerdo a Michel Foucault, la heterosexualidad de nuestros días cuenta con dos etapas. Primero el cortejo, generalmente de hombre a mujer, y la culminación de éste proceso con el ansiado sexo. Este complicado procedimiento parece no importar mucho en el film, ya que los personajes recurren a las más patéticas formas de acercamiento con el cliché de mamitaaa, ricotitaaa, eres la única para mí, es mi primera vez y el fraudulento te amo mucho mi amor. Y si no llegaban a funcionar éstos poco dignos métodos de conquista, siempre queda la chance de utilizar el caribean night para que la mujer se rinda sin el menor esfuerzo ante los caprichos y parafilias más extrañas de su amante. De todas maneras es necesario reconocer que existen producciones donde situaciones mediadas por el sexo, y el alcohol, pueden ser bastante graciosas y no rayar en lo vulgar, sin embargo este film no lo dirigió o escribió Apatow y tenemos que conformarnos con resultados bastante negativos.

Resulta muy importante preguntarse si este es el cine que refleja como somos, vivimos y bebemos. Apologizar a una forma de vida que cada vez está en picada por cuestiones políticas, puede llegar a ser interpretado como el último recurso de algunos para quedarse en el imaginario del público. Explotar a la mujer en términos tan retrógrados no hace más que probar que en ciertos asentamientos continúan siendo tontos de lenta evolución. Es cierto que a todos nos encanta el alcohol, ¿pero hasta qué punto la vida de los espectadores es tan parecida a la presentada en el ecran? Admitámoslo, nuestra vida nunca es ni será así. La charlatanería llega a su máximo esplendor cuando nos quieren hacer creer que eso es nuestro reflejo. De todas maneras hay que tener bastante cuidado con éstos productos, porque no hacen más que conseguir ese codiciado statu quo que facilitaría las cosas a muchas personas en el país. Esperemos no entrar en aquella lógica de embrutecer al público por medio de la pantalla grande, para que no sepa que fuera de la sala todo está en llamas.