lunes, diciembre 25, 2006

La Peor Navidad de Miles


No, distinguido lector. No encontrará aquí una típica historia de temporada, apropiada para contar minutos antes de medianoche, ni un clásico navideño para colocar junto a Dickens. Tampoco verá a Miles Davis usar una barba postiza y un gorro colorado, ni lo escuchará atacar el clásico “O Tanenbaum” desde el flugelhorn (eso se lo dejamos a Billy Bob Thornton y Chuck Mangione, respectivamente). Aquí, y en vísperas de esta celebración, recordaremos porqué la peor navidad que pasó Miles Davis involucra al inoxidable y genial Bird.

Era el 24 de Diciembre de 1948, Nochebuena, cuando Chicago escucharía por primera vez la encarnación más extrema del legendario quinteto de Charlie Parker. Aquella gélida noche no fue precisamente Papá Noel quien franqueó la puerta del “Argyle Club”, sino las ateridas figuras de Max Roach, Tommy Potter, Duke Jordan, Miles Davis y la prometida presencia del aún ausente Bird. Adentro el club era en un hervidero de expectación, que, tras una hora de retraso de Parker, comenzaba a transformarse en furia impaciente.

Rodeado de guirnaldas de pino y foquitos coloridos, Davis, director musical del quinteto, tenía bajo su responsabilidad el funcionamiento del grupo ante la ausencia de Bird, cosa común por aquellos días. Pero, cuando la tensión ya no se podía eludir y el propietario del club se preguntaba, en voz muy alta, por qué había contratado esta banda, Miles comenzaba ya a imaginar su accidentada vuelta a Nueva York.

La falta de Parker no era auspiciosa. Davis siempre se había sentido muy a la zaga del iluminado Bird, quién se deleitaba explorando laderas sincopadas a un ritmo que ningún sideman podría seguir, ni siquiera uno del talento de Miles, por entonces con apenas 22 años y escaso entrenamiento musical formal. Tampoco se trataba del mejor momento para conocer a Charlie Parker, que se había sumergido en una etapa experimental casi inaccesible (espoleado por su adicción, cómo no) que combinada con la volátil disciplina de Parker (también a causa de las drogas), obligaban a cualquiera de sus músicos a temer un forzado abandono del escenario, bajo amenaza de linchamiento.

Era nochebuena y el público presente, predominantemente blanco y de clase alta, esperaba mucho de una tocada que estaba demorada ya más de una hora. El dueño del local increpaba a la banda incesantemente; Miles sudaba frío y los ladridos del gerente le sonaban como freejazz de alcantarilla. La tormenta parecía no iba a tardar en desatarse cuando, tambaleándose y con un rictus indescifrable, Yardbird Parker cruzaba la puerta del club.

Los jazzistas deberían mantenerse “vegetarianos”, los químicos no les sientan bien. Cuando llegó Parker estaba tan drogado que apenas alcanzó, a tumbos y estrechamente guiado, el escenario. Levitando, hora y cuarto más tarde, Bird arrancaba un set que sería memorable por demasiadas razones.

“Nunca tomes Seconal cuando debas hacer cromatismos.” Solía recordarle con frecuencia Bird a Davis, pero aparentemente no seguía su propio consejo. En alguna suerte de trance, Parker estaba dispuesto a devolver esa noche, con creces, el costo de las entradas. Tras empezar rabiosamente, antes de terminar la segunda pieza, Parker ya cabeceaba sobre el escenario, aún con su instrumento en la mano.

Cualquiera que haya tomado Seconal comprenderá que este fuerte barbitúrico es un anestésico poderoso, que pasa de la embriaguez sedante a la oscuridad completa con la fuerza de una patada de mula y una rapidez narcótica mayor a la del peligroso Hongo de Los Yungas. A partir de este punto confiaremos en la palabra de Al Aronowitz para poder rememorar este alucinado set, no registrado en ninguna placa.

Mientras la banda tocaba un medley de “Embraceable You”, el dormido Parker, en medio de esta, reaccionaría y comenzaría a tocar fragmentos de “Cherokee”; para luego, de forma inexplicable, nos dice Aronowitz, transformarlos en “Donna Lee”. Además, al descubrir Davis que Bird se había dormido durante la interpretación de su solo, perdiendo su “pie”, lo cubriría, alargando su participación por otras cuatro barras. Desde la batería Max Roach haría lo propio, extendiéndose luego estas cuatro barras a ocho y doce; mientras Bird continuaba dormido, de pie en el escenario y agarrando su cuerno.

No había forma de despertarlo, quizás soñaba con renos voladores o pociones polares, mas Bird estaba completamente ausente. Ni 32 barras de Roach a máxima potencia, u 8 barras tocadas por Davis directamente al oído de Parker, lograban despertarlo. Eran más bien los embarazosos y prolongados silencios los que lo espabilaban. Entonces, abriendo de golpe los ojos, Bird comenzaba a tocar algo, aunque no necesariamente el tema correcto. Es decir, seguía a la banda en la clave y tonada, pero mientras interpretaba una canción completamente distinta. Max Roach alucinaba y reía, detrás de los parches, por lo que estaba sucediendo, mientras un Davis avergonzado sentía caer todas las miradas sobre él.

Cuando el set hubo terminado el público no podía ponerse de acuerdo si la banda estaba completamente demente o si es que Bird era un genio en trance. Probablemente ambos tenían razón.

Mientras el gerente despedía airadamente al quinteto y Davis no sabía si reprender a sus músicos o procurar evitar una debacle mayor, no daba con Parker, quién había desparecido inmediatamente finalizada la presentación. Sin un centavo y sin trabajo, habiendo interpretado aquel histórico set totalmente gratis, los jazzeros enfrentaban la navideña calle de una glacial Chicago sin destino alguno, imposibilitados de regresar a NY y con su frontman desaparecido. Momentos después, y tras haber vivido la navidad (y la tocada) más extrañas de sus vidas, los músicos encontraron a Charlie Parker, durmiendo un obsceno sueño químico dentro de una cabina telefónica. Se había orinado los pantalones y conservaba su instrumento en la mano. Nunca se supo qué había sucedido realmente con Bird horas antes, en aquella Feliz Navidad.




N. del E. : Feliz Navidad Química, les dejamos un par de artículos relacionados a la festividad. Aquí vuestra tarjeta, los mejores deseos de parte de todo el staff de "Diseccionando a la Musa Perdida" y un minuto de funk asordinado (sin silencio, obvio) por James Brown, fallecido hoy. So long, Mr. Dynamite...

Feliz Navidad Nena


Cuando pensamos en navidad lo primero que se nos viene a la cabeza es la nieve, Papá Noel… bueno, todos los personajes navideños en climas bajo cero, con nieve hasta el cuello y muy abrigados… ¡Cómo si realmente estuvieran en el Polo Norte! (Atención niños, el Polo Norte no existe, ni siquiera geográficamente).

Lo que me lleva a preguntarme: ¿Acaso no hay Navidad en los lugares cálidos y soleados, como una playa? De hecho, a nosotros la navidad nos llega en pleno verano y a pesar de ello, durante largos años, alguien nos ha estado vendiendo la idea de que esta siempre debe tener nieve, renos y abrigos rojos. Y junto con ese concepto, hace ya varias décadas, las compañías disqueras lanzan, a partir de los primeros días de diciembre, compilados o discos de toda clase de artistas, inspirados en la temporada navideña (o las ventas que de esta resulten). Los músicos que lo hacen van desde Dean Martin, pasando por los más de ocho discos navideños de los Beatles, la bizarra mezcla de country y villancicos de Dolly Parton, el punk rock navideño de los Ramones, el folk prog pesado de Jethro Tull, hasta el increíble disco navideño de Jimi Hendrix (completamente increíble, valga la redundancia). Y así pasan por la apuesta navideña una infinidad de bandas y cantantes de todos los géneros y estilos. Pero quizás el disco de villancicos versionados más raro que se haya podido grabar sea el “Lost En Navidad” de la banda mexicana de surf rock Lost Acapulco.

Resulta un tanto extraño escuchar villancicos clásicos (como Noche De Paz o El Niño Del Tambor) al ritmo de Surf. Con ese efecto de guitarra que distingue al género, el “reverb” (efecto que da al instrumento un sonido reamplificado y húmedo y que sólo se puede conseguir con guitarras y amplificadores Fender) sustituyendo las usuales campanitas y violines.

El Surf mexicano, y en especial el de Lost Acapulco, nace bajo la influencia del rock, el surf (como deporte), la psicodélica, los fondos musicales de las películas de El Santo y el poder criollo de la lucha libre. No en vano hermanan su propuesta con las luchas usando las famosas máscaras de los héroes de la Triple A, revalidando, con todo, una fuerza abigarrada y sincrética de culturas.

Quizás lo más importante del “Lost En Navidad” son las versiones surferas de los temas; porque una versión estándar de un villancico “clásico” puede ser interpretada con fidelidad por muchas bandas o cantantes, pero el sonido de la guitarra y la batería, y el hecho de que una banda Surf le ponga un aire “playero” a los villancicos es algo digno de escuchar.

“Lost En Navidad” es un disco navideño de esos que nunca pondrán en las reuniones familiares, pero que demuestra que la navidad también existe en los lugares cálidos, y que estás versiones, que nos dejarán boquiabiertos, también sirven para recibir a un Papa Noel con camisa hawaiana, sandalias, bermuda, collar de flores y daikiri en mano.

Además, con la cultura surfera captando la atención de un mayor número de personas y junto con el éxito que alcanzó el “Lost En Navidad”, editado el 2001, la banda se animó a sacar otro disco surf-navideño este año, titulado “Navidades Soleadas De Ayer Y Hoy”, que es otra magnífica dosis de playa, sol y chicas en bikini moviendo sus brazos de arriba abajo.

losts acapulcos

miércoles, diciembre 20, 2006

El Tilín del Salmón

Los músicos también tienen derecho de hacerse viejos. Si bien los Stones nos han acostumbrado a ver a auténticos abuelos repetir el papel de adolescentes hedonistas, lo que no está en absoluto mal, otros se han permitido envejecer con gracia, dejando atrás las armas y preocupaciones juveniles para adoptar una pose madura. Tal es la senda que viene transitando Andrés Calamaro.

Pocos se niegan a reconocer el sitial que le corresponde al Salmón (Calamaro) en la construcción del rock argentino actual, pues lo hecho por este músico, desde el exilio con Los Rodríguez, lo mismo que en su posterior andadura solista, es definitivo para entender porqué goza de ese estatus canonizado en el rock vernáculo. Hoy, a casi 10 años de haber lanzado esa obra cumbre que es “Honestidad Brutal”, Calamaro, reposado y feliz, confirma que está nuevamente alcanzando su mejor momento.

Es en este marco que lanza su más reciente trabajo “El Palacio de las Flores”, tercer disco en un prolífico año consagratorio en el que volvió a tocar en vivo tras un lustro y, entre homenajes, se ciñó, sin pesares impostados, la corona de patrón reinante del rock argentino. Tras el vilipendiado “Tinta Roja” (2006) y su aventura tanguera Andrés decidió grabar su primer disco “rock” en cinco años, luego de plasmar el descontrol del poeta de la zurda en el inasible quintuple “El Salmón” (2000) y saltar del alucinado e ignífugo caos de su “Radio Salmón Vaticano” (sus “Basement Tapes”, Pablo Strozza dixit) a interpretar el cancionero de la tradición popular latinoamericana en “El Cantante” (2004). Llegada la hora de volver a calzarse la guitarra eléctrica, AC fiel solamente a sí mismo, vuelve a ensayar una “media verónica” y acude al legendario Litto Nebbia para producir y compartir el emprendimiento.

Decir que “El Palacio de las Flores” es un disco tan de Calamaro como lo es de Nebbia suena arriesgado, pues aunque la “marca registrada” del rosarino empapa todo el disco, este tiene la sapiencia suficiente para dejar que el más puro Calamaro emerja inconfundible entre típicas melodías suyas. A veces compartiendo la voz, otras los créditos de las letras, el dúo entre maestro admirado y digno sucesor logra componer una suerte de eslabón perdido, Made in Melopea, entre el rocanrol rumbero Rodríguez y el reciente AC de tangos abolerados.

Andrés sabe que al elegir al fundador del rock argentino como su mentor también reduce mucho su rango de producción, a diferencia de las cornucopias musicales que fueran sus anteriores trabajos; pero el sobrio instinto criollo que impone Nebbia le sienta bien al Salmón, que entre un diminuto teclado y arreglos de cuerdas se mueve igual de bien que con una aceitada banda de rock por detrás. Así consigue proyectar un intimismo de alcoba de enamorado (“Tengo una Orquídea”) para luego deshilar la madeja personalista (“Mi Bandera”) o lanzar su mordaz crítica a la argentinidad -al palo- (en “Punto Argentino”), en letras acunadas por Litto y su banda La Luz (conformada por Ariel Minimal, Daniel Colombres y Federico Boaglio), con excelentes resultados.

Calamaro y Nebbia comparten muchas facetas. Son ambos próceres generacionales, centrales en la formación del rock en lo sucesivo a su aparición; los dos han trasgredido toda barrera genérica para interpretar “música argentina” (que no rock, ni tango, ni folclore), tanto Andrés como Litto parecen seguir su propio norte artístico sin contemplar demandas populares o posibilidades de mercado; y, sobre todo, ambos son grandes cultores de la entonación desafinada, sin armonizar, capaces de demostrar que no hace falta cantar bien, o tener buena voz, para ser un músico genial. Sin embargo, en esta simbiosis que promete química perfecta, lo más importante son los contrastes, el contrapunto que enriquece la perspectiva al oír el minimalismo del teclado de Nebbia acompañar la voz desnuda de Calamaro en un fraseo milonguero (“El Palacio de las Flores”), el imaginario porteño en polinización cruzada con palmadas de bulería (“Punto Argentino”), o la hoy común entonación “calamardiana” atacando una clásico de Nebbia (“Rosemary”) y hasta devaneos funk de mordida contundente (“Corte de Huracán”). Y es que tanto Andrés como Litto atraviesan un gran estado de forma y encuentran en sus puntos de divergencia, a saber aproximaciones líricas, estéticas y de sensibilidad musical contrapuestas (y por ello complementarias), factores de fortalecimiento.


Y aunque hubiese sido deseable otorgarle mayor comando musical a AC, este no ha perdido soltura para manipular el lúcido escalpelo que posee para criticar la “suciedad” argentina, ni ha olvidado su faceta de cronista urbano, de viajero interno, y la felicidad que le trae su actual vida de pareja, con paternidad incluida, más bien lo autentifica cuando afirma que ya no practica la melancolía y se declara enamorado. Así, además de las canciones de Litto, recupera temas de sus anteriores etapas, que sin embargo no son canciones viejas, firma nuevas letras que nada tienen que envidiar a su más prolífica estación y hasta entrega una canción con rozón y lista para obsequiar, versionando a Manzanero en una movida muy Vicentico (músico invitado en la sentida “Cuando una voz sea de todos”, cantada a trío con Nebbia).

“El Palacio de las Flores” tiene diversos puntos altos, “El Tilín del Corazón”, “El Palacio de las Flores”, “El Compositor no se Detiene”, “Punto Argentino” y “Corazón en Venta” (video pronocional ya en rotación) que resaltan entre los 17 temas por la fuerza de las letras o la conjunción melódica de una estructura que se sabe no habrían conseguido ni AC ni LN por separado.

Calamaro ha pasado ya por todas y es imposible predecir su próximo paso. Fue sensación juvenil de un pop rock de alto vuelo con Los Abuelos de la Nada, fracasó como precoz solista y se reinventó desde Madrid con Los Rodríguez, volvió como solista y triunfó persiguiendo un divergente camino, se perdió en la jungla camboyana de la fama y, cuando se creía un músico retirado, regresó apoteósico y cuarentón al trono que se le tenía reservado. Hoy, aún en ascenso y con 25 años de carrera encima, Andrés es el músico argentino de mayor importancia y reclame, siempre siguiendo la misma dirección, la difícil, la que usa el Salmón.

“El Palacio de las Flores” confirma este gran momento y demuestra que no hay que hilar demasiado fino para conjugar al primer con el reciente Calamaro, ni al mejor con el más impredecible. A pesar de que ya cantó el tango de ser viejo, Andrés se siente todavía muy joven y entre la vieja canción suya que es “El Tilín del Corazón” y la reciente “El Compositor no se Detiene” de Nebbia, se lee la misma declaración de principios, esa que escriben dos manos distintas, en dos épocas distintas, con lágrimas de varón viejo y sabio o con el convencido optimismo del que acaba de empezar a vivir. Y deleita que ambas quepan en un solo disco de un Salmón maduro y en estado de permanente antología.


Andrés Calamaro circa El Cantante

domingo, diciembre 10, 2006

That’s How A City Was Built


Durante los setentas Jefferson Airplane había cambiado mucho, desde el estilo musical, hasta el nombre: Jefersson Starship; pero los miembros seguían siendo los mismos, y aunque mucho varió, la banda aún se mantenía unida.

Era el verano del 78, y la banda había sido invitada al festival Lorelei (Lorelei Amphitheater) en Alemania. Los Starship se encontraban de gira, promocionando su nuevo disco “Earth”, pero el ambiente no era muy bueno; las cosas no estaban yendo bien, y durante la gira más de una vez los miembros de la banda estuvieron a punto de acabar a golpes antes de subir al escenario. Esta vez sería mucho peor.

La banda había estado tocando más de doce años juntos, se conocían muy bien…demasiado bien, el tiempo y las circunstancias habían cambiado y las actitudes de los miembros también. En un par de días todo iría a cambiar más.

Días antes de participar en el festival la banda había tocado en Ámsterdam. Lo habían hecho bien, pero la cantante Grace Slick estaba bebiendo más que de costumbre, los miembros restantes no le prestaron atención y continuaron con los planes, la siguiente parada era Hamburgo.

Slick ya había demostrado cierta xenofobia por los alemanes y su patria en varias ocasiones, pero nunca fue tomadas en serio, hija de posguerra como era esto podía tomarse como un mal chiste.

Ya en Alemania la banda tenía que cumplir con dos fechas en el festival, pero Slick seguía bebiendo desmesuradamente.

16 de junio del 78, era la primera noche de la banda en el festival, los fanáticos esperaban impacientes a que apareciesen, pero, repentinamente, los organizadores anuncian que la banda no se iba a presentar esa noche debido a que Slick se encontraba en un estado de salud bastante delicado. Debido al abuso del alcohol, Slick se había quedado en la habitación de su hotel, y no se levantaba de la cama, el show debía ser cancelado.

De inmediato los organizadores llaman a un médico para que revise el estado de salud de Slick, el primer diagnóstico es apendicitis, aunque el médico no está del todo seguro, hay dinero de por medio para que ella salga a cantar sí o sí, además varias bandas americanas habían cancelado sus presentaciones en el festival, Jefferson Starship tenía que ser la excepción, ellos debían tocar.

El 17 las cosas no habían cambiado, Slick seguía reposando y no se movía. Todos los miembros de las banda estaban atónitos, no podían creer que Grace se perdería un concierto sólo por estar mal del estómago, Paul Kantner, guitarrista de la banda, trató de convencerla, alegando que ella nunca había cancelado conciertos por muy borracha o drogada que estuviera y que debía dejar esta tontería.

Mientras, el público que esperaba una noche más a la banda, también comenzaba a impacientarse cada vez más; los miembros de Jefferson Starship no se manifestaban, y las bandas que los teloneaban ya habían tocado sets de una hora y media más de lo acordado. Algo se podía sentir, sin Grace no habría concierto.

Pero esto no era del todo cierto, ya que para esa época, la banda contaba con dos vocalistas de apoyo que fácilmente podían reemplazar a Slick y así evitarse problemas. Skip Johnson, vocalista masculino de la banda y ex esposo de Slick, trataba de convencer a los otros miembros que la mejor alternativa era utilizar a una de las vocalistas. El no fue colectivo y rotundo.

¿Pueden los Stones seguir siendo los mismos si Jagger no sale a cantar?

Kantner ya había tenido demasiado. Totalmente enfurecido se abalanzó sobre Johnson, lo agarró por el cuello, este trataba de defenderse, pero no lo conseguía. Slick gritaba a Kantner que soltará a su marido, hasta que finalmente llegó el manager de la banda y los separó.

De todas maneras Grace no se levantaba de su cama.

Ya en el auditorio, donde se debía realizar el festival, los fanáticos empezaban a arrojar botellas y piedras a los instrumentos de la banda, pero esto no habría continuado, ya que los miembros trataron explicar al público el estado de salud de Grace, y ellos parecieron comprender, cuando de repente salió de detrás del escenario un promotor alemán que dijo algo muy rápido, la banda no supo que era, y de pronto las botellas y la piedras comenzaron a llover nuevamente. Todo el equipo de la banda -valuado en un millón de dólares- fue destruido en cuestión de minutos.

Por fortuna la banda logró escapar y pidió instrumentos prestados a otras bandas y tiendas de música locales, el equipo no era el problema, convencer a Grace lo era. Las horas pasaban y el carácter de Grace aflojaba, se levantó de cama. Esta noche la banda iba a tocar.

Pero de saber lo que iba a suceder, los miembros hubieran preferido que el show se cancelase.

Slick, que se presentó en escenario con un uniforme militar alemán de la segunda guerra mundial, realizaba los pasos militares y llamaba nazi al público; “¿Quién ganó la guerra?” preguntaba a cada momento, mientras hacía el saludo nazi y amenazaba con introducir sus dedos a las narices de los espectadores más cercanos. Todos, incluyendo los miembros de la banda, quedaron estupefactos. El público comenzó de nuevo la tarea de destruir el escenario, ahora con mayor vehemencia. La banda tuvo que escapar oculta, el público estaba furioso. Grace se había levantado, pero lo hizo ebria, y sin saber lo que estaba haciendo. El equipo que habían conseguido prestado horas atrás había sido totalmente destruido, el escenario era un completo desastre y todas las miradas apuntaban a Grace.

Al día siguiente ella dejó la banda por decisión propia.

miércoles, diciembre 06, 2006

Dog Day Afternoon en 100 Palabras

Síndrome de Estocolmo en su máxima expresión. Un soberbio Al Pacino encarna al vengador suburbano, con una vida desastroza, acompañado aquí por un sobrio John Cazale, formando un inmejorable dúo. Más temprano que tarde lo que debería ser un rutinario robo de banco se transforma en una epifanía popular, cercada por los carroñeros mass media e inefectivos cordones policiales. Basada en la historia real de un asalto cuyo causal fue una operación de cambio de sexo, ésta película, llena de tensión y humor negro, nos recuerda que medios y arte encuentran en el hombre común a su mejor “negro literario”.