viernes, enero 30, 2009

Historia averiada de la literatura portátil

Texto presentado en el evento "Web 2.0 para todos - 1ª Cumbre de Voces Bolivianas"

Hace no más de dos años la comunidad bloggera boliviana –y uso comunidad con excesiva libertad– iniciaba su existencia de forma oficial, orgánica y quizás definitiva. La adquisición de una autoconsciencia plena, plasmada en el surgimiento de modos organizativos simbólicos y prácticos, convergía con un floreciente interés social y mediático por el soporte y sus productos. Sin duda era un gran momento para ser un bloggero en Bolivia. El momento fundante de la experiencia que se ha llamado blogósfera boliviana.

Durante ese tiempo, así como en el mundo los blogs han experimentado intensas transformaciones y avances, en Bolivia su crecimiento y consolidación ha continuado, aunque sin el momentum inicial ni con los alcances de otros contextos. Sorprende sin duda –considerado el pobrísimo estado de los medios tradicionales bolivianos– que los blogs y medios 2.0 no hayan conseguido establecerse como elementos conformadores de la realidad boliviana, en este caso desde el correlato social. Pero son otros cambios los que despiertan mayor interés, puesto que sin obedecer arquetipo alguno, la blogósfera boliviana ha mutado bruscamente en los últimos tiempos.

Las características de desterritorialización semiótica que ésta tenía, por ejemplo, han desaparecido. Ahora la lectura de cada blog demanda una actualización contextual que se replica en los encuentros bloggeros realizados -casi como queriendo eliminar este territorio sin territorio- primero en Santa Cruz y luego en La Paz, e incluso en éste [la cumbre de Voces Bolivianas]. Las ventajas léxicas del soporte tampoco se han aprovechado en plenitud, proliferando blogs empleados como sucedáneos de publicaciones físicas antes que ensayos, nativos del campo bloggero, por expandir las características distintivas del medio. Y finalmente, la arbitraria omisión de la primera comunidad de blogs bolivianos y sus remplazo por una iniciativa privada, ha terminado anulando el proceso de constitución social de la blogósfera boliviana –que ciertamente tenía numerosas falencias pero no carecía de legitimidad y se encaminaba con naturalidad preclara.

Pero no son todas invitaciones al lamento. Los blogs continúan ganándose espacio en la esfera pública, prueba de ello son las varias notas y secciones que se les dedica desde la prensa nacional. Lo mismo los blogs institucionalizados que mantienen entidades usualmente ligadas a los medios, la opinión pública o las artes. Se han publicado igualmente –incluso en revistas académicas, pero primordialmente en la blogósfera misma– interesantísimos artículos analizándola desde perspectivas sociológicas, comunicacionales, discursivas o tecnológicas. Estos procesos apuntan hacia la continuidad del desarrollo de la blogósfera nacional, pero no son indicios suficientes para determinar su actual situación, o posición, dentro de nuestra sociedad. Superada la vertiente estadística pura, habrá que esperar mayores y más claras manifestaciones en tales aspectos si es que se quiere establecer o inferir políticas organizativas en la blogósfera nacional.
Pero, ¿cómo se ve la blogósfera desde su interior? A pesar de una evidente desaceleración en su crecimiento y de la desaparición de algunos de sus exponentes más señeros, la blogósfera nacional continúa enriqueciéndose a diario. Atestiguamos así la aparición de voces cada vez más plurales, como las presentes en esta cumbre, y la constante participación de bolivianos dispersos en todo el país y hasta en el exterior; bloggeros migrantes que mantienen un contacto intenso con el país por medio de los blogs y sus tecnologías afines. También se ha producido una migración bidireccional entre los blogs y los medios de comunicación tradicionales, pues muchos periodistas y escritores han abierto su blog –casi en una movida desesperada para no ser arrollados por la tendencia–, mientras algunos bloggeros comenzaban a ver sus notas reproducidas en periódicos o revistas. Claro que todo esto con menor significatividad que en países donde ya existen semanarios completamente integrados por notas tomadas de blogs o donde se publican blogs en formato físico; pues en el país se da una simbiosis que parece ser más beneficiosa (por la pluralidad de enfoques) para los medios tradicionales que para los blogs (que ven condicionadas sus oportunidades de “éxito mediático” a la mitigación de las lógicas renovadoras propias de la escritura blogosférica). Es posible no considerar estas “transcripciones” de medios tradicionales –que ven el soporte de los blogs como un medio gratuito de publicación y nada más– como blogs per se, pues éstas revistas estarían publicándose sin cambios en papel o en una web pagada, por lo que tal relación no carece de polémica. Sucede algo parecido con la prosa [y poética, como acabamos de ver] absolutamente menor que suele plagar la mayor cantidad de los blogs nacionales e internacionales. A medias entre la ficción confesional y la narración maximalista de lo cotidiano, no tiene sentido quejarse de las virtudes literarias de los blogs, valor que jamás se han arrogado, cuando la prensa tradicional tampoco están mucho mejor en dicho ámbito, dejando escapar yerros de auténtica verguenza.

Los blog también han conseguido mantener intacta la polisemia que les es tan distintiva, conservando su potencial para dejar huellas productoras de interacciones textuales (a veces diferidas). Su escritura también se ha mantenido inalterablemente como un proceso lingüístico metafórico –en esto según Fauconnier, Turner, Lakoff y Johnson– y hasta se podría arriesgar uno afirmando que la creciente subjetivización de las noticias, que cada vez contienen más opinión y menos información, se entrelaza con la tendencia opinativa típica de la blogósfera, donde predomina lo subjetivo y personal sobre la data y exposición.

Un fenómeno que también se ha profundizado en el país es el relacionado al uso de las tecnologías web 2.0 (blogs particularmente) como dispositivos para la espectacularización del yo. Un canal para, como sugiere el nada gratuito título de esta nota, desencadenar al shandy homuncular de cada bloggero. Guy Debord presagiaba este fenómeno al hablar de la Sociedad del espectáculo, que Paula Sibila –autora de “La intimidad como espectáculo”– actualiza categorizando la blogósfera como el lugar de lo ex-intimo, sugiriendo una intuitiva "superación" de la realidad en los modos de los blogs, mientras abre un terreno indagativo vastísimo para las ciencias del comportamiento humano, que podrían deleitarse abocándose al análisis de la la ficcionalización de la vida privada o de la exposición del yo espectacularizado.

Cerrando esta intervención corresponde declararnos escépticamente optimistas –en un maravilloso oxímoron– frente a las perspectivas de la blogósfera boliviana. Torpedeada por los mismos problemas que han hecho de nuestro país el extraordinario estado que es, la comunidad bloggera ni es la fallida réplica social que pintan algunos ni el adolescente inocentón que sugieren otros. Lo real es aquello que vamos viendo hoy y que iremos percibiendo, de a poco, alrededor nuestro; y esto va construyendo el futuro blogosférico nacional. Debemos, eso sí, evitar convertir la blogósfera en un ghetto (influyente solamente en su reducida esfera de lectores/autores) o una logia (la penetración del internet en el país es un grandísimo tema pendiente, delimitando los alcances e influencia posibles de la blogósfera a temas socioeconómicos).
Siempre el espacio ideal para la expresión pluriarquica, los blogs han abierto y consolidado un ejercicio que permite y empodera a todos lo que decidimos usarlo como materializador de nuestros derechos; sea como plataforma gratuita de publicación, herramienta social, lúdica interface para “sacarle la mostaza” a todo el mundo, diario personal en versión digital, etc., etc. Lo que está indiscutiblemente claro es que llamarlos “nuevos e inexplorados” es ya imposible.

lunes, enero 19, 2009

Javier Rodríguez: the Next Great Rock Critic

Desde aquí queremos felicitar a nuestro querido Javier Rodríguez por haber obtenido el primer lugar en el concurso de crítica de rock organizado por la prestigiosa revista norteamericana Crawdaddy!  En Diseccionando sabemos de todo el trabajo que hay detrás de este reconocimiento y esperamos que sea el primero de una larga serie.  

Pueden leer el artículo que decidió a los jurados aquí. 

lunes, enero 12, 2009

No Asheton. No Stooges. No Fun.

No había posibilidad de confundir esa melena rubia. El provocador sexual de turno no era quien recurriese a un puntiagudo braseare de Jean Paul Gaultier para volar las alarmas puritanas, sino un sujeto que –con gran contento– enseña el miembro, cada noche, hoy como hace cuarenta años. Ya por encima de los sesenta pero acompañado de la banda con la que básicamente se inventó antes de cumplir los 20, el semidesnudo demente que se contoneaba en el escenario del “Rock and roll Hall of Fame” era Iggy Pop, afortunadamente “completado” por los siempre estupendos Stooges (los hermanos Ron y Scott Asheton en guitarra y batería respectivamente, además de Mike Watt supliendo al malogrado Dave Alexander en el bajo). Así se zanjaba la polémica respecto a la inducción de la “reina del pop” [sic] en el salón de la fama del rock, y de paso Madonna se congraciaba al reivindicar a los padres del punk, que habiendo sido nominados ya en más de siete ocasiones, la tienen aún difícil para entrar a dicha “selecta sociedad”. Si bien es probable que el reciente fallecimiento de Ron Asheton termine por cuajar la tan postergada inducción, no creo que el reconocimiento institucional sea algo que preocupe especialmente a estos pioneros del punk. Como fuera, contando el inesperado link The Stooges – Madonna como uno de los momentos más extraños del año pasado y apenas empezando el 2009 con la noticia de la muerte de Ron Asheton, aprovechamos estas líneas para homenajear al desaparecido guitarrista.

Nacido en 1948 en Washington D.C., la vida de Ron Asheton está permanentemente ligada a dos ejes esenciales: Detroit y The Stooges. Aunque a la larga ambos terminarían ejerciendo la misma trascendental influencia en Asheton, pues de no haberse trasladado a Ann Arbor en 1963, no habría conocido a los otros miembros de la seminal banda, y mucho menos habrían podido crear a los Psychedelic Stooges en su sótano. El cambio permitió a Asheton pasar del acordeón a la guitarra, e introducirse en una escena en la que el rock de garaje era el lenguaje común.
A pesar de que su madre le compraba todos los discos de los Beatles o los Rolling Stones, no fue hasta que tuvieron de oportunidad de ver a The Who en Londres (en 1965) que los Asheton decidieron qué era lo que deseaban hacer como banda. El pandemónium hipnótico del cuarteto inglés les dio un vistazo del extremo al que aspiraban, un riesgoso estado alterado en el que la música empujaba al público y a los intérpretes al caos más puro.


Cuando conocieron al errático empleado de una tienda de discos llamado James Newell Osterberg –el futuro Iggy Pop– los Asheton decidieron finalmente iniciar una banda, que fue bautizada como The Psychedelic Stooges. Con otro amigo de la escuela en el bajo (David Alexander) y sin realmente saber tocar sus instrumentos demasiado bien, los Stooges decidieron hacer una suerte de rock vanguardista que incorporara algo de los Yardbirds, Harry Partch, Frank Zappa, Hendrix , los cantos gregorianos y la música budista. Así, intentaron crear una ópera rock de avanzada con una guitarra hawaiana de juguete haciendo de sitar y licuadoras, aspiradoras, viejos aparatos telefónicos y otros trastos caseros como efectos de sonido.
Casi sin proponérselo debutaron muy pronto, el día de Halloween de 1967, abriendo para los MC5 en un conocido antro local., el Grande Ballroom. Bordeando el arte performático entre los gritos de Pop y las fallidas evoluciones de cada uno en sus instrumentos –que obviamente apenas sabían tocar–, su impericia estalló en el escenario y consiguieron dejar al público azorado. Tristemente su próxima tocada, como tel
oneros de Cream, fue un desastre (probablemente debido a que su set completo duraba varios minutos menos que cualquier solo del trío inglés). Este incidente puso en pausa a la banda, que decidió replantearse su camino de inmediato.

Cuando regresaron en 1968, los Stooges no solamente habían quitado el Psychedelic de su nombre, sino que se habían transformado en una banda radicalmente distinta. Apuntando a la agresión sónica más pura, eliminaron cualquier señal de sofisticación musical y se aprestaron a barrer con todo a fuerza de una performance inmisericorde. Apoyados por la revista "Creem" y sus “hermanos mayores” MC5, los Stooges consiguieron inesperadamente un contrato discográfico con Elektra, que les ofrecía 25.000 dólares y un estudio listo para grabar. Tenían apenas tres canciones y una especie de jam desorientado con el que cerraban sus conciertos; no importó mucho y el cuarteto se lanzó a Nueva York jurando tener el material listo, pues allí John Cale los esperaba para comenzar a producir su debut.

Habiendo escrito la mitad del álbum la noche anterior de grabarlo (así afirmaba Ron Asheton, que se dividió con Iggy los deberes compositivos), Cale medió en esa inexplicable mezcla de los Doors y Velvet Underground que le había tocado producir, y sobrevoló con ellos los rincones más arty del sonido Stooge. Ron Asheton fue fundamental para la conformación del sonido del disco, gracias a su wah-wah enfurecido (debe ser el usuario más feroz de este pedal) y a las llamaradas distorsionadas de su guitarra, tocada siempre al extremo del acople. Autor de los mínimos pero perdurables riffs de “No fun”, “I wanna be your dog”, “Real cool time” entre otros, "The Stooges" de 1969 apenas conseguía capturar la demoledora potencia del grupo, que insistía en grabar con los amplificadores en 10 pero terminó entrando en el marco medianamente contenido que dibujó Cale.

Un fracaso rotundo en críticas y ventas, "The Stooges" sirvió para –a futuro– “fundar innumerables bandas”, muy a pesar de su estrepitoso fracaso inmediato. Sería tal vez la estela de John Cale y el similar efecto de su trabajo con la Velvet Undergound. Como fuera, cambiando de productor y en busca de alguien capaz de plasmar su sonido “auténtico” y descarriado, grabaron en 1970 "Fun house", recurriendo al viejo tecladista de los Kingsmen para guiar la empresa. Y la idea resultó fructífera, dado que se consiguió capturar el torbellino sonoro de la banda, a la que se le añadió el saxo de Steve McKay, elemento disruptor esencial y casi una zambullida en el free jazz. El resultado fue, nuevamente gracias a la imponente guitarra de Ron Asheton –menos apoyada en el wah-wah pero desatando una tormenta de distorsión sobre la furiosa base de su hermano Scott–, un tour de force inaudito. Bautizado como la “casa de diversión” donde estos punks dormían las borracheras o tomaban ácidos con hippies confundidas, el disco elevó el ataque de lava guitarrístico de Asheton a un nivel en el que podía codearse con innovadores más rigurosamente formados, pues lo que los Stooges estaban haciendo (lo decían ellos mismos) no era sino sus propias versiones de Albert Ayler, Ornette Coleman y hasta John Coltrane.

De algún modo la historia de los Stooges termina con el último chirrido de “L.A. Blues”, atonal freak out con el que cierran "Fun House". Desmembrados por el alcohol y la heroína –sólo Asheton pudo salvarse de esa adicción–, el descalabro comercial de su segundo álbum y la consecuente recisión de su contrato con Elektra acabaron por desbandarlos. Y aunque en 1973 David Bowie convenció a su disquera para que contrataran a su amigo Iggy y los Stooges, e incluso produjo "Raw Power" (a la sazón tanto el último disco de la banda en 35 años como el primero en dejar huella entre otras bandas); el hecho de contar con James Williamson en la guitarra y degradar a Ron Asheton al bajo, hace de este disco –no por ello es menos influyente o genial– un apunte marginal en la carrera del guitarrista original de los Stooges. Y por mucho que Ron se apañó para tocar el bajo con furiosa solvencia, el tercer fracaso consecutivo y los problemas experimentados en la producción lograron separar definitivamente al grupo, que con el auspicioso arranque solista de Iggy y la muerte de Dave Alexander a causa de una pancreatitis en 1975, vio cerrarse el capítulo más notable de su historia.

Luego de la disolución de la banda Ron Asheton adoptó un perfil relativamente bajo para las próximas décadas, a pesar de que bandas como los Pistols o The Damned no se empachaban de mencionarlos como sus influencias. Y aunque probó suerte como actor, no llegó a alejarse de la música y se unió a The New Order en 1974, una especie de superbanda del proto punk que no tuvo impacto. En 1976 Asheton volvió a encontrarse en la senda “vanguardista” con Destroy All Monsters, una banda que daba el salto hacia el post-punk heredando lo mejor de los Stooges y en donde la preciosa Niagara presagiaba el No Wave al señalar que el camino entre la primera Velvet Underground y Sonic Youth debía pasar necesariamente por los Stooges. Lastimosamente la escasísima repercusión de este grupo termino igualmente condenándolo a una prematura desaparición.

Ya acostumbrado al fracaso, Asheton se abocó a las presentaciones en vivo, y alternó en el supergrupo de punk australiano New Race, que a inicios de los 80 incluyó a miembros de Radio Birdman, MC5 y los Stooges. Fue justamente un nuevo “rejunte estelar” el que propició la más reciente reaparición de Ron Asheton, que cuando fue convocado para grabar el soundtrack de "Velvet Goldmine" (Todd Haynes, 1998) se hizo amigo de varios músicos que lo idolatraban: Mike Watt, J. Mascis, Thurston Moore y Mark Arm, que no solamente quedaron encantados con la posibilidad de tocar con él, sino que lo invitaron a transformar este eventual experimento en una banda permanente, y hasta grabaron juntos un disco. (todavía iinedito) Pero a pesar del hundimiento de la idea, convocando nuevamente a su hermano Scott, Ron armó una nueva versión de los Stooges a partir de este experimento, contando a Mike Watt en el bajo y a J. Mascis en la segunda guitarra. Sorprendido por la recepción que tuvo esta reencarnación, Iggy Pop se apareció en uno de sus conciertos y desde entonces (2003) se reinició oficialmente la andadura Stooge, manteniendo a Watt en el bajo y hasta recuperando al viejo saxofonista Steve McKay.

Y aunque lo más relevante de esta reunión son las presentaciones “en vivo” –que a pesar de los años no han perdido su potencial revoltoso ni la sorprendente avalancha energética, ambos absolutamente memorables–, la banda también grabó un nuevo disco en 2007. Titulado "The weirdness" y esta vez creado junto al genial Steve Albini, el disco no es malo, pero sí queda como una adición muy menor al tríptico original del grupo. Durante todo 2008 la banda proseguiría su gira sin mayores sobresaltos, por lo que no deja de sorprender que Ron Asheton haya aparecido muerto en su casa de Ann Arbor. Probablemente el más saludable de los Stooges, Asheton aparentemente falleció a causa de un fallo cardiaco, dejando seriamente comprometida la continuidad de la legendaria banda, pues hay que tener agallas para querer llenar los zapatos de un guitarrista tan influyente como él. Salvo que James Williamson –actual vicepresidente de Sony Electronics– decida dejar el terno y retomar la guitarra, la certeza del final de los Stooges es tristemente casi total.

Precursores de casi todas las formas musicales que incluyan guitarras subidas y agresividad, al pretender inventar una nueva forma de blues -dado que la idea de adolescentes blancios recociendo el blues ya les parecía agotada- los Stooges descubrieron que el truco estaba en esencialmente saltarse el blues, exorcizarlo del rock. Tiene así total sentido que el wah-wah sea usado por Ron Asheton como si de una bomba de gasolina se tratase y ya no con la seductora actitud bluesera; lo mismo para la batería y el “four to the floor” carente de ese swing canónico. Ron Asheton fue en todo esto tan fundamental como Iggy Pop, y no en vano es uno de los guitarristas más influyentes del rock, casi tan robado en el cuartel punk como James Brown en la música negra. Siendo The Stooges una estupenda síntesis de todo el garaje rock estadounidense y de lo que la invasión británica llevó a ese país, tanto John Zorn como Jay Reatard siguen acercándose al arte desde la sombra de los de Detroit. Y es que el mundo no ha cambiado demasiado; sigue hundiéndose en una espiral de caos sobre la que no tenemos control. Y ese fue el sonido de los Stooges, de la guitarra de Ron Asheton, de la estampida de su hermano Scott, de la inundada demencia de Dave Alexander y sus bases, del poseso Iggy Pop perdiendo los pantalones en el escenario. Jamás debe pasársenos que Stooge en español significa chiflado. Y tal vez ese es el mayor cumplido que le han hecho jamás al mundo, y la música de este inagotable cuarteto el mejor de sus retratos.