Las pasadas semanas nuestros siempre oportunos distribuidores tuvieron la suficiente gallardía para presentarnos una película que, si bien tiene el reluciente cartel de “Oscar a la Mejor Película 2006”, no se trata precisamente de una “rompe taquillas” por naturaleza; aunque tampoco es una apuesta tan arriesgada como proyectar alguna ignota película europea o un experimento de cine – arte. Claro que nos llega ya con bastante retraso (la película proviene del 2004) y abundantes copias pirata de por medio. Hablamos de “Crash”, o “Alto Impacto” como decidieron bautizarla en español.
“Crash” nos presenta un retrato de la ciudad de Los Angeles, vista desde la marginalidad y también desde dentro de la sociedad establecida, pero igualmente marginada, aunque esta vez por distintos tipos de relaciones conceptúales, estrechamente ligadas a los prejuicios y a un modelo de esquemas mentales profundamente colonialista (o como en Bolivia, neo-colonial). Componiendo una descripción desangelada de la ciudad más innegablemente multicultural y multirracial de los Estados Unidos, observada con igual crudeza desde la cúspide del poder como desde lo más bajo de esta urbe.
La dirección y el guión de la película están en manos del premiado e indudablemente capaz Paul Haggis, que esta vez debuta también como director. Haggis se ha labrado una reputación de solvencia y solidez en sus trabajos, libres de efectismos y bastante sobrios; además de gozar de una portentosa capacidad para capturar el discurso y sensibilidad de la sociedad americana contemporánea de una forma fiel, creíble y depurada, cercana en su lograda construcción a la obra del dramaturgo Tenesse Williams. Pero “Crash” parece no haber respondido a las expectativas creadas por este brillante currículum.
El problema principal del film recae, paradójicamente, en el guión más que en cualquier otro aspecto técnico que podría hasta perdonarse a un director novato. Sucede que, para mi gusto, la guionización abusa del cliché y hace de los estereotipos una suerte de absolutos sociológicos más que simples instrumentos para sugerir actitudes relacionadas con la intolerancia. Me explico, a momentos el hilo narrativo se sostiene solamente en el hecho, en extremo predecible, que le correspondería ejecutar a cada “estereotipo” según su naturaleza. Por ejemplo, el “negro” roba porque así le toca por ser pobre o si está mejor acomodado termina traicionando sus principios y actúa como un “blanco” aburguesado, etc. Así llega un momento en el que no queda del todo claro cuando solamente se está empleando el estereotipo con fines “didácticos” y no apologéticos de la actual política de Bush, por decir algo.
Y así es inevitable la aparición del melodrama excesivo y tristemente abundante, a momentos espoleado por la sobreactuación de algunos de los actores que figuran en el “estelar” reparto (Sandra Bullock, Brendan Fraser o Thandie Newton por ejemplo) o empantanado en la modorra de otros de los interpretes que se pasean en sus breves papeles (Don Cheadle está en su usual forma, pero el personaje pudo haberle demandado más) y hasta hay una que otra actuación notable (Michael Peña o Matt Dillon, quien encarna un muy efectivo policía intolerante, abusivo y racista) . Tal vez la faceta de dirección de actores pueda ser una habilidad que con el tiempo Haggis vaya puliendo, pero es un tanto extraño que se haya oscarizado una actuación tan poco pareja. Esto se justifica, de alguna forma, con el correcto manejo de otros aspectos, que conforman un conciso retrato casi fotográfico.
Como se ha dicho la debilidad principal de la película, que no es en absoluto mala, se la encuentra más que en el trabajo narrativo en la construcción de los personajes, pues sí logra tejer un entramado interesante. Sin embargo el juego con los estereotipos no se define completamente y los transforma en la encarnación de generalizaciones culturales, sin aclarar si realmente estas son válidas o no, pues todos sabemos que ninguna generalización es precisa o positiva. Y es que este guión no adolece de una narración tediosa o carente de atractivo, pero se puede entender la situación que plantea una gran historia contada con personajes pobremente trabajados apelando a la siguiente figura: no es lo mismo ver la Formula 1 en Mónaco que una carrera de triciclos, aunque el circuito, los objetivos y circunstancias sean las mismas.
Se ha calificado a la película ampliamente como “coral”, y en efecto lo es. Quizás hay algún facilismo en la unión de las historias, pero es algo perdonable en el lenguaje fílmico. Siempre y cuando sea solamente un vehículo narrativo, pero en este caso tal construcción sirve nada más que para desnudar falencias en la caracterización y concepción de los personajes, una verdadera lástima.
Y bien, todo esto nos deja una película a medio camino entre la crítica y el discurso moralizante, pues no se va ni por la “reprimenda” ni por la “corrección”, simplemente no termina la “lección” que en cierto punto parece comenzar. Por ello es justo hablar de la película como testimonial, ya que casi se limita a presentar la “instantánea” de L.A. (sacrificando, por abarcar mucho, el desarrollo de los detalles particulares) sin realmente confrontar con fuerza y argumentos. Es una película crítica, de eso no hay duda, pero por ejemplo “American Beauty” resulta mucho más efectiva en este sentido; virtud reconocible en la frontalidad de su abordaje, mucho más localizado y a la vez universal, y por esa misma razón menos sobreexpuesto por su propia naturaleza narrativa – conceptual que precisamente "Crash".
Cerrando el presente comentario debo reiterar que no me parece que esta haya sido una película mala, ni mucho menos. Pero siempre he creído que una gran obra cinematográfica debe tener uno o más de estos tres elementos: Corazón, Cerebro o Agallas (es decir poder jugar con las emociones de uno hasta el borde de la identificación, provocarle profunda actividad reflexiva y crítica o confrontar con energía y sin tapujos algún aspecto de la realidad, quizás hasta a nivel del “yo”). “Crash” trata de incluir tanto un poco de cerebro como otro de corazón, pero no hace buen uso de estas sus iniciales intenciones, lo que termina por costarle su appeal en uno y otro terreno.
Por supuesto, esta debe ser una de las mejores películas de la pasada gestión, y lo digo por su solidez e importante consecuencia temática. Tiene sin duda más de una falla, pero con todo está muy por encima del promedio de las películas “made in Hollywood”. Probablemente entró en desventaja a la contienda por los premios de la academia, pero salió vencedora en una de las más polémicas decisiones que haya tenido esta premiación en mucho tiempo. Esto debe tener algún merito, aunque particularmente yo no la haya contado entre mis favoritas para ese galardón. Quizás la profundidad que pretende mostrar apele mejor y encuentre mayor resonancia en la sociedad norteamericana que intenta retratar.
Pues bueno, ahora se vienen los blockbusters del verano boreal. Y se trata de una camada de films en general mucho más débiles, que seguramente ni siquiera competirían en la misma liga que esta. Y no sé si me voy a arrepentir de haber defenestrado tan implacablemente esta película con mi injustificada exigencia. Ya lo sabremos en futuros comentarios cinéfilos.