En días en los que para hacer una película épica se necesita invertir varios millones en efectos especiales, asegurando la grandilocuencia bochornosa de batallas procesadas por ordenador, o se decide ignorar la relevancia de la consistencia estética en favor de una gula violenta y efectista, la celebración del centenario de un maestro de las producciones genuinamente épicas como David Lean parece la conmemoración de un episodio perteneciente a una realidad incluso más lejana en el tiempo.
Lean, director inglés de hábitos inclaudicablemente perfeccionistas, se ocupó de mantener en el corpus de su obra una visualidad sobria y puntillosa, haciendo del suyo un cine cuyo valor estético se engrandecía sin perder contextura narrativa. Efectivamente se trata de un cineasta cuyo trabajo destila apetitos y referencias “clásicas” (hablamos de un director ya exitoso hace más de 50 años), que es hoy recordado más por sus ambiciosos montajes ("The bridge on the River Kwai", "Dr. Zhivago", "Lawrence of Arabia") y adaptaciones literarias (Dickens, Coward) que por su faceta de orquestador intimista, de director habilitado para moverse con gran soltura “a baja escala”. Sin pretender reubicar las coordenadas de su recuerdo, pero tampoco admitiendo que se le tome como un distante apunte histórico, homenajeamos aquí al gran director al celebrarse el centenario de su nacimiento.
Nacido en las afueras de Londres el 25 de marzo de 1908, su crianza rígida y religiosa le otorgó las guías morales y estéticas en las que fundaría su obra. Descubriendo el cine desde abajo (comenzó como mensajero en un estudio y escaló rápidamente hasta transformarse en el técnico de edición más respetado de su país), debutó como director junto a Noel Coward en la bélica "In which we serve" (1942), aunque fue la memorable "Brief encounter" (1945) la que lo puso en la mira de la crítica y el gran público. Esa preciosa historia suburbana sentó el tono de las primeras películas de Lean, más enfocadas en lo humano que en la pompa de sus posteriores filmes.
Ya desde 1955 y con su reputación firmemente establecida, Lean comenzó a rodar en locación, persiguiendo tramas y personajes en escalada épica. "Summertime", una aventura romántica que filmó en aquel año con Katherine Hepburn, marca el inicio de esta etapa, en la que se produce también un rompimiento –no del todo superado por los académicos británicos– con los preceptos de la escuela e industria cinematográfica inglesa.
La trilogía de producciones epopéyicas que abordó seguidamente le ha valido gran parte de su renombre popular (aunque la crítica, algo más favorable en años recientes, jamás haya terminado de definirse a favor o en contra de ellas). "The bridge on the River Kwai" de 1957 ya mostraba que Lean, dueño de un refinamiento típicamente inglés, era capaz de combinar el valor de entretenimiento del cine “de gran espectáculo” con sus ambiciones artísticas. Esta clásica película que narra las vivencias de un grupo de prisioneros de guerra ingleses, no en vano ha trascendido como una de las mejores cintas bélicas de la historia, sin dejar por ello de ser extrañamente llamativa en lo artístico, hasta pareciendo marcada por ciertos guiños que difícilmente habrían pasado en otro film, de no ser por la magistral maña de Lean.
Algunos años después David Lean llevaría a la pantalla la vida del militar inglés T.E. Lawrence, sujeto polémico e históricamente determinante, en la soberbia "Lawrence of Arabia" (1962), la obra maestra de Lean (casi un tratado de su lenguaje y estética) y muy probablemente una de las más grandes películas del Siglo XX. Esencialmente la puesta en escena de una pasión, de magnitud variante pero de altura milagrosa, este film sería suficiente para consolidar a Lean entre los principales directores clásicos como un creador de épicas desde una visión profundamente superior a la vacua pomposidad de Cecil B. Demille, o de los entonces célebres William Wyler, Joseph Mankiewicz o Anthonny Mann.
De nuevo lanzado a la producción de una adaptación épica (en este caso la obra de Pasternak), Lean ayudó a George Stevens a rodar su fallida versión de la vida de Jesús, “The greastest story ever told”; desastrada obra en la que se reconoce la mano del inglés en algunas escenas y secuencias fenomenales. Pero suceder a "Lawrence of Arabia" era una tarea dificilísima, por lo que la mucho más mediana "Doctor Zhivago" (1965) –que aún en sus deficiencias argumentales rayaba en la genialidad visual– pareció dar pie a los críticos (incluido Truffaut) de la cada vez creciente talla de las producciones del inglés. De cualquier modo, el film fue un éxito en taquilla y le trajo una nueva cosecha de premios al cineasta inglés.
El descarrilamiento de su personal proyecto "Ryan`s daughter" (1970), recibida con desdén e incomprensión, le alejó del cine por 14 años, tocado por el fracaso y afrontando dificultades para financiar sus próximos films. Su retorno en 1984 se produjo nuevamente de la mano de la épica, con la entretenida "A passage to India", que le valió para recuperar su reputación y reencontrarse con el cine. Lamentablemente no le quedaba mucho tiempo de vida, y en 1991, a los 83 años y en plena pre-producción de su largamente ambicionada "Nostromo" (adaptación de Conrad que habría de contar con Marlon Brando en el protagónico), David Lean fallecía a causa del cáncer de garganta.
Uno de los más significativos directores de cine clásico, maestro de Leone, Kubrick, Spielberg y Scorsese, es uno de los grandes autores que merece ser estudiado por lo depurado de su técnica, por la consistencia de su identidad y lenguaje. Dueño de una suntuosidad visual que requiere de genialidad para amalgamarse con la narración y la dirección de actores, Lean cultivó un lenguaje pleno en panorámicas, armado desde una fotografía esplendorosa, en la que se revelaba como un paisajista preocupado por componer arquitectónicamente, usando la luz y el color de manera preciosista. Por otra parte, es probable que su frialdad casi escolástica haya sido resultado de su aprendizaje como montador de “Newsreels”, de donde debió también haber bebido su regularidad poco afecta a la pompa, más bien directa y objetiva. Maestro de la técnica y arte de la composición cinematográfica, Lean es uno de los pocos cineastas que supo crear pensando en el medio, motivo por el que es especialmente reverenciado por sus colegas, los mejor facultados para entender y disfrutar cabalmente de su obra.
Y aunque mucho se le ha criticado, David Lean jamás adoleció del gigantismo endémico a la epopeya taquillera, y era tan capaz de filmar una enorme recreación a lomo historiográfico como una conversación de pareja, conduciendo con mano igualmente firme a personajes de titánica estatura histórica, rodeados de millardos de extras, como a dos sencillos actores mirándose a los ojos. No es por ello exagerado decir que –junto a Billy Wilder– Lean fue uno de los últimos grandes directores de actores de la primera hornada del arte cinematográfico.
Regresando a nuestros tiempos, en los que el éxito de jóvenes cineastas viene de la mano de las adaptaciones (caso Hermanos Coen) y de un espíritu clásico de aplomo también épico (P.T. Anderson), no hace falta preguntar cuánto pueden llegar a deberle al cine de David Lean, quien leía perfectamente la industria, abriendo un espacio de expresión personal dentro de sus fronteras, logrando así que proyectos suyos –aparentemente carentes de atractivo artístico– terminaran inflamados por la pasión y estilo del inglés. Y los estudios, contentos con el taquillazo, el público complacido/entretenido y los críticos satisfechos. Hoy en día, ¿Cuán a menudo sucede esto? Agradezcamos entonces a Lean el obsequio eterno que nos ha dejado en sus películas, pues entre tantas epopeyas de CGI jamás encontraremos el talante heroico de Lawrence de Arabia, ni la portentosa maestría de David Lean.